Era un nuevo día en el Pueblo sin Nombre. La mañana estaba soleada, los pajarillos cantaban y había miles de flores en el campo.
Coraline saltaba de gusto: ¡primavera!
Todos los años, su padre la llevaba al campo a recolectar bayas y a cazar.
Pero esa primavera era especial, ya que era su décimo aniversario de vida.
Fue corriendo a la habitación de sus padres.
—¡Papá, papá!— lo sacudía con fuerza —¿Sabes qué día es hoy?
Sam la miraba con una expresión de duda.
—Vaya, no lo sé, ¿lunes?—miraba la expresión triste de la niña y sonreía— ¡Feliz cumpleaños, preciosa!—y le extendía regalos maravillosos.
Por ejemplo, el año pasado le había fabricado una pequeña mesa y una silla, útil para realizar sus tareas escolares. En otra ocasión le regaló una colección de libros de cuentos, de reyes y princesas, enemigos y bufones, como a ella le gustaban. Otro día le regaló su primer pergamino y un frasco de tinta. Su mamá le regalaba pequeños juegos de té, una que otra pieza de ropa, algún sombrero. Cosas que para ellos era muy difícil conseguir, tras mucho esfuerzo y trabajo.
Todos sus regalos eran maravillosos, pero ella había esperado ese cumpleaños con más ansias que los otros.
—¿Lo tienes, papá, lo tienes?—Lo miraba con ojos de entusiasmo.
—¡Aquí está el mejor regalo para la doncella más hermosa!
La niña miraba el objeto que su padre tenía entre manos.
—¿De verdad esto es real?— lo tomó entre sus manos, incrédula.
—Te prometí que a los diez años te enseñaría a cazar con tu propio arco y flechas. Y aquí están.
Era un precioso arco hecho de madera de caoba, finamente tallado y decorado con figuras de flores, símbolo de su ciudad de origen, cuidadosamente colocadas alrededor; un práctico carcaj de cuero con una docena de flechas hechas, sino del más fino material, del mejor que Sam pudo conseguir.
—Es muy hermoso— la niña tenía lágrimas en sus ojos. — ¡Te amo papá!—lo abrazó fuertemente, mojando su camisa en el acto.
En cuanto hubieron desayunado té y la clásica tarta de manzana que Rose hacía para las ocasiones especiales, su padre ensilló a Capitán, empacó algunos alimentos en un morral; tomó su propio arco y carcaj, a su pequeña hija y salió en busca de algunos animales para cazar.
Tuvieron que correr un gran tramo del bosque ya que los animales se alejaban al ver tantas personas, y era necesario buscar y buscar. Se necesitaban años de vivir allí y visitar los bosques para saber en dónde se escondían.
Sam descabalgó y ayudó a su hija a bajar también.
Colocó la aljaba en su espalda, chasqueó la cuerda del arco para verificar si se encontraba en buen estado; lo tensó y se dispuso a caminar. Coraline se limitó a seguirlo con el arco sin preparar, porque no sabía disparar aún; quería observar primero a su padre.
Caminaron varios metros hacia el este cuando de improviso Sam se colocó detrás de un árbol y le hizo señas para que hiciera lo mismo.
—Lo he visto— dijo con voz queda. —Hay un venado cerca de aquellos abetos, a la izquierda. No debemos hacer el menor ruido o se nos escapará y ya no podremos cazarlo. —se llevó el dedo índice a la boca al mismo tiempo que lo decía.
Ella asintió con la cabeza.
Su padre caminó unos pasos más en dirección a la presa, ladeó un poco la cabeza y apuntó. En cuanto estuvo seguro de la dirección correcta, soltó la flecha.
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La historia de una princesa, que no sabía que lo era.
AdventureExisten muchas historias de princesas. Muchas encerradas en torres, otras viviendo con su madrastra o algunas que tuvieron que huir al bosque a vivir con los animales silvestres. La historia de Coraline es totalmente distinta: creció como una chica...