Capítulo VII.- Decisiones

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Pasado algunas semanas, Coraline tomó sus pertenencias y se marchó a una ciudad lejana en busca de su suerte.

Apenas había cumplido 16 años, y los negocios circundantes no querían emplearla.

Las leyes de Redova eran muy estrictas en cuanto a la contratación de menores de edad. La prosperidad de Redova se basaba precisamente en la justicia, la honestidad y la equidad. Nadie ganaba menos de lo que se merecía, casi no había pobreza y los menores de edad eran enviados a la escuela y no podían trabajar hasta cumplir 18 años.

—Tengo que hacer algo. —Coraline se mordía los labios, preocupada. —Si no encuentro trabajo en éste país, entonces me iré a otro. Seguramente allá me darán una oportunidad. Desperdician mis talentos. Y encontraré a alguien que quiera ayudarme. Sí, ya está decidido: Me marcho de Redova. — y avanzó con paso firme hacia la estación de ferrocarriles más cercana.

—Un boleto para Aistech, por favor.

—Lo siento señorita—le respondió la encargada— el próximo ferrocarril saldrá hasta dentro de tres días. Tendrá que esperar.

— ¿Hay un ferrocarril que salga a otro país que esté más cercano?

—Sólo hay para Contúirt. Pero si quiere un consejo, espere el tren para Aistech. Contúirt es un país demasiado violento e inseguro. Si va a ir allá, no vaya sola.

Ella reflexionó por unos instantes y al final se decidió por esperar el tren de Aistech.

—Tengo que buscar dónde dormir en estos días. Y entre más austero, mejor.

Iba cargando sus maletas en cuanto tropezó con un joven.

Ambos cayeron sentados.

—Lo lamento mucho. —se disculpó el muchacho. —debo fijarme más por donde camino.

—No, yo también estaba distraída. No es nada.

—Déjame ayudarte. —recogió sus maletas. —Mi nombre es William— le extendió la mano.

—Coraline, un gusto. Gracias por ayudarme. Aprovechando, ¿sabrás de algún hospicio o algún hogar de alquiler? Tengo que esperar un tren por algunos días y necesito quedarme aquí.

—A unos metros de la estación se encuentra un hospicio, pero no te recomiendo que te quedes allí. Aunque Redova se rige por un código de honor intachable, también hay extranjeros. Personas que no tienen nuestras creencias. Si quieres, mi familia y yo podemos darte asilo durante esos días.

—Apenas te conozco, no sé si confiar en ti.

— ¿Por qué?— preguntó él, asombrado. —Es extraño lo que me dices, ¿sabes? Nunca nadie me había dicho algo como eso.

—No pretendas burlarte de mí. — le dijo ella con una mirada de reproche.

—No, es que simplemente no lo entiendo, ¿qué es lo que te han hecho para que desconfíes de la bondad de la gente?

—Lo único que sé es que hace algunos años hubo una guerra y el Rey fue traicionado por su siervo de más confianza. Para mí es razón suficiente.

Además, mi padre siempre me recalcó que no confiara en extraños.

—Tú debes ser extranjera. — le dijo finalmente. — Nadie que haya vivido el tiempo suficiente en éste país puede pensar de esa manera. Además, tú no eres responsable por las acciones de las personas. Eres responsable por las tuyas. Debes aprender a confiar.

En fin, si cambias de parecer, las puertas de mi casa estarán abiertas. Te doy mi dirección. — la apuntó en un papel y se lo entregó. — Que tengas buen día.

La historia de una princesa, que no sabía que lo era.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora