Capítulo 26: ¿Qué solución?

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Brian Epstein llegó a la casa Beatla en su automóvil negro; mientras esperaba que la reja principal se abriera para darle el paso, tres periodistas que ya se habían acercado a la vivienda para obtener información tras la polémica declaración de Mick Jagger, se abalanzaron sobre el coche del manager con intención de atiborrarlo con preguntas. Las cámaras y micrófonos se pegaron a la ventana del piloto, que era Brian.

—¡Señor Epstein, señor Epstein! —gritaba un periodista —. ¿A qué se debe su visita?, ¿viene a ver a los hijos ocultos de Joanne o ya sabía de eso?

—¡Por aquí, por aquí! ¿Es verdad que Joanne Lennon es madre soltera y le quería echar el paquete a Mick Jagger? ¿Quién es el padre de esos niños?, ¿usted sabe? ¿Por qué los ocultan?

—¡Qué salga Joanne Lennon! Queremos escuchar lo que tiene que decir al respecto —exigía otro periodista —. ¿Cómo se llaman sus hijos?, ¿quién es el padre?, ¿por qué las Beatlas se prestaron a este juego?, ¿usted le exigió que los escondieran para que no estorbasen en la carrera del cuarteto femenino más famoso de Liverpool? ¿Eh?

Brian evitaba mirar los micrófonos y cámaras a su alrededor. Jamás había sentido que quince segundos fuesen tan largos y agobiantes como aquella tarde. Su rostro estaba tenso por el tipo de preguntas que le hacían y sentía ganas por pasar el auto encima de aquellos periodistas, pero su clásico estilo de caballero le impidió ser tan malo, así que soltó un respiro ante la exigencia de los periodistas para que les respondiese.

—¡Responda, señor Epstein! —pedía uno.

—¿Por qué no dice nada? —preguntaba otro.

—¡No tengo nada que comentar...! —declaró Brian tratando de sonar grosero y sin mirarlo —. Lo único que les pido es respeto a la integridad propia y de mis chicas, la mía y la de cualquier persona que se ve involucrado en esto. Por favor, señores, no sean ociosos y déjenme pasar.

     En ese momento la reja de la enorme casa Beatla se abrió y Brian logró pasar con el automóvil dejando atrás a los periodistas, quienes seguramente ya había grabado su escasa declaración para seguramente después tomarla en su contra.

     Brian Epstein no tardó en descender del vehículo e ingresar a la casa, a punta de flashes y comentarios externos, cerró la puerta casi con desesperación tras frotarse la frente intentando calmar su alterado corazón. Dentro le esperaban tres de sus chicas: Joanne, Pauline y Georgine. La primera con los brazos en cruce y mueca de desagrado. La segunda estaba mordiéndose las uñas mientras movía el pie derecho con nerviosismo. La tercera se comía un trozo de pan francés.

      —Brian... —habló Paul, inseguro por primera vez —. ¿Son periodistas las personas que ya se están congregando al exterior de la casa?

      Él manager asintió sin desviar la mirada de una seria y testaruda Joanne Lennon. Aún en aquel estado su imagen imponía, su belleza era inaudita y su molestia real.

     —Son una probada de lo que se vendrá pronto. ¿Pero por qué tendría que pasar esto, verdad? Si alguien hubiese acatado la petición que le hice, a sabiendas de lo importante que era, tal vez esas personas estarían aquí por motivos diferentes, y en lugar de tirar mierdas nos echarían rosas...

      El tono grueso y frío de Brian daba evidencia de su profunda molestia con la situación. No obstante, la víctima del problema no estaba dispuesta a dar el brazo a torcer.

      —Oh, claro, y tal vez de haber acatado esa orden yo sería una infeliz futura prometida de Mick Jagger. ¿Verdad? —John rodó los ojos —. La prensa tendría los mejores titulares del mundo sobre un romance de farándula, mientras que yo me consumiría en una terrible infelicidad al fingir que todo estaría bien.

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