Capítulo 35: Revelaciones.

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El peculiar canto de un pajarillo de cuello amarillo y plumas azules golpeó desde la ventana principal de aquella casa donde se había posado. De igual manera, los primeros rayos del sol filtraron a través de las cortinas —corridas pero de tela clara— anunciando la llegada de un nuevo día y, al mismo tiempo, golpeando suavemente a la piel de la hermosa chica que yacía dormida en el suelo.

La imagen era clara: la de una noche divertida con atisbos de una gran pasión consumada. La muchacha dormitaba sobre el pecho desnudo de un hombre rubio, que a su vez tenía los brazos rodeando la cintura de su amada. Ambos cubiertos por una sábana color rojo, como un guiño al color de sus pulsaciones. Lentamente, el ruido del pequeño pájaro así como la luz que cada vez más subía de puesto, lograron que la chica abriese los ojos poco a poco, hasta que...

—¡Por todos los cielos! —una sorprendida Georgine se removió entre el suelo, despertando a un soñoliento Roger —. No puedo creerlo. Ya amaneció.

Se irguió con rapidez buscando entre la zona sus ropas, logró encontrarlas no muy lejos. En realidad estaban esparcidas en lados opuestos a donde había acabado dormidos ella y Roger que fue un milagro que ninguna prenda acabase cayendo en el fuego de la chimenea. Se arrastró entre el piso envuelta por la sábana roja para coger su ropa y luego el vestido.

Roger, a su vez, miraba la escena sin tanta inquietud, con los brazos cruzados por debajo de su cabeza y completamente desnudo al tener Georgine la sábana. Sonrió divertido.

—¿Por qué te asustas?, ¿cuál es el problema?

Dándole la espalda, Georgine se las ingenió para ponerse las bragas encaje morado debajo de la sábana y luego intentó abrocharse el brassier. ¡Oh, cuánto odiaba que los cierres fueran tan difíciles de encontrar su pareja en un momento como ese! No quería tener más exaltaciones, se dijo, pues suficiente era ya haberse acostado con Roger, tenerlo desnudo al otro lado e insistente con sus preguntas. Sin atreverse a mirarlo, le respondió:

—¿Cuál es el problema? Pasa que me escabullí de casa sigilosamente para venir a verte. Se supone que no debía quedarme aquí sino regresar, aunque fuese en la madrugada. ¿Qué te parece que en lugar de eso acabe durmiendo contigo?

Un relajado Roger Taylor le respondió con una risa cómplice y tranquila.

—Pues me pareció fantástico, princesa, disfruté cada instante...

—Basta Roger, estoy hablando enserio. No juegues —por fin se abrochó los cierres adecuados y le arrojó la sábana a Roger para que se cubriera por lo menos de la zona baja. Luego suspiro mirando cómo ponerse el vestido —. Nadie puede saber lo que ocurrió entre nosotros anoche.

—Prometo que no diré nada —juró él.

Sin embargo, el juramento de Roger no era suficiente para calmar los nervios de Georgine.

—¿Y si esto llega a oídos de las chicas? No tuve un comportamiento adecuado. Yo no debí haber hecho esto, Roger. No debí... —soltó la prenda, llevándose las manos al rostro.

Sus ojos se tornaron lacrimosos. Se sentía temerosa, asustada, y mal, terriblemente mal de haber fallado a sus intentos de contener al ser femenino que ya era. De saber que había defraudado a sus amigos, pues si ellos se llegaban a enterar de lo que había pasado en realidad... Oh, ni siquiera deseaba imaginar esa escena. Además, Georgine sabía que la noche pasada fue mágica, perfecta, lo suficiente como para no querer arrepentirse de nada. Y ahí estaba otra oposición: la de no sentir vergüenza por acostarse con un hombre deseado siendo ella mujer, o dejarse llevar por el asco pensando que era lo peor.

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