Capítulo 20: Visita al salón de belleza.

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Ringo fue el primero en levantarse a la mañana siguiente. Se encargó de prepararse un baño con sales naturales y aceite de coco para el rostro, y permaneció metido en su bañera durante un largo rato, relajándose quizá o huyendo de sus compañeros que lo esperaban sentados en el desayunador. Ninguno de los tres Beatles quería mencionar nada sobre el acontecimiento de la noche anterior. La mente y voz de John giraban en torno a dos niños (en especial una que no dejaba de hacer berrinche al comer sus cereales); Paul prefería enfocar sus sentidos en el ejemplar de Jane Eyre que tenía en manos; George estaba demasiado callado y con su temple decaído además de no tener apetito.

     ―¿Tengo que comerme todo el cereal a fuerza? ―bufó Julianne con los ojos directos hacia su madre ―. ¡Ash!

     ―¡Nada de bufar en la mesa! ―John azotó la mesa, frustrado ―. Y sí, tienes que comer todo. No llevas ni medio plato y estás muy delgadita de esos brazos.

     ―Ya no tengo hambre. ¡Estoy muy llena! ―clamó su hija.

     ―¡Pues vas a comer!

     ―¡No quiero!

     Y así transcurrió otra discusión en donde, de nuevo, John fue perdiendo los estribos.

     ―¡Ah, basta! ―prorrumpió John y envió una mirada a su compañero zurdo ―. ¡Paul.. line!, ¡ayúdame! Dile algo.

     Pero Paul estaba tan absorto en su lectura que poco le molestaban los gritos y exigencias de cualquier persona. Para él no había nada más que las letras del libro, mismas que le permitían imaginarse encarnando el papel de la justa y valerosa Jane Eyre, incluso deseando interpretarla en una obra de teatro. Lo que más le gustaba eran las escenas románticas con el señor Rochester.

     Suspiró larga y profundamente hasta que una mano le golpeó el hombro desprevenidamente.

     ―¡Paul!

     Era John.

     ―¡¿Qué quieres?! ―vociferó McCartney, molesto.

     ―¡Haz algo! ―le envió una mirada que a gritos pedía ayuda. Casi casi le enviaba un mensaje telepático diciéndole: "no sé hacerlo solo, ayúdame con esta carga".

     Paul frunció el ceño y cerró el libro. Acto seguido se levantó de la mesa y avanzó hasta el asiento de John, pasando por desapercibido a un cabizbajo y perdido George.

     ―No, no, ¿por qué? Aquí la madre eres tú, querida.

     Y sin decir más se dirigió a su habitación para continuar con su romántica lectura. En ese momento Ringo bajó los escalones e hizo acto de presencia en la cocina. George lo miró discretamente y hubo sorpresa en sus ojos. Ante ellos, estaba una mujer bien vestida, con el cabello peinado en bucles y aroma a perfume de rosas. Sin una gota de maquillaje, pero aún así era hermosa con un conjunto de camisa y falda color crema y un par de guantes blancos.

     ―¿Y ahora?, ¿a dónde diablos vas tú? ―increpó John.

    ―Al trabajo, ¿a qué otra parte podría ir? ―respondió Ringo con un tono de voz alto, además de orgulloso.

    John empezó a reírse de él.

     ―Pero si tú no tienes trabajo, tonta. Trabajamos de acuerdo a nuestra agenda, y hoy tenemos que hacer una visita al...

     ―Claro que tengo trabajo. Y uno propio ―bufó Ringo, interrumpiéndole ―. Mi salón de belleza, al que iré ahora mismo porque no me siento muy cómodo aquí ―dijo mirando a George, quien desvió su rostro ―. Con permiso. Nos vemos más tarde, John, niños... 

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