Capítulo 42: El dolor demanda sentirse.

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—Mike...

Aquella mañana el joven Michael McCartney se encontraba desayunando una porción de corn flakes con leche en un plato hondo. Cuando escuchó la voz de su hermana cercana se levantó de la silla con la vista fija en ella, llevándose tremenda sorpresa por su aspecto.

—Pauline, buenos días... Oh...

Aclaro. No es que Mike se mirase mejor que cualquier otro día. Al menos llevaba puesto una ropa diferente que el desaliñado traje que usó en el teatro, algo más cómodo y el rostro limpio, sin lagañas. Paul, en cambio, tenía ojeras que pronto tomaría un color morado. Los ojos avellana más pequeños y la mirada pérdida, muy propia de alguien que no puede conciliar el sueño.

—¿Te encuentras bien, hermana? —inquirió Mike mientras Paul se sentaba junto a él con pesadez.

—¿Por qué? —Paul colocó las manos sobre la mesa.

—Es que tienes un rostro muy cansando..., parece que no has dormido bien últimamente —le tomó la mano con gesto preocupado —. ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algo? Sabes que eres mi hermana y haría lo que fuera por ti.

A Paul tanta atención de Mike acabo por estremecerlo. No se sentía cómodo y mucho menos dispuesto a dar explicaciones que ni él mismo se atrevía a responder. ¿Qué le pasaba? Simple. No podía dormir. ¿A qué se debía eso? Más sencillo. Pero ¿cómo podría explicarle que le atormentaban pesadillas recurrentes donde todos iban tras él hasta verlo en una lápida?

¿Cómo explicarle que desde la ruptura entre Mike y Jane esas pesadillas no le dejaban dormir cómodamente? Que cada que cerraba los ojos le visitaban hasta hacerlo jadear.

—No, Mike... —Paul apartó su mano, incómodo —. Es que..., los problemas que existen ahorita entre las del grupo, lo del tema confidencial que no te puedo decir, me atormenta un poco. ¿Sabes? Viniste aquí justo cuando persisten esos problemas... —trató de reír sin conseguirlo.

Mike asintió con el semblante cabizbajo. Llevaba tres días conviviendo con las chicas y, por tanto, mirándoles actuar con disimulo y prisa para hablar de temas privados en la habitación de alguna mientras él distraía a los hijos de Joanne. Aún no llegaba al grado de sentirse del todo incómodo, aunque sí sentíase mal por agobiar a su hermana cuando ella también tenía sus propios problemas.

Volvió a buscar una de las manos de Paul.

—¿De verdad no...?

—¡Ya te dije que estoy bien, Mike! —gruñó Paul, harto de tanta insistencia.

Mike se detuvo en seco ante el comportamiento repentino de su hermana mayor. Alejó la mano con discreción, apremiaba que parte de ese mal humor era producto de alguien que no ha dormido las suficientes horas.

En cambio, Paul era presa de sus emociones, la situación, el sueño y la culpa. De repente su visión se nubló, haciéndole ver y creer cosas que no ocurrían. Por ejemplo, en un abrir y cerrar de ojos se encontró con un Mike que si bien estaba sentado a su lado, le miraba con desdén y lejanía.

"—Claro. Perdóname por preocuparme por ti, Paul. Resulta curioso que lo haga cuando tú me arruinaste la vida con tu traición."

Las palabras de Mike eran tan frías que Paul las sintió como una daga ofensiva. Miró a ese muchacho molesto y le dijo:

—No me hables de ese modo. ¡No te pido que te preocupes por mí! Déjame en paz.

La reacción impulsiva de Paul desconcertó al verdadero Mike, quien no le había dicho nada a su hermana desde que ella le pidió parar. Solo estaba ahí terminando de comer el cereal. Tragó saliva y se volvió hacia Paul.

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