Capítulo #8

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Un rayo de luz se intercala entre mis dedos, colocando una suave sonrisa entre mis labios. Me siento feliz, es mi parte favorita del día, me levanto con cuidado, me siento cansada siempre estoy cansada, me bajo el pantalón y orino en la esquina del cuarto, el suelo es de tierra y pronto solo queda la sombra, sin embargo, aún hay excremento del día de ayer nadie lo recogió.

Me alejo y vuelvo a recostarme en el único lugar a donde llega la luz levanto mi mano tratando de alcanzarla, cierro los ojos, me imagino corriendo por el bosque, sin cadenas, sin ataduras, viendo el amanecer, al final están mis padres esperándome, también mi mejor amiga Jasmine y mi querido Cristian con un girasol en la mano todos me dirán que les hice falta, me abrazaran, me cuidaran y me sacaran de esta pesadilla.

Una lagrima se resbala por mi rostro, pero es el comienzo del huracán en menos de un segundo miles de lágrimas caen en descontrol llevo cinco años soñando mi rescate. ―La lluvia regreso. Comenta Carmen quien se recuesta a mi lado y me toma la mano me concentro en verla a medida pasa el tiempo las lágrimas ya no nublan mi vista, sus ojos grandes azul celeste, sus pequeñas pestañas, las pobladas cejas, las pecas traviesas de sus mejillas, cierro mis ojos y aun veo su rostro con claridad me sé cada detalle de memoria entonces, la puerta se abre y me levanto sobresaltada corro de inmediato a la esquina más cercana me aferro a mis rodillas, mi respiración se acelera, sus pasos son lentos se detiene a tan solo unos paso de mí, me observa unos minutos sin decir nada solo disfrutando mi dolor, mi miedo, mi soledad, nunca eh visto sus rostro siempre lleva puesta una máscara de la peste negra, tiene hombros caídos, cintura ancha y es bastante alto, nunca se quita esas asquerosas botas, las lágrimas vuelven. ― ¡Mátame! ¡Te lo suplico mátame!, ¡Como mataste a Carmen! ―digo entre sollozos, pero él ni siquiera se inmuta solo se agacha y recoge el excremento y lo tira en la cubeta; me levanto sin pensarlo y me sujeto a sus piernas ejerciendo presión para que no pueda salir y grito con fuerza ¡Mátame! ¡Mátame! No hay tercer grito, todo pasa demasiado rápido la cubeta me golpea la frente y luego siento como me empuja lejos, lo observo salir por la puerta y maldigo en voz alta mis sollozos se vuelven más descontrolados Carmen me observa con lastima ―Esta lluvia nunca va a parar. Le digo, pero ya es tarde su rostro comienza a desformarse, la sangre está en todo su rostro, sus ojos salen disparados, hasta que su cráneo esta desecho por completo y grito con fuerza, pero nadie me escucha.

Las raíces de un sauce llorónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora