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Una intensa sensación de incomodidad en el vientre la hizo despertarse de golpe, soltó un jadeo al sentir como el aire escapaba de sus pulmones, el calor comenzó a inundar su cuerpo volviéndolo sensible.

― Maldición... ― Jadeó al percatarse del malestar que comenzaba a presentar su cuerpo. Aquel malestar que la llevaba atormentando desde que tenía ocho años.

Un fuerte estremecimiento acompañado de una oleada de calor la hizo temblar y gemir. Bufó por lo bajo, su celo era más fuerte que otras ocasiones. Otro suspiro acalorado salió de sus labios al sentir las paredes de su sexo latir, palpitar.

Ignoró los malestares de su cuerpo para buscar los supresores en el buró cercano, tomo con desespero el pequeño frasco azul.

― ¡Maldita sea! ― Clamó en una entrecortada exhalación, el frasco estaba vacío y ella cada vez más mojada.

Farfulló lanzándose sobre la cama, arrepintiéndose de inmediato al sentir el roce de las sábanas como el ardor de una brasa. Se sintió abochornada ante el simple pensamiento de satisfacer su necesidad ella misma. Se negó a tal idea, prefería soportar unas cuantas horas para que el calor bajase y pudiera buscar ayuda.

Otro golpe de excitación hizo que sus piernas temblaran y sus paredes se contrajeran. Llevó una mano a su parte íntima encontrándola totalmente húmeda y dilatada.

Inconsientemente su lado Omega comenzó a llamar a su Alfa, el Alfa que aún no conocía.

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Observó el hermoso río frente a él, la luz de la Luna reflejándose tímidamente en las cristalinas aguas le causaba tranquilidad. El suave movimiento del río iba con la tonada que tocaba su corazón.

Soltó una bocanada de aire viendo este condesarse frente a él.

Un agradable sensación lo hizo jadear por la sorpresa, se sintió estremecer al sentir tal sensación posarse en su nuca. Respiró profundamente, ya sabía que le ocurría.

― Me necesitas... ― Dijo con voz ronca mientras sus dedos tocaban con delicadeza su nuca.

Cerró los tratando de enfocarse en el llamado de su Omega, si se concentraba era capaz de escuchar sus chillidos a la perfección y sentir sus feromonas en ambiente, volviéndolo intoxicante y delicioso.

Sin darse cuenta, comenzó a liberar sus propias feromonas. El olor a chocolate amargo y madera lleno la toldilla del barco, pero no eran busca de marcar el territorio y poseer a su Omega, claro que no. Buscaba tranquilizarlo, darle a entender que aunque estuvieran lejos él la protegería.

Era extraño, pero desde que tenía doce llegó a percibir a su Omega, no abstente no fue capaz de saber que era su Omega destinada hasta que cumplió catorce. A esa edad fue capaz de reconocer la fortaleza de ese llamado y los instintos que podía llegar a despertar en él.

Había momentos donde no era necesario el celo de ninguno de los dos para conectarse, solo necesitaban cerrar los ojos para sentir las invisibles caricias del otro acompañado del dulce aroma de su desconocido par. Sólo eso bastaba para que ella se sintiera segura y querida, y él quisiera correr a buscarla y permanecer siempre a su lado.

Abrió los ojos al sentir el aroma de su madre cerca, miró de soslayo como se posaba a su lado.

― ¿Te sientes bien? ― Preguntó la mujer con voz suave, a pesar de ser Alfa no podía evitar sacar aquella voz maternal ante sus hijos.

Él asintió. ― Sí, ― Suspiró. ― Es solo... Que cada vez la siento más cerca. ― Sintió como los cálidos brazos de su madre lo envolvían mientras el picante, pero relajante, olor a canela se colaba por sus fosas nasales tratando de darle confort que no sabía que necesitaba.

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