XVII. Moriremos Siendo UNO

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Después del veredicto del arzobispo dos guardias se llevaron a Alejandro entre gritos secos por el dolor que le causaban sus extremidades dislocadas mientras que Anabella en un rincón de la sala veía con tristeza como se llevaban a aquel hombre que le había hecho sentir un sentimiento que hasta ese momento desconocía. Pero si desgracia empeoro mas cuando el arzobispo después de aquel juicio le dijo a Anabella que tenía que estar presente en la ejecución ya que ella anunciaría al pueblo el motivo por el cual aquel hombre iba a morir en la hoguera.

Ella no se sentía capacitada para tal deber, si ya le pareció un calvario el llevar a cabo el juicio el presenciar la ejecución conllevaría un colapso emocional bastante grande y aun peor aquel acto se llevaría acabo ese mismo día tan solo tres horas después del juicio. Anabella sabia donde se encontraba aquel a quien iba a ejecutar así que se dirigió a las mazmorras del Tribunal en donde en la ultima celda del lugar estaba Alejandro tendido con las extremidades extendidas, pero sin mover un solo musculo ya que representaba un dolor agudo que desprendía un grito desde el fondo de su ser.

- Hola. – Dijo Anabella sin dirigirle la mirada

- Hola. – Dijo Alejandro con una voz cansada y poco audible

- Perdóname.

- ¿Por qué?

- Mírate por Dios, ni siquiera te puedes mover. – Dijo Anabella alzando la voz.

- Lo hare si me respondes una pregunta.

- ¿Cual?

- ¿Por qué llorabas?

- ¿Llorar?

- Antes de que me fueras a dar el tercer golpe pude ver como unas lagrimas se asomaban en tus ojos amenazando con caer hacia tus mejillas.

- Te parece poco lo que ocurrió. Yo no quería que pasara esto, pero tú lo hiciste aún más difícil.

- ¿Qué sientes por mí?

- Déjalo ya por favor. Me voy, tengo que ir a prepararme para tu ejecución.

Después de aquello Anabella se fue sin decir mas dejando a Alejandro solo en aquellas mazmorras.

La atmosfera estaba llena de incertidumbre para Anabella como para Alejandro ya que era el final del camino para los dos, Anabella se consolidaría como la primera inquisidora reconocida del mundo pero era consciente del costo que debía de pagar, su corazón roto y un vacío en su interior por aquel joven que por un corto tiempo la hizo sentir en un paraíso de sentimientos, una cascada de sentimientos bastante gratos que se irían a la basura por el éxito que había buscado por tanto tiempo.

Alejandro moriría sin haber cumplido su objetivo, perecería al menos con el saber de que alguien lo amo no con un amor familiar sino con aquel amor ferviente y pasional que tan solo dos amantes podrían experimentar en cualquier escenario suscitado por su encuentro ocasional que poco a poco se vuelve mas recurrente hasta crear esa conexión que perdura por el tiempo sin embargo era una pena que acabaría de una forma muy atroz.

Llego la hora de la ejecución. Toda la multitud se congregaba en el patio del Tribunal en donde estaba preparada la hoguera en donde Alejandro seria ejecutado, adultos, mujeres y niños estaban ansiosos por ver a aquel hereje quemarse siendo "purificado" según ellos por Dios. Anabella estaba aun angustiada por su tarea de llevar acabo la ejecución. No era como que tuviera otra elección, pero así pensaba y pensaba y pensaba que hacer con esas emociones confundidas, con esos sentimientos atormentados que sentía en su corazón, ese escalofrió que recorría por su cuerpo con tan solo imaginarse esa escena del cuerpo de Alejandro siendo consumido por las llamas por orden de ella. Se sentía traicionada, destrozada por si misma y aun con eso sabía que no podía hacer mas por el o eso creía.

La Inquisidora y El BrujoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora