décimo segundo

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Unos suaves golpecitos en la puerta hicieron que Yoongi abriera los ojos de golpe y se pusiera de pie de un salto, con el corazón latiendo desbocado en su pecho. Con manos temblorosas, giró el pomo de la puerta con desesperación, esperando encontrar a Jin sano y salvo al otro lado.

Y ahí estaba, de pie frente a él, con una amplia sonrisa que iluminaba su rostro pálido con una inocencia reconfortante. Jin levantó la mano izquierda, donde llevaba una pequeña pulsera gris que le habían dado los ingenieros.

— Mira, Yoongi-chi, ¡tengo una pulserita! —exclamó, moviendo su mano con entusiasmo.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Yoongi mientras rodeaba con fuerza el cuerpo del pelinegro en un abrazo desesperado, tratando de anclarse a la realidad y dejar de sentirse tan solo y preocupado. Jin estaba bien, y eso era lo único que importaba.

— ¿Qué te sucede, Gi? —preguntó Jin con dulzura, acariciando el cabello del pelimorado.

— Estaba tan preocupado —susurró Yoongi entre sollozos, separándose lo suficiente para enjugarse las lágrimas.

Jin tomó suavemente el mentón de Yoongi, obligándolo a mirarlo a los ojos con su mirada profunda y tranquilizadora.

— Tenemos que despedirnos de los ingenieros —dijo Jin con calma, dejando un suave beso en los labios de Yoongi.

El pelimorado asintió con la cabeza y se aferró al brazo de Jin mientras salían a despedir a los ingenieros. Una vez a solas nuevamente, se acurrucaron juntos en el sillón, con Jin acariciando el cabello de Yoongi mientras ambos procesaban lo ocurrido.

— Estaba pensando en ti... —comentó el pelinegro vagamente, con la vista aún en el techo y sin dejar de acariciar el cabello del menor, le encantaba hacerlo— Cuando pasó.

Yoongi levantó la vista para encontrarse con los ojos de Jin y lo rodeó con sus brazos, dejando un suave beso en su pecho.

— Ellos me dijeron que no debía encariñarme contigo —continuó Jin, evitando el contacto visual.

Yoongi no dijo nada, simplemente lo abrazó con más fuerza, sintiendo una oleada de amor y protección hacia el pelinegro que lo hacía desear con todas sus fuerzas que nada malo le sucediera.

cien días     |     yoonjin. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora