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Me recosté en la cama, sin apartar los ojos de Yoongi. 

Colocó la bandeja que trajo de la cocina entre nosotros, metiendo sus largas piernas debajo de las sábanas, y me dio una sonrisa temerosa. 

Durante la última hora, se preparó a sí mismo. 

Nos duchamos en silencio. 

Nos vestimos sin palabras. 

Luego desapareció en la cocina para conseguir unas baguettes recién hechos, paté, queso y uvas. También trajo algunos analgésicos para su resaca, pero no hizo ningún movimiento de tragar cualquiera de los medicamentos que había consumido como caramelos.

Lo único que llevaba era un par de calzoncillos bóxer negros y una camiseta gris oscura. Yo me puse  un suéter de gran tamaño y un par de bragas blancas. Juntos hicimos campamento en mi dormitorio. Nunca quería irme. 

Su cabello oropel se hallaba todavía húmedo por la ducha y mantuvo sus ojos lejos de los míos. Se centró en la preparación de una galleta con queso cheddar ahumado y paté de setas antes de pasármelo. 

Lo tomé, rozando mis dedos con los suyos. 

Hizo una mueca, pero sonrió suavemente. 

No lo apresuré. 

No podía. No después de verlo  romperse tan profundamente. 

Comimos en silencio por un tiempo.

Yoongi fue el que comenzó, como lo planeé, como necesitaba ser. 

—¿Recuerdas ese mensaje  que te envié? —Su cabeza se inclinó, observándome de cerca. 

Tragué una uva y me recosté, dispuesta a hablar sin distracciones. Sabía al que se refería. El que envió después de ver las tumbas de mis antepasados. —Sí. Dijiste que sentías lo que yo sentía. Que mis emociones eran tu aflicción. 

Asintió. —Exactamente. Te dije la verdad allí. Tenía la esperanza de que lo supusieras, pero supongo que es difícil de entender. No hubo ningún truco en esas palabras. Ni mentiras. Era la absoluta verdad. 

Esperé a que continuara. Tenía tantas preguntas, pero necesitaba paciencia. Creía que respondería cuando pudiera. 

Suspiró. —La razón por la que no me gusta que nadie me llame demente o loco es porque me llamaron así a través de toda mi infancia. Mi padre nunca me entendió. Tae no lo hizo. Jaz tampoco. Mierda, incluso yo no sabía lo que estaba mal conmigo. —Sus ojos vidriosos, pensando en el pasado—. Algunos días estaba bien. Hiperactivo como un niño debe ser. Feliz de jugar con mis hermanos. Seguro en mi lugar dentro de mi familia. Pero otros días, lloraría por horas. Me arañaría a mí mismo, intentando deshacerme de la intensidad abrumadora de mi sangre. Mi mente se llenaría con oscuridad y  tristeza e ira, tanta, tanta ira. 

—Quería matar. Ansiaba violencia. —Sonrió con ironía—. Eso no suena tan único, pero era cuando tenía apenas ocho años de edad. Tenía fantasías de desgarrar hombres. Me estresaba por dinero y negocios, cosas que no tenía derecho a preocuparme cuando era niño. Me puse tan mal, que fui internado en un hospital local. Había dejado de comer o beber; atacaba a Jasmine cada vez que se acercaba demasiado. No podía manejar los pensamientos dentro de mi cabeza. Creía plenamente lo que la gente decía, que me encontraba loco.

Me acerqué más, entrelazando mis dedos a través de los suyos. No se detuvo, casi como si ahora que empezó, tenía que terminar lo más rápido posible. 

—El hospital era aún peor. Allí, me preocupaba acerca de morir. Me preocupaba por un niño en el pasillo muriendo de cáncer terminal. Lloraba todo el puto tiempo, devorado por el dolor y la sensación de la aguda falta de alguien a quien amaba entrañablemente, lo único era, que no conocía a ninguno de los otros pacientes. 

Endeudado: Tercera Deuda//MYG Y TÚ//+18 [TERMINADA T4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora