El cesto de peras cayó al suelo con un estrepitoso sonido, las frutas rodaron por los suelos en todas direcciones seguido de las risas de algunos jóvenes que observaban. La joven quién entonces tenía las palmas de las manos con rozaduras y las rodillas raspadas intentó levantarse, avergonzada y adolorida. Sus ojos comenzaron a aguarse pero se tragó su orgullo, estaba cansada de ser débil, al ser una hija no deseada y de un padre el cuál ni siquiera su madre sabía quién era, era el principal blanco de burlas, empujones y chistes de los demás jóvenes del pueblo.
Leocadia solía ir todas las mañanas al mercado del pueblo para conseguir frutas que pudieran servir para prepararle una papilla a su pequeña hermanita, ya que su madre pasaba sus días y noches en su habitación o fuera de la pequeñita choza, recibiendo como visitas a todo tipo de hombres extraños y temibles.
La joven se levantó lentamente bajo la mirada y las risas de quienes la rodeaban, tomó el cesto y comenzó a levantar las peras, una por una. Cuando creyó que las había levantado todas, se giró para caminar de regreso a su choza, antes de dar su primer paso, algo duro golpeó su espalda.
—Se te olvidó esa, bastarda.
Uno de los chicos le había lanzado una de sus peras para después reírse con todos sus amigos. Leocadia se contuvo de llorar y se giró hacia el chico, lo miró con detenimiento, de arriba a abajo.
—Me las vas a pagar... Todos ustedes se van a arrepentir. Algún día. — dijo con voz entrecortada, y mientras escuchaba la risa de los demás, se fue de allí con pasos rápidos.
La joven tomó a la bebé en brazos y la meció mientras tarareaba dulcemente una melodía que solo ella conocía. Tomó asiento en la enorme piedra cercana al bosque, la tranquilizaba, el silencio, el sonido de la copa de los árboles meciéndose con el viento, y el cantar de algunas avecillas. Solía escapar allí con su hermanita para protegerla de los hombres que visitaban a su madre. No quería que le hicieran lo mismo que le hicieron a ella la otra noche, cuando regresaba de una caminata nocturna.
Había un hombre parado en la puerta esa noche, descalzo y parecía tambalearse un poco. Aún así, la joven se acercó pensando que estaría lo suficiente borracho como para notarla, sin embargo no fue así. En cuanto pasó por su lado el hombre la tomó del brazo, atrapándola y empujándola con él hacia el interior de la casa.
Mientras Leocadia forcejaba intentando defenderse, el hombre la giró para golpear su rostro con una fuerza tal que la dejó inconsciente. El hombre había tardado poco en quitar las prendas de Leocadia y tomarla con fuerza mientras al fondo los llantos de la bebé no paraban. Cuando Leocadia despertó, se encontró con su ropa hecha pedazos y un dolor desgarrador en todo su cuerpo. Como pudo se arrastró hasta la silla más cercana para intentar levantarse mientras su madre le gritaba todo tipo de cosas despreciables. La joven no soportaba más, en su miserable vida había tenido suficiente.
Cuando anocheció, regresó a la choza con la bebé, esperando que su madre se encontrara sola esta vez. La mañana siguiente salió temprano para conseguir manzanas, había robado una moneda de oro que alguno de los amantes de su madre le había regalado así que tenía forma de pagar las manzanas y las demás frutas que debía. En el camino tarareaba una canción que fue interrumpida cuando dos chicos le bloquearon el paso.
Leocadia los miró con miedo y tragó saliva. — ¿Q-qué quieren de mi?
Los dos chicos sonrieron y dejaron de esconder tras de sus espaldas las armas con las que pensaban atacar a la joven. Cada uno llevaba una estaca de madera en sus manos, lista para ser usada con una inocente mujer.
Leocadia dejó caer su cesto para darse la vuelta y correr asustada. Escuchó los pasos de los chicos acercándose a ella y rogó.
— ¡Por favor! ¡Déjenme en paz!
A cambio solo obtuvo risas.
Sus ojos se empaparon en lágrimas ¿Por qué todos querían lastimarla? ¿Qué había hecho ella? Sabía que en el camino recto la atraparían fácilmente, y quién sabe qué le harían si eso pasaba, así que se metió al bosque del lado derecho del camino y corrió entre los árboles, escabulléndose, tratando de esconderse de aquellos que querían hacerle tanto daño. No paraba de llorar mientras corría, esperando tener la suerte de perderlos y que la perdieran. Cuando la joven sintió que ya no estaban tras de ella, decidió desacelerar el paso. Miraba constantemente a su alrededor, temiendo que la encontraran, que la hirieran. En su distracción se tropezó con una roca que la hizo caer al suelo. Sus rodillas se rasparon y algunas piedrillas se enterraron en sus palmas.
La joven identificó el objecto que la había hecho tropezarse y caer. Presa de la curiosidad se acercó y quitó las hojas y la tierra de encima. Un libro viejo y descuidado que parecía haber sido abandonado allí durante mucho tiempo había sido la razón de su caída.
Leocadia miró al rededor, asegurándose de estar sola, no quería bajar la guardia porque ellos podían volver y encontrarla. Sus dedos hormigueaban y una sensación extraña se instaló en su estómago, casi hipnotizada acarició el grueso libro, se lo puso en las piernas e inmediatamente se decidió a abrirlo para ver lo que contenía dentro.
Las hojas estaban en blanco, amarillentas de vejez pero sin nada escrito o dibujado, confundida volvió a cerrarlo y se dispuso a levantarse para irse a casa, cuando sintió pasos tras ella y cerró los ojos pensando que era su fin y que recibiría una paliza. Contuvo la respiración por unos segundos sin que nada pasara, quizá se había imaginado todo así que se giró.
Unas largas piernas escondidas tras un pantalón que parecía quedarle demasiado grande. Leocadia tragó saliva y subió la mirada por el cuerpo del hombre, alto, y la miraba desde arriba de forma extraña, él estaba a punto de decir algo cuando miró fijamente hacia el frente, Leocadia dirigió su mirada hacia allí también y pronto escuchó las hojas secas crujir bajo los pasos apresurados, se encogió en sí misma al darse cuenta que eran los chicos de antes.
Estos se dejaron mostrar pronto, aún dispuestos a golpear a la joven, pero el hombre tras ella los hizo congelarse en su lugar.
— ¿Tú quién eres?— preguntó uno de los dos al desconocido.
Él no respondió, en cambio miró a Leocadia aún sentada en el suelo y volvió la vista a ellos antes de cerrar los ojos y girar ligeramente su cabeza para tronar su adolorido cuello. Los ojos del hombre se abrieron de golpe y miró a los dos abusivos. Leocadia observó petrificada como estos comenzaban a segregar sangre por los ojos y nariz, el miedo se hizo lugar al no comprender cómo eso estaba sucediendo.
Los chicos se miraron entre sí antes de gritar asustados y huir torpemente entre tropezones y sollozos. La respiración de Leocadia se agitó, sin saber qué estaba sucediendo miró la mano que se extendió hacia ella, no supo bien por qué, pero confió y la tomó.
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¿Hola? xD well... No sé qué me está pasando que se me van las horas del día cómo agua y ni siquiera sé en qué, pero buaano, así es la cosa.
Leocadia no tuvo una vida fácil, parece ¿no? ¿Qué pensará Enit de esto? Subo el siguiente capítulo pronto... Bueno, creo, no sé. No prometo nada :D <3
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Scary Town (Halloween 2018)
Paranormal¡No entres a Scary Town! ¡Ese pueblo está maldito! ¡Todos están condenados! Si pisas sus tierras, él pondrá los ojos sobre ti. El verdadero tormento en Scary Town está por comenzar cuando Enit, una joven bruja blanca está dispuesta a enfrentarse a V...