1|| Ꭱ α m p α g є

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La vida era una rueda de la fortuna, y había permanecido demasiado tiempo en la cima de esta, admirando el paisaje de una agonizante ciudad, tan iluminada y a la vez tan oscura, jamás cruzo por su mente tener que sumirse en dicha oscuridad, porque su rueda de la fortuna ya no giraba, le daba una seguridad que creyó eterna; de pronto esa caída libre, el viento colándose entre su cabello, el golpe era inevitable, iba a morir, y la seguridad que le daba la altura se iba rompiendo en un descenso fatídico.

¡Oh el descenso al infierno! Pero como decía su padre, el fuego no puede matar a un dragón y que es el infierno sino un foso de lava incandescente, quemando la carne de los pecadores.

Brutal. Era una palabra que escuchaba a diario.

Traición. Otra que no dejaba los labios de su padre en una voz imperante con tonos desquiciados cuanto tomaba la botella de whiskey.

Quemarlos. Quemarlos a todos. Repetía una y otra vez mientras tomaba una de las armas apuntando a su indefensa madre, quien solo se la tomaba a ella y a su hermana quien era aún una bebé.

¡Oh el descenso fue peor de lo que imagino! El castillo se rompió, los dragones no protegieron la fortaleza, y los enemigos entraron a su imperio a desterrar a cada uno de ellos, la gran batalla estallaba entre los muros de su guarida, todas las armas del recibidor se disparaban, y ese olor a pólvora que aun podía sentirse recorriendo los pasillos de la mansión.

Y cuando creyó haber caído en el frio y rígido pavimento de la realidad, algo más la halaba a una oscuridad que jamás creyó ver a temprana edad, la oscuridad acompañada de un color carmesí, la oscuridad que había entrado en el pecho de su hermano y estaba a punto de llevárselo para siempre.

El sonido que marcaba los latidos de su hermano hacía eco en sus sueños, el cuerpo de Rhaegar conectado a un sin fin de tubos y cables delgados de diferentes colores, pero lo único que persistía era el eco de la máquina, un sonido que llevaba conmigo un presagio oscuro, levantando de entre sus notas un muro que no la dejaba ver el futuro.

Soñó que lo perdía, que esa corriente se lo llevaba lejos de ella, y dicho sueño se repetía una y otra vez a lo largo de los años, a pesar de que el peligro había pasado, habían vencido a la oscuridad, había detenido a sus enemigos; pero tal y como el sonido de la máquina, el miedo seguía intermitente en lo más recóndito de su memoria.

La sensación de perderlo en cualquier momento volvía para aterrorizarla como aquella noche de verano donde la lluvia azotaba los ventanales ¿Por qué había de temer después de tantos años? ¿Por qué el hueco en su corazón?

«Lo único que sé es que Rhaegar es lo que siempre quise»

Que se puede desear cuando se tiene todo, es simple ambición el querer algo con tanto deseo que se convierta en un pecado; tal vez. El pecado siempre es prometedor, es por eso que los hombres caen fácilmente en sus garras, el pecado tiene ese aroma del tabaco y el alcohol, la suavidad del dinero y de la piel, el sabor de un beso entre la oscuridad de una calle abandonada.

¡Oh el pecado! ¿Alguna vez se llega a temerle? Tal vez no cuando ya se está hundido en el lago de lo prohibido, y a pesar de que se trate de nadar a la superficie del perdón, siempre se extraña la humedad de éste. Qué fácil es sucumbir ante los placeres de la vida, el motor de los más bajos instintos encendiéndose con el simple roce de los dedos indicados, con unos cuantos sueños rotos, la caída de un imperio, lo nacido del pecado; sí porque lo que nace de ahí, siempre busca volver a su núcleo a pesar de no saberlo. O al menos eso pensaba mientras el cielo seguía oscuro y la luna comenzaba a ahogarse en las primeras horas de la mañana.

𝐈 𝐆 𝐍 𝐈 𝐓 𝐄 || 𝐉𝐚𝐢𝐦𝐞 𝐋𝐚𝐧𝐧𝐢𝐬𝐭𝐞𝐫 [ᴍᴏᴅᴇʀɴ ᴀᴜ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora