5|| Sun's Flames

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El camino a casa fue el más silencioso que hubiesen recorrido, sólo el viento chocar con el auto, el sonido de la radio informando un día más el pronóstico del tiempo, las llantas haciendo contacto con el asfalto de la carretera, el choque de motores entre los autos que iban en dirección contraria.

Rhaegar aceleraba una vez más haciendo que los números se tornaran de un color amarillo delicada en la pantalla, el motor rugía tanto como su corazón. Vaella recargó la cabeza del asiento, perdiendo la mirada en el basto follaje del camino que llevaba a Dragonstone. Rompió el silencio presionando delicadamente el ícono de una nota musical y el mutismo se extinguió en las notas de algún compositor alemán que tanto le gustaban a su hermano.

Largas rejas oscuras, vayas de piedra casi rojiza apretándose una contra otra, viendo pasar el tiempo, las enredaderas enterrándose en los pequeños huecos que las piedras dejaban. Y luego después de una distancia considerable se alzaba la mansión, imponente con tres alas tan antiguas como su apellido, y en medio, labrado hace tantos años, un dragón de tres cabezas, rojo como la sangre, encerrado en la piedra como ellos lo estaban en esa mansión que tuvo mejores momentos.

Un hombre de seguridad le abrió la puerta, inclinando la cabeza en señal de respeto, desvió la mirada hacia el par de autos nuevos que se encontraban en la entrada, tal vez de algún político influyente que requería de algún tipo de favor, aquellos siempre pululaban por la mansión, tratando de cazar a su padre para favorecerse en las elecciones venideras.

Las puertas de madera con vitrales antiguos crujieron cuando el mayordomo las abrió repentinamente, como si con antelación supiera que estaban ahí.

—¡Vaella! — su nombre sonaba extraño en el acento de aquella mujer, meses mayor que ella. La rodeó con sus delgados brazos, como si verdaderamente la extrañaba.

—Elia, por los dioses— sonrió sorprendida. —¿Qué haces aquí? — Elia Martell, el sol de Dorne, la mujer perfecta en todos los sentidos.

Elia era verdaderamente inteligente, todos quienes la veían sabían que era una dama, criada como toda una princesa, en una de las familias más adineradas de Dorne, la joya de la corona. Su físico era igual de idílico que su inteligencia, un cuerpo atlético, enormes ojos oscuros, cabello castaño con destellos dorados que lo iluminaban perfectamente, piel dorada como los rayos que abrazaban lanza del sol.

—Hemos venido por una convención— le tomó la mano. —Tu padre nos ofreció quedarnos aquí el tiempo que necesitemos— se le formó un nudo en el estómago en cuanto hablo en plural, y debió saber que Elia no salía de Dorne sino con un sequito de guarda espaldas que era casi como mercenarios y su hermano.

—¿Quedarnos? — preguntó delicadamente, buscando con la mirada al hermano de Elia.

—¡Sí! Oberyn vino conmigo, sabes que no le gusta dejarme sola— Oberyn Martell era todo un caso, podía comparar su comportamiento con el de su mellizo Viserys, pero Oberyn canalizaba toda esa energía no solo con mujeres y apuestas sino con las armas, equipos de espionaje y más.

—¡Claro! ¡Claro! — volvió a sonreírle, desviando la mirada hacia la puerta. Rhaegar se había quedado en el auto, pues justo cuando bajaba una llamada le había hecho encerrarse por esos minutos, algo de trabajo, probablemente. Su hermano, entró con el móvil en las manos, sin siquiera percatarse de su invitada.

—Ella ¿Qué te parece comer en Arbor? — se detuvo en seco en cuando vio a la chica al lado de su hermana.

Todos estaban enterados del amor tan devoto que le tenía Elia, cuantas veces su padre no había insinuado una unión entre la dorniense y él, pero siempre buscaba alguna excusa para rechazarla, primero por Lyanna y luego por su hermana.

𝐈 𝐆 𝐍 𝐈 𝐓 𝐄 || 𝐉𝐚𝐢𝐦𝐞 𝐋𝐚𝐧𝐧𝐢𝐬𝐭𝐞𝐫 [ᴍᴏᴅᴇʀɴ ᴀᴜ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora