No debimos

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El medio día llegó en un parpadeó. Su reloj de pulsera marcaba las dos con cinco cuando decidió huir.
Entre tantos pendientes - una larga lista de citas, contratos, presupuestos y otros detalles aún por revisar - Tony apenas tuvo un respiro.  La intención era llegar a casa temprano para sorprender a su esposo vistiendo el precioso mandil rosa que le obsequió pues Steve se encargaba de la dieta. Ver a un hombre tan masculino en la cocina llevando un atuendo así era algo que no se perdería por nada del mundo; ni siquiera la insistente llamada entrante o mamá -que rondaba a lo largo y ancho de industrias Stark-  instándole a contestar pudieron detenerlo. Tony puso pies en polvorosa sin contarle el verdadero motivo de su urgencia por marchar. María pensó que se trataba de su hijo escapando, como era usual, de sus responsabilidades con la empresa que había heredado de su padre ya demasiado mayor para dirigirla, así que puso el altavoz cuando Tony ya tenía un pie fuera de la oficina. La  voz de Truman Marsh requiriendo su presencia en la torre de los vengadores le hizo dar un traspié; Era un llamado urgente desde luego, algo imposible de ignorar para alguien con el mínimo sentido de responsabilidad. Afortunadamente el multimillonario poseía una habilidad especial para adormecer ese sentido y continuar, a toda velocidad, hacia el ascensor pese a las protestas de su madre. Se montó las gafas de sol en el puente de la nariz y cuando la campanilla anunció la primera planta, salió disparado.
En el lobby, la recepcionista trató de llamar su atención para que tomara la llamada urgente de la agente Romanoff. Una vez en la limusina, Happy le hizo saber que tenía dos llamadas perdidas del Dr Banner y ya en las afueras de la ciudad, dentro de los terrenos que colindaban con la “casita de campo” donde vivía felizmente con Steve, recibió dos llamadas a su número personal; una de Barton y otra más de Truman Marsh.

Este sujeto tenía pinta de burócrata con su enorme barriga lisa apretada contra la tela. Iba siempre de traje sastre a juego con su cabello cenizo y descolorido. Las arrugas en su rostro le hinchaba la cara, especialmente la boca y las frente. Parecía incapaz de sonreír porque todas esas líneas de expresión iba directamente hacia abajo. Su voz rasposa era ya insoportable. Desde su estrepitoso enfrentamiento con AIM, las naciones unidas tomaron la decisión de que los vengadores debían ser “orientados” por un individuo que fuese capaz de enfocarlos, para evitar desastres por toda la ciudad. Pero este tipo restringía al equipo y en más de una ocasión, debido a sus rígidas ordenes, por poco hubo bajas civiles. Cuando trataron de echarlo, las naciones unidas estuvieron a punto de destituir a Tony, por lo que el resto del equipo se unió y continuaron acatando las órdenes de este monigote del gobierno. Aquella decisión del comité no fue un refuerzo, sino el inicio de una tiranía. Hasta el momento no tenían pruebas para demostrar que Truman se traía algo entre manos y que todas sus órdenes iban dirigidas a desenfocar el trabajo que realizan como equipo para proteger la ciudad y, al exponer sus dudas al comité, este decidió tomarlo como una inconformidad porque ahora tenían que rendir cuentas a alguien más.
Por este motivo y, en adición, los descubrimientos que encontró en la muestra de sus nuevos enemigos, prefería ignorar el llamado del hombre albóndiga.

Al bajar del auto pagó al florista que le esperaba en el pórtico de su casita. Le dió una jugosa propina y entró en casa con la enorme canasta de flores en brazos. Entre los frondosos y coloridos pétalos pudo observar el pantalón de vestir de su esposo y cuando puso las flores sobre la mesita del recibidor, la expresión que tenía en la cara no le gustó nada. Steve mantenía los brazos cruzados en el pecho, haciendo que la tela se tornara tirante en los musculosos brazos, como si estuviera a punto de rasgarse por las costuras. Sostenía el pequeño móvil apretado contra el bicep izquierdo, las cejas estaban tan juntas que se distinguía una fina línea entre ellas. Tenía en los ojos un brillo severo  y su boca, a pesar de no estarlo, parecía tan tensa como la camisa.
— Lamento llegar tarde, bebé. Mamá me entretuvo un poco en la oficina. Pero a penas es hora de la merienda ¿No? Pudo ser peor. — Steve no cambió su expresión. — Vamos… son solo las tres y media de la tarde.
— ¿Has estado ignorando las llamadas del equipo?
Tony hizo una trompetilla que profundizó el ceño de Steve
— Bueno…— se retractó en el último instante dándose cuenta de que no iba a creerle si le restaba importancia. — Eso depende de a que te refieras con “ignorar”. — Como Steve no dio señales de intervenir y se limitó a inclinar el rostro ahora hacia el otro lado, continuó. — Voy atenderlas, cielo. Solo que no ahora; las conservo para después.
Steve se llevó la mano al ceño y negó, luego a la boca y la mano del teléfono en las caderas — ¿Y  que tal si son importantes?
— ¿Más importantes que nuestro aniversario?
Tony notó que su semblante se suavizaba y que intentaba reprimir una dulce sonrisa.
— ¿Qué tal si se trata de una emergencia? ¿Qué tal si la ciudad entera está en peligro?
— Vamos, Steve. Aún sin nosotros son cuatro vengadores con edad suficiente para cuidarse solos.  Por una tarde sin supervisión no va a ocurrir nada, no es como si fuese acabarse el mundo en unas horas mientras tu y yo disfrutamos de nuestra cena.
Ya para entonces no había mortificación en el rostro de niño de su rubio esposo. Hasta sonreía algo apenado, quizá, por haberse molestado tanto en un principio.
— Tienes razón. Tal vez nos-… — se interrumpió cuando el teléfono comenzó a sonar. Ambos lo observaron vibrar en las manos del capitán; se trataba de ojo de halcón. Steve levantó el rostro para mirar a Tony. — Voy a decirle que se hagan cargo ¿De acuerdo?
— ¡Esa es la actitud! Ahora, mientras tu te encargas de eso, yo voy a… “ponerme más cómodo”.
Tony lo besó en los labios y estaba dispuesto a dejarlo a solas con el móvil mientras se retiraba la chaqueta para ir a la salita, pero la voz de barton en el altavoz lo hizo congelarse.
— “ ¿Qué les pasa a ustedes dos? El mundo está por acabarse en unas horas mientras ustedes disfrutan de su cena y juegan a la casita.” — Entonces los ojos de Steve coronados con un ceño acusaron a Tony. — “ Hay otro de esos monstruos de metal destruyendo la ciudad. Es… ¡inmenso! No sé donde está Natasha, ha noqueado a Hulk. Cuando Marsh dijo que este enemigo no tenía igual, crei que se trataba de otra de sus absurdas misiones como proteger un hidrante en los suburbios o algo parecido. Tienen que venir rápido… Los…” —  la interferencia y la estítica extravió la voz de Clint. Luego de un terrible sonido de detonación la llamada se cortó. Ambos, capitán y hombre de hierro, compartieron una mirada. La de Steve llevaba impresa la contrariedad porque, por un segundo, se había dejado convencer por Tony y casi evadía su responsabilidad con los ciudadanos. Con mal talante y a grandes zancadas se puso en marcha hacia el sótano, donde se encontraba el taller casero de Tony. Ahí guardaban sus uniformes en caso de una emergencia como la actual. El moreno decidió seguir a su esposo deshaciéndose en excusas.
— Steve, cariño. No es lo que tu crees. Todavía podemos tomar nuestra cena. ¡Es nuestro aniversario! Oye… cariño…
— ¿Te estas escuchando, Tony? ¿Cómo quieres sentarte a cenar mientras nuestros amigos están poniendo su vida en riesgo? Es nuestro deber estar allí, tenemos que ayudarlos.
— No están solos; se tienen los unos a los otros y también a Hulk que vale por diez.
— ¿Es que no escuchaste? Esa cosa noqueó a Hulk.
— Si, pero cuando recupere la conciencia ese sintezoide no sabrá lo que le espera.
Steve rodó los ojos pero continuó su camino escaleras abajo al torcer en el pasillo con Tony detrás (que aún no podía creer que no pudiera convencerlo de quedarse).
— No podemos hacernos de la vista gorda.
— Si podemos. En realidad es muy fácil. Stev-…
— No, Tony. — El capitán se había dado la vuelta para encararlo mientras tomaba su traje de la vitrina. Lo miró con ojos entornados, como si intentara descifrar algo. — ¿Qué te ocurre? Jamás rechazas una buena oportunidad de darles una lección a los chicos malos. ¿Qué es diferente ahora?
— ¿ “Chicos malos”? ¿En serio, Steve? — La cara de mal humor en su esposo lo hizo enfocarse. — Escucha… creí que no había nada que me hiciera tan dichoso como mi tecnología, mis armaduras, mis millones o las chicas, pero entonces te conocí. Quiero… quiero un matrimonio normal, quiero una familia, un hogar… contigo. ¿Es mucho pedir?
Steve ya se había quitado la camisa de civil y se montaba el traje con la gran estrella blanca en el pecho mientras lo escuchaba. Hizo una pausa cuando era el turno del cinturón, para tomar a Tony por los hombros y acariciarlos.
— Amor, sé perfectamente a lo que te refieres. — le besó la frente para tranquilizarlo. Fue un beso pausado, sosteniendo los labios ahí, el capitán se dio tiempo de aspirar la loción masculina de Tony. Era un aspecto de Tony, entre otros, que le tenía cautivado; Olía delicioso. Esto porque solía acicalarse aún si no iba salir de casa. Todas las mañanas (al menos cuando conseguía despertarlo antes de medio día) lo encontraba frente al espejo peinando sus castaños cabellos, perfumándolos con su loción para afeitar. La barba era perfecta porque Tony la peinaba con cuidado al ritmo de “Star Spangled man with the plan”. Al principio Steve se sentía avergonzado, pero poco después le parecía que no podría vivir sin el canto matutino de su esposo. — Pero es nuestro deber, además lo prometiste ¿Recuerdas?
— Si no me acuerdo no pasó.
— Tony.
El hombre de hierro dudó un instante pero luego asintió: Al menos lo había intentado.

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