Chance

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...

— ¡No viaje más de 40 horas hasta aquí por nada! —  insistió —  ¡Déjenme hablar con ella! ¡Sueltenme!
María observaba casi con una paciencia infinita y Arno se preguntaba si entornaba los ojos porque su vista de anciana era borrosa o porque le había reconocido.
— Esperen, dejenlo. — dijo al fin y los guardias dudaron.
— Pero...
— Bah, callense. ¿No tienen nada mejor que hacer? Es solo un niño. Dejenlo.
Ellos lo soltaron a regañadientes y Arno se recompuso la ropa.
— Gracias, señora Stark. 
— Si, a veces olvidan sus modales. — les hizo un gesto con la mano y  ellos regresaron a sus puestos. Al estar solos de nuevo ella volvió a mirarlo de aquella forma — Vamos al grano: ¿Cómo es que llegaste hasta aquí?
—  Usando el elevador.
María arqueó una ceja suspicaz que Arno respondió con una radiante sonrisa.
— Muy gracioso, niño. — el deje sarcástico lo acusaba de omitir información que ella estaba decidida a conseguir. —  Solo personal autorizado puede utilizar el elevador y yo no veo tu gafete por ningún lado.
— Yo... ah...
Ella entornó los ojos y cada segundo que los mantenía sobre él hacía insostenible la presión, un sudor frío le recorrió la espina, el corazón latía cómo un tambor delator que en cualquier instante estallaría.
Los ojos de esa mujer era cómo estar sometido al candente rayo de sol a través de una lupa que llegaría a la verdad a cómo diera lugar. Entonces Arno llegó a su límite.
— ¡De acuerdo! — levantó la voz. —  ¡De acuerdo! ¡Lo hice! — resopló derrotado. — Yo descifré el código del sensor.
Ella arqueó las cejas ligeramente.
— ¿Cómo?
Arno se encogió de hombros. 
— Supongo que es como un don; soy realmente bueno con la tecnología. 
— ¿Eso crees? — preguntó regresando las cejas a su lugar — El más grande genio de la época moderna creó el sistema de seguridad que usamos hoy día.
— Y seguro que funciona de maravilla. Pero los tiempos cambian y yo soy genial. Un talento cómo el mío por aquí podría ser de gran ayuda.

María se mantuvo en silencio por largo rato, como si meditara sobre ello,  hasta que Arno comenzó a sentirse nervioso, luego asintió.
— ¿Nos conocemos de antes?
— ¡Si! Si.. — respondió inmediatamente siguiéndola mientras ella rodeaba el escritorio de la oficina. — Cuando era pequeño mi madre fue contratada en una conmemoración y usted me vio construyendo esto mientras yo esperaba solo, en mi mesa, que terminara  su presentación. — le mostró un pequeño reloj de energía autosustentable. — me dijo que la buscara cuando me graduara y yo...
Ella le hizo un gesto para que guardara silencio, como si tratara de apaciguarlo. — Tienes un gran entusiasmo y hace falta agallas para presentarte ante mí luego de allanar esta oficina. — ella sonrió con nostalgia. — Tal vez sea eso o el hecho de que me recuerdas a alguien muy querido, pero quiero invitarte a cenar a casa esta noche. — hizo una pausa casi riendo a carcajadas al ver el rostro de Arno. — No lo malinterpretes. Es una cena familiar y naturalmente cumpliré mi palabra si eso dije. Además, se necesita más que un don para poder decodificar la seguridad de estos muros;mi propio hijo fue quien los diseñó. Seguro algo de genio hay en ti y yo sería una anciana muy estúpida si no te conservo. — añadió ella inmediatamente. — Ahora; solo regresé por esto para poder llamar a mi chófer....
— ¡Gracias, gracias! No se arrepentirá. — estaba loco  de contento y le costó un colosal esfuerzo recuperar el habla. — Permítame llevarla , por favor.
— ¿Tú?
— Si. Es lo menos que puedo hacer por usted. Después de escucharme y darme esta oportunidad. Por favor, permítame llevarla.
— Bien, bien. — aceptó la anciana que por alguna extraña razón creia que podía confiar en él chico.— Debo estar volviéndome loca. Pero prefiero ir contigo que quedarme aquí como una estatua esperándolo. 

Cuando bajaron juntos del elevador, la recepcionista, los visitantes y trabajadores estaban sorprendidos. Principalmente aquellos que habían presenciado la escena en el lobby. Algunos elementos de seguridad se aproximaba intentando persuadir a su excéntrica jefa con argumentos como "¡No sabe quién es!" "¿Cómo está segura que no es un anzuelo?" "Puede ser peligroso" "Permítanos escoltarla a casa". Ella los despachaba con una palmadita o con alguna respuesta cálida y juguetona respecto a su edad hasta que  por fin salieron del edificio, ahogadas sus voces por el tráfico y el cuchicheo de la multitud llendo y viniendo en la acera. Arno le indicó a María que iría por el auto apenas bajaron el centenar de peldaños que formaban la escalera de concreto. María esperó pacientemente con la mano sobre su bastón y al acercarse, echó un vistazo dentro del auto. Supo inmediatamente que este era el hogar del chico; con la basura en el suelo, restos de comida, envoltorios, la ropa colgando de los asientos y los efectos personales a plena vista. Entonces sintió como si el corazón se le estrujara. Debido a sus múltiples contactos, María sabía perfectamente quien era la madre de este muchacho. Sabía también que el gobierno, por alguna razón, no había hecho público su encarcelamiento y que tal vez, el chico no querría hablar de ello. 
— ¿Sabes? Hay mucho espacio a dónde vamos y a puesto que no les molestará algo de compañía. — ella lo analizó con sus ojos grises y luego volvió la vista al frente. — Además, estás flacucho y ojeroso. Podrás reponerte con un par de días de buen sueño y comida.

— Gracias. — Arno aceptó sin pensárselo mucho. Ya sabía que María tenía un gran corazón, pero ahora estaba convencido de que era un ángel. (Aunque le habría gustado tener el auto en mejores condiciones) Era un alivio que ella no hiciera ningún comentario sobre su situación actual. Durante el trayecto, María durmió la mayor parte del tiempo. Cuando se acercaban hacia la zona de la ciudad a donde quería ir, él solo la despertaba para preguntarle acerca de un giro o qué dirección debía tomar.

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