Regresar a ti

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Debían ser las… muy temprano en la mañana, hora del terrible batido y la tediosa caminata matutina. Lo sabía porque la molesta luz de mañana le clareaba los párpados, por tanto, significaba que Steve corrió las cortinas de la habitación para despertarlo. Esta era su rutina y Tony la cumplía únicamente porque lo amaba con locura.
No quería levantarse, pero era imposible conciliar el sueño de nuevo. Además, luego de un rato, esa luz se tornaría calurosa, entonces fue mejor incorporarse con los ojos cerrados. Curiosamente, no sentía la almohada bajo su mejilla, ni las sábanas sobre el cuerpo.
Intentó abrir los ojos para divisar el techo o las paredes pero no lo consiguió. Necesitó esperar un momento y lentamente deslizar los párpados hacia arriba. Poco a poco las manchas borrosas tomaron la forma de sus manos. Movió los dedos hasta que logró enfocarlos: se asomaban por la tela que le envolvía la palma hasta la primera falange. ¿Cómo fue que se quedó dormido con el sans puesto? Este atuendo se extendía sobre la piel hasta el cuello protegiendo el resto de su figura (lo diseñó específicamente para utilizarlo debajo de la armadura). En medio de la confusión una lluvia de estremecedores recuerdos le asoló; el enorme enemigo, la explosión, los ojos azules anegados en gruesas lágrimas…

Se llevó la mano al pecho (el corazón le latía a mil por hora), justo donde debía tener la herida que el sintezoide le infligió. No había un solo rasguño, el reactor estaba en perfectas condiciones. Aturdido miró en derredor; una densa niebla perfectamente blanca le rodeaba. Determinado a descubrir lo que sucedía,   caminó entre la bruma con la mayor precaución; la vista atenta a cualquier movimiento inusual, la guardia en alto y el oído en alerta. Fue así que logró escuchar el susurro de cientos de voces, como si más adelante hubiera alguna concurrencia. A penas salió, la imagen se volvió nítida y consiguió verlo:

Como él, un centenar de siluetas recortadas salieron para ser recibidos por un individuo que sostenía una tabla de cristal. Hacía anotaciones luego de realizarles algunas preguntas. A veces era el turno de ancianos, otras de adultos, la mayoría en solitario, el resto por parejas. Incluso vió algunos niños que, por el contrario a los demás, parecían saber perfectamente lo que hacían allí.
Después de ser anotados, otro "funcionario" guiaba a los recién llegados a una larga y casi infinita fila, donde parecían tan desubicados como Tony se sentía; observando todo a su alrededor en busca de alguna pista, mas no había otro panorama que la densa neblina y la luz de mañana.

Tony siguió adelante, hasta plantarse casi delante de un mostrador. Había una fila de espera menos prolongada conformada (en su mayoría) por adultos de la tercera edad. El atuendo del dependiente le pareció extraño; iba de traje blanco, desde su corbata hasta la camisa. Inmaculado, como si nada en la tierra pudiera mancharlo. A pesar de ser un hombre, había algo en su rostro que le recordaba la inocencia en estado puro, como la de un niño. Las imágenes en su cabeza se repitieron; lágrimas, súplicas, la voz y la carita de su esposo mientras le sostenía en brazos. Su cerebro rápidamente hiló todas las piezas; lo peor había ocurrido.
No.
Era imposible. Esto de ninguna manera era real.
Definitivamente era alguna especie de trance. No era la primera vez que un enemigo jugaba con su cabeza.
Cuando su certeza era casi definitiva, esa luz se hizo especialmente chocante en los ojos. Era como si entrara en su sistema y saliera por sus oídos, los ojos, la boca, limpiandolo de inseguridades. De algún modo supo que la luz era la verdad absoluta y que podía hablar sin voz. Lo que le dijo le llenó de terror.
Tragó.
Estaba tan muerto como la vida amorosa de Stephen Strange y, en contra del concepto que tenía de sí mismo, había ido a parar al cielo. Tragó de nuevo pues toda la vida había dudado de su existencia.
No había tiempo para meditaciones filosóficas sobre lo físico y lo espiritual. Debía encontrar la manera de volver, tenía un equipo en peligro y un hijo por nacer.
— Disculpa. — se dirigió a un segundo funcionario. Se trataba de una mujer que llevaba el mismo atuendo, aquel trozo de cristal en los brazos y que daba indicaciones a los ancianos en la fila — ¿Dónde está la salida? Quiero decir ¿Cómo puedo volver?
— ¿Volver?
— Si. Tu sabes… — Tony hizo un gesto con la cabeza. — necesito volver.
— ¡Oh, si! Por supuesto. — ella echó un vistazo a su tabla. Era una mujer hermosa, de piel tan blanca y lisa como la porcelana. Sus labios eran rojos como una manzana y sus cabellos castaños, cortos hasta los hombros, quebrados por ondas perfectas. Su estilo le pareció familiar. Estaba seguro de haberlo visto en las mujeres de las películas de los cincuentas. — Si, bueno. Aquí dice que acabas de llegar, asi que te va a tomar un tiempo.
— ¿Un tiempo? No, no, no. No entiendes, preciosa.  Debo regresar. — hizo énfasis en la palabra “debo” porque el arqueo de su perfecta y marcada ceja lo interpretó como una amenaza. — Escucha; mi esposo y yo estamos esperando un hijo. Mi mejor amigo, el Dr. Banner, me necesita para tenerlo con vida. El equipo entero-… Soy Tony, Tony Stark. Soy el líder de los vengadores y ellos, la humanidad, corren un gran riesgo y tengo que hacer algo, soy el único que puede hacerlo. Estarán perdidos sin mi.
— Por supuesto. — admitió asintiendo pausada y solemnemente mientras lo tomaba por el brazo. — ven conmigo.
— Lindura, ¿No me esc-...? — ¿De verdad la convenció tan rápido? Pensaba que tendrían una seria discusión.— Eso fue rápido. — Tony se sintió aliviado cuando caminó junto a ella. — Es… Es extraño. — dijo al cabo de unos pasos. — Siento que tengo aquí una eternidad y, simultáneamente, no tengo noción del tiempo. Como si las horas y los minutos no pudieran afectarme. Y el dolor…
— Está solo en tu cabeza. Pero desde luego, es normal. Tu cuerpo sufrió un gran daño después del ataque de ese sintezoide. Dio de lleno en una arteria importante, cerca del corazón y el sangrado interno fue inevitable. — Le dio unas palmaditas en el brazo y se detuvo.— Es aquí. Debes esperar al final de la fila. ¿De acuerdo?
Lo dejó allí, en medio de los fragmentos que podía recordar. Truman estaba aliado con esos seres que bien podrían destruir el planeta entero. ¿Y si había más? ¿Si no eran eventos aislados? ¿Y si Marsh estaba ayudándolos a ser toda una legión?
— ¿Sabe? Tengo algo de prisa así que… — le dijo a quien tenía delante. Tony quiso saltarse los lugares pero dos enormes custodios en sus pulcros trajes blancos lo arrastraron de vuelta al final.
— ¡Steve! — gritó a voz en cuello, con la esperanza de que, en algún lugar, donde fuese que estuviera, su esposo pudiera escucharlo. Después de todo ¿No era un lazo inquebrantable? Durante su vida de casados, en ocasiones uno terminaba las frases del otro. Si pensaba fuertemente en cuanto lo extrañaba, el teléfono sonaba con el tono que le había asignado. —¡Steeeeve! — repitió prolongando la vocal con la esperanza de hacerse oír, pero eso ocasionó inquietud en el resto de las personas que aguardaban su turno para Tony no sabía que. Forcejeó para soltarse, logrando darle un puntapié en la espinilla a uno de ellos y usando el movimiento que Nat le enseñó, se columpió sobre sí mismo para abrazar el cuello del otro con las piernas. Pensaba que ya les llevaba algo de ventaja para lograr sacarlos de combate, pero los dos lo veían sin ninguna expresión en particular, como si fueran inmunes al dolor.
— No tienes que hacerte el fuerte, se que te dolió. — le dijo Tony poco antes de que el guardia lo bajara de hombros del otro. — Oye no es personal… — trató de explicarse para evitar la paliza, pero el hombre se limitó a arrastrarlo ya fuera de la fila hasta los pies de la mujer que lo llevó hasta ahí la primera vez. Durante todo el trayecto, Tony iba llamando a su esposo.
— Gracias. — ella les hizo un gesto para que lo dejarán en sus manos, tal vez convencida de que podría manejarlo.
— ¡Steve!
— Shh… calma, calma. — le habló con paciencia.
— ¡Steve!
— El no puede escuchar-....
— ¡STEEEEEVE!
— Si continúas así causaras un alboroto.
A Tony no le importó.
— ¡¡¡¡STEVE!!!!
— Basta...
— ¡STEVE!
— ¡Callate! — espetó la mujer perdiendo la paciencia. Le cubrió la boca (y parte del vello facial) con su pequeña mano. Ella poseía una fuerza comparable a la de Thor. Por mucho que tiró, no consiguió moverla, así que continuó llamando a su esposo aunque sus gritos se ahogaban contra la piel. El resto de la concurrencia comenzó a inquietarse así que s ella no le quedó otro remedio que ceder.— Esta bien, esta bien. — lo cortó para hacerse oír entre dientes. Cuando Tony dejó de gritar, lo liberó. —  Sígueme.
Avanzaron naturalmente entre la multitud que rápidamente volvió a la calma con la asistencia de otros funcionarios uniformados. Pasaron junto algunos otros cubículos y escritorios, algunos cromados, otros parecían hechos de diamante. Se acercaron a una especie de podio, donde los miembros de la fila mostraban una serie de documentos al encargado que luego de sellarlo les administraba una inyección. El tamaño de esa jeringa logró inquietar a Tony (que jamás fue fan de los hospitales o los procedimientos médicos). Debía medir treinta centímetros de largo y tener un grosor en la aguja de al menos dos centímetros. Luego de pincharles, la puntita brillaba como una diminuta estrella que fragmentaba la luz y el contenedor de la jeringa se rellenaba por sí solo. ¿Qué tecnología era esa?
— ¿Qué pasa, Peg? — preguntó el hombre del mostrador descubriendo el siguiente hombro para aplicar la inyección.
Coulson. — Peg saludó de vuelta. — Un caso difícil. — la voz de la mujer en un susurro regresó a Tony a la realidad… si es que así podía llamársele.
Coulson hizo una "o" con la boca indicando que entendía. Peg miró a su dolor de cabeza con una sonrisa. — Estás en sus manos ahora.
Ella se alejó de vuelta por donde habían llegado y Tony no perdió un instante para acercarse al hombrecito tras el podio. Siendo otras las circunstancias, habría hecho algún comentario sobre lo que le causaba conocer a alguien cuya estatura fuese inferior a la suya, pero ya lo guardaría para después (honestamente, esperaba no tener que verlo nunca más).
— Escucha; necesito volver a Nueva York, en estados unidos.
— Se perfectamente donde está Nueva York, gracias. — Dijo el hombrecito con su carita angelical. ¿Es que todos los hombres ahí lucían así? ¿Cómo niños de ojos grandes jugando a ser adultos? — ¿Qué quiere ser? ¿Niño o niña?
— ¿Disculpa?
— ¿Quiere renacer como niño o niña?
— ¿Qué te parece si conservamos mi grandioso aspecto? Tal cual como soy ahora.
— No, eso es imposible. — El hombre mantuvo una sonrisa bondadosa pero sus palabras no lo eran. — Usted ya no tiene un cuerpo físico. Lo pierdes allá y ya no puedes recuperarlo. La carne se desecha, pero no tu alma. Para que pueda comprenderme; es un espíritu. Así que sólo puede volver si renace, ahora; ¿Niño o niña? Elija porque no tengo todo el día.
Esto le causó un renovado shock y apenas pudo reaccionar por qué aún escuchándole, no podía creerlo. Pero no había tiempo que perder, asi que se obligó a sobreponerse.
— Niño.
Coulson tecleó en su tabla y la pantalla se iluminó bajo su toque con un azul deslumbrante.
— Si, si. Aquí tengo a un varón a punto de nacer en la mística K’un-Lun.
— No, no, no. Quiero ser americano.
— Bien. — tecleó una vez más. — Tengo uno en el distrito de Harlem, afroamericano, hijo de policías de hermosa piel oscura. — Tony lo sopesó. La posibilidad era completamente atractiva ya que siempre le había gustado el tono acaramelado de su piel.
— Suena genial.
— Aún faltan tres meses para el alumbramiento.
— ¡¿Tres meses?! No. No puedo esperar tanto.
— Bueno, entonces...¡Oh!
— ¡¿Qué?!
— ¡Hay uno sucediendo justo ahora! Es varón y el parto se adelantó. Nacerá en Nueva York, hijo de una maravillosa cantante llamada Amanda Armstrong y un sujeto llamado Jude. Ambos han amasado una gran fortuna.
— ¡Lo tomo, lo tomo! ¿Por donde debo ir?
— ¡Por ahí! ¡Apresúrate!
Tony echó a correr a toda velocidad hacia la enorme rendija que nacía en el aire y que cegaba con más de esa luz de mañana. Coulson lo observó con una sonrisa pensando en que ese era un buen sujeto, sin embargo, cuando volvió a su labor notó un pequeñísimo detalle: La jeringa estaba llena.
El alma se le fue a los pies.
Regresó la mirada a la silueta oscura que atravesaba la neblina casi hasta perderse. — ¡Espere! ¡Stark! ¡Un momento! ¡Vuelva aquí! — Coulson dejó la tabla, tomó la jeringa y saltó por encima del mostrador para darle alcance. — ¡Espere, por favor! ¡La inyección! ¡No puede marcharse sin la inyección! — pero Tony no se detuvo y nuevamente atrajeron la atención del resto, incluso de Peggy, que recibía a otra decena de personas para guiarlas a nuevas filas. Con una expresión severa interceptó a Coulson que inmediatamente escondió la jeringa tras la espalda.
— ¿Qué sucede?
— Tengo que-… déjame pasar…— Coulson le suplicó.
— ¿Tienes que…? — lo presionó y él dudó un instante, pero decidió que sería peor si no lo hablaba con ella.
Tenía la lengua pegada al paladar asi que optó por mostrarle la jeringa llena y sin usar. El rostro de asombro que Peggy compuso fue para enmarcar. — ¿Olvidast-...? ¿Olvidaste administrarle la inyección? ¡No puede marcharse así!
— Lo sé… — admitió hecho un manojo de nervios.
— ¿Y si recuerda? Tienes que alcanzarlo.
— Si, si. ¡Lo sé!
Phil corrió hacia el aura pero se detuvo en seco cuando vio cruzar a Stark y ser absorbido por un destellante halo de luz.
— Oh, no…

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