Caminarás como raras veces te gusta, con esa melancolía que invade todos tus poros, un cigarro en ese dulce infierno que son tus labios. Caminarás busquando respirar un poco de aire por ellos contaminado, aún algo más puro que el que te asfixia en esas noches de desconsuelo.
Y yo te esperaré, sin buscarte, sin saber el porqué y sin pensar en encontrarte. Te esperaré en esa ingenuidad que posee mi mirada repleta de esperanza. Te esperaré con un ardor en la garganta y un dolor cerquita del alma, frente a esas orquídeas marchitas que tanto me encantan.
Nos encontraremos, sólos, un 9 de marzo o un 15 de noviembre, un sábado por la tarde o mejor un domingo al anochecer. Yo tendré 18 años, porque ahí es cuando me hubiera gustado conocerte, y tú, pues tú, cariño escoge, que al final la edad o el día, contigo nunca serán importantes.
Te esperaré en ese parque que lleva tatuado nuestras iniciales, esas que jugamos a crear la otra noche, esas por las cuales nadie nos conoce. Y llegarás sin mirarme, caminando de frente hacia un destino con el cual hemos soñado siempre. Te sentarás en el piso mojado por mis llantos, esos qué sólo imploraban tu nombre.
Te insultaré y te reirás. Te botaré el cigarro con la mano y te enojarás. Y nos abrazaremos, y se pausaran las agujas del tiempo, porque así son los recuerdos que se quedaron muertos antes de sucedidos, perpetuos o imparables. Te olvidarás de esa timidez que a ratos me invade, y yo me acordaré de todo lo que quise susurrarte.
Reinventaremos nuestro primer recuerdo, y todos los que le siguen.
Me encargaré de crear nuestras primeras peleas, y tu imaginarás motivos para reconciliarnos. Inventaremos hasta los adioses, pero sobre todo no te olvides del primer beso. Este recuerdo te regalo el hallarlo, porque yo ya lo pensé millones de veces, y cada una de ellas termina en un sigiloso "Te amo", callado por este final del cuento.