odio ser tan cursi.

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En ocasiones odio ser tan cursi, odio abrir mis venas y exponerlas para que las veas, mirar a cada segundo los mensajes con la insulsa esperanza de leerte.

Detesto ser así tan apasionada, incierta y extrema. Odio saber que no te importo, pero más odio que a pesar de todo me sigas importando, ¡Ay si yo pudiera no extrañarte! No invertiría en ti mi tiempo todo.

Te convertiste en el mal mejor de todos mis males, en la pesadilla constante de todos mís sueños y en la palabra reiterativa de todos mis escritos. Eres, esa frase que me duele y que prefiero, esa canción que me mata y que vuelvo a escuchar cientos de veces. Eres mi cruz y mi amuleto, mi seda suave y mi espina, eres lo que necesito, pero no tengo.

¡Qué insistente es mi herida! Que te ve y se abre para que la escarbes, que te entrega sin rencores toda su vida, corriendo el riego de nunca curarse.

Y todo es así, tan gris que el blanco no sabe a blanco y tan negro que el negro me alumbra cuando se hace de noche y la soledad invade mi cuarto.
No quiero esperarte, ya no hay más tiempo y me odio porque le agrego segundos a mi reloj para que llegues y nunca llegas, pero te espero.

A veces odio ser tan cursi, quisiera agarrar las palabras una a una y lanzártelas, que sean como agujas clavándose en tu piel y que te duela mi tristeza, pero no puedo. Solo me sale escribir para acariciarte.

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