un simple mortal con aires de bondad fingida.

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Pequeño, eso eres, algo que mirando por  el retrovisor se vuelve cada vez más pequeño, casi diminuto, casi imperceptible a la vista... en eso te convertiste después de haber dolido lo suficiente aquí dentro. A veces me pongo a pensar en cómo fue que pasaste de ser tan importante en mi vida, a ser solo un recuerdo que ya ni siquiera duele, y eso que te amaba con el alma, pero tu te empeñaste en abrirme los ojos y mostrarme la realidad "jamás te importé" solo querías que lamiera tu ego entre caricias tiernas y crudas verdades. Me partiste al medio, y luego, en pedacitos cada vez más pequeños, yo siempre volvía a ti con mi corazón remendado entre las manos, diciéndote cuanto te había extrañado, con todas mis ilusiones a cuestas, y tú me recibías con un abrazo para luego escupirme toda esa verborragia que suele dañar los corazones que aman de verdad. Estuve más de 365 días adorándote sin recibir un milagro, hasta que un día, el dolor llegó a pesar tanto en mis huesos, que me quebré. Me quebré por dentro, cayó toda la estantería donde estaban todas esas cualidades hermosas que yo amaba, todas esas virtudes que yo magnificaba sin darme cuenta que solo eras un simple mortal con aires de bondad fingida. Creía que te iba a amar para siempre, que dolerías por el resto de mi vida y que nunca alguien más me haría volver a sentir la misma felicidad que tú me generabas... hasta que un día, estando sola, con la venda de mis ojos en mis manos, comencé a reír con todas mis fuerzas, y esa felicidad que creía perdida, se volvió a filtrar por mis venas como café caliente encendiéndolo todo... y no eras tú, era mi amor propio recordándome que nadie duele para siempre.

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