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                                                              Dante

Las palabras de Melanie me golpearon como una bala entre los ojos. Pestañeé, buscando en su expresión una señal, algún signo, cualquier indicio de que esto era alguna broma. Pero la expresión de Melanie no cambió. Me levanté del reposabrazos listo para devolverle sus palabras, solo que mis piernas comenzaron a disolverse por lo que colapsé y me senté. Mi mirada nunca abandonó el rostro de Melanie. No hablé. No podía hablar. No podía pensar, por cierto no sobre el sonido de mi corazón latiendo como los puñetazos de un boxeador de peso pesado.

Me senté esperando, dispuesto, deseando que Melanie se retractara.

¡Ja! No es cierto.

Sólo bromeaba.

Tonta Abril.

Te lo has creído.

Pero ella no dijo ninguna de esas cosas.

No era verdad.

¿Cómo podría ser verdad?

Mi estómago estaba pesado. Una seca pesadez. Mi cuerpo comenzaba a temblar, desde muy adentro y yendo hacia fuera como ondas en la superficie de un estanque. Mi corazón no era lo único que estaba golpeando. Mi cabeza comenzaba a doler.

Comencé a recordar cosas que no quería.

La noche de la fiesta de mi amigo Rick. El día siguiente al del Boxeo, hace como dos años. Diecinueve, no, veinte meses atrás para ser exactos. Los padres de Rick estaban fuera por las fiestas, dejando a Rick y a su hermana mayor, solos en casa. Excepto que la hermana de Rick decidió pasar algunos días con su novio. Dejando a Rick solo, para irse de juerga. Bebí demasiado esa noche. Pero también lo hizo Melanie. Lo hicieron todos.

Recuerdo esa noche como si viera una serie de instantáneas. Y mientras más tarde se hacía, las instantáneas se volvían más borrosas. Melanie y yo llevábamos saliendo solo un par de meses. Y tuve una Navidad genial. Recibí la guitarra eléctrica por la que había estado molestando a mi papá, incluso sabiendo que él realmente no podía permitírsela. Melanie me compró un reloj. Yo le compré un collar. Camino a la fiesta, le advertí que su collar podría poner verde su cuello.

—Está bien —se rió—. Necesitarás una inyección contra el tétano cuando uses tu reloj. Creo que es justo advertirte.

Ambos reímos y comenzamos a besarnos, y para el momento en que llegamos a la casa de Rick se había convertido en un largo, largo beso, antes de que Rick abriera su puerta y nos arrastrara dentro.

Bailamos.

Y bebimos.

Y nos liamos.

Bailamos un poco más.

Bebimos un poco más.

Nos liamos un poco más.

Alguien gritó que nos buscáramos un cuarto. Así que unos minutos después, entre risas, nos escabullimos e hicimos justo eso. Recuerdo a Melanie reír mientras subíamos las escaleras. Estábamos tomados de las manos, creo, pero no estoy muy seguro. Fuimos al primer cuarto que encontramos y entramos. Y tomé otro trago de mi bebida. Y Melanie reía. Y empezamos a besarnos.

Más instantáneas.

Era la primera vez... para ambos.

La primera y única vez.

Y toda la cosa... bueno, terminó antes de que tan siquiera comenzara. Había sido una carrera de “pestañea y pierde”, no una maratón pulida y practicada. A decir verdad, me sentí desanimado. Recuerdo haber pensado ¿Entonces esto es? ¿Esto es todo? ¿Así que cómo podría uno solo encuentro, que duró solo eso...? No, esa no es la palabra. Eso no duró. No iba a durar. Y por cierto no en la forma de... de...

—Oh, mi Dios...

Mi mirada se desvió de Melanie al aún dormido contenido del cochecito.

Un bebé.

Un hijo.

¿Mi hija?

—No te creo. —Me paré otra vez—. Mi nombre ni siquiera está en el certificado de nacimiento. ¿Cómo puedes estar segura de que es mía?

 Una novela de  Malorie Blackman

Boys Don't CryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora