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                                                             Dante

No pude dormir esa noche. No era Emma me mantuviera despierto, no lo hizo.

Para mi sorpresa, ella durmió toda la noche, así que fue un resultado inesperado. No, lo que me mantuvo despierto fue otra cosa. El miedo, como un animal hambriento royendo en mí. Miedo al futuro. Miedo a lo desconocido. Miedo como nunca he sentido antes. Más de una vez me levanté y me situé al lado de la cama, sólo mirando a Emma. Una vez, dos veces a lo más, le acaricié la mejilla o el pelo antes de que comprendiera lo que tenia hacer. Pero cuanto más miraba, más miedo tenía ―y no por mí, sino por ella. Se merecía más de lo que yo podía darle. Se merecía más que ser abandonada por su madre. Francamente se merecía algo mejor. Pero creo que nadie puede elegir a sus padres. Simplemente tenías que cargar con lo que tenías.

Había sido una noche extraña después de que papá y yo tuvimos nuestra pelea.

Después de una de nuestras mega-discusiones, por lo general me voy a mi habitación, papá se retiraría a la suya y Adam se quedaría abajo viendo la televisión solo.

Pero no esta vez.

Papá se puso a armar la silla alta, mientras que Adam se ponía de rodillas y comenzaba a hacerle caras graciosas a Emma, haciéndola carcajearse. Traté de ser útil, clasificando todas las cosas que mi padre había comprado. Pero todo lo que hice fue cambiarlos de un lugar de un sofá al otro y viceversa. Cuando papá salió de la habitación para llevar la silla a la cocina, Adam rondó sobre mí.

―¿Qué demonios, Dante? ¿Cuál es tu problema? ―preguntó, moderando su tono de voz después de una rápida mirada a Emma.

―¿Qué? ―Papá está haciendo su mejor esfuerzo. ¿No puedes siquiera poner algo de tu parte?

―Espera un minuto ―comencé. Un gemido de Emma y su rostro arrugado por la ansiedad me obligaron a sonreír y cambiar mi tono también. Tomé una respiración profunda―. Estoy más que dispuesto a reunirme con papá a mitad del camino, pero él no va a dar un paso en mi dirección ―hablaba en voz baja para Emma no se alarmara―. ¿Lo oíste decir “felicitaciones” o “bien hecho” cuando le dije de los resultados de mi examen? Porque yo no.

―No, no he oído eso ―admitió mi hermano, adoptando la misma cantaleta en tono dulzón por el bien de Emma―. Pero no he oído un solo “gracias” cuando viste lo que papá compró para Emma tampoco.

―Ya he dicho gracias.

―No, no lo hiciste ―insistió Adam―. El problema contigo y papá es que son demasiado parecidos.

―¿Estás loco? ―Estaba indignado―. Yo no me parezco en nada a él.

―Sí, sigues diciéndote eso ―se despidió Adam. Se dio la vuelta de nuevo hacia Emma y empezó a poner más caras. Luego la levantó y la puso de pie―. Vamos, Emma. Camina hacia tu papá. Ve adelante. Camina hacia tu papá.

Eso me puso en marcha. La palabra “papá” arañó mi piel como fuertes uñas. Papá volvió a entrar en la habitación.

―¿No quieres caminar hacia tu papá? No te culpo ―dijo Adam, pensando que estaba siendo gracioso―. Camina hacia tu abuelo en su lugar. ¿Puedes decir "abuelo"? ―¡Oh, Dios mío! ―exclamó papá―. ¿“Abuelo”? Ni siquiera tengo cuarenta todavía. Papá hizo que sonara como si los treinta y nueve años, estuvieran a eras de distancia de los cuarenta.

Boys Don't CryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora