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                                                              Dante

Me senté despacio, mis dedos curvándose en la alfombra azul.

—Dante, estamos de vuelta. —La voz de Adam se oyó desde el pasillo—. ¿Llegaron los resultados de tu examen? ¿Cómo lo hiciste? Apuesto a que pasaste.

—¿Pasaste? —La voz de papá siguió la de Adam hacía arriba.

Me dirigí a la parte superior de la escalera, donde me senté. Mi corazón estaba golpeando contra mis costillas. Papá y Adam me miraron expectantes.

—Entonces, ¿cómo te fue? —preguntó Adam con impaciencia.

—Cuatro Sobresalientes.

—¡Lo sabía! —dijo Adam con una enorme sonrisa en su rostro.

—Así que te las arreglaste para pasar, ¿verdad? —dijo papá.

Me tragué la decepción ardiendo dentro de mí. Pero, ¿qué esperaba yo? ¿Elogios por conseguir mi nivel ‘A’ a los diecisiete años en lugar de los dieciocho? ¿Elogios por trabajar duro? Algo de esperanza.

—Sí. Me las arreglé para pasar.

—Bien por ti.

No te esfuerces, papá, pensé con amargura.

Nos miramos. Adam miró de mi padre a mí y de vuelta otra vez, desconcertado —de la forma en que mi hermano lucía desconcertado cada vez que papá y yo teníamos una ‘conversación’.

—¿Irás a la universidad entonces? —dijo papá.

Me obligué a no mirar hacia la sala de estar. —Ese es el plan. Papá dio un resoplido antes de dirigirse a la cocina. —Si yo tuviera tus posibilidades, sería millonario en estos momentos.

Y si tuviera una libra por cada vez que he oído eso yo sería un multimillonario en estos momentos.

Papá se volvió hacia mi hermano menor. —Adam, haré un café antes de irme al trabajo. ¿Quieres uno? Puedes utilizarlo para tomarte un par de analgésicos.

—No, gracias —respondió mi hermano.

—¿Quieres tomar algo, Dante?

Yo era una idea de último momento. —No, gracias, papá.

Mis puños estaban apretados, y ni aún por mi vida, podía hacer que mis manos se relajaran. ¿Mataría a mi padre mostrar un poco más de entusiasmo?

—Así que eso significa que te irás de aquí y podré mudarme a tu dormitorio. ¡Sí! —Adam dio un puñetazo al aire. Entonces, su mano voló a su sien y dejó escapar un gemido. ¡Que le sirva!

Fruncí el ceño. —Trata de no extrañarme demasiado.

—¿Estás bromeando? No te extrañaré en absoluto, —se burlaba Adam, todavía frotándose su sien—. Papá, ¿puedo volver a pintar la habitación de Dante cuando se vaya? —gritó hacia la cocina, antes de volverse hacia mí—. Todos esos patéticos posters tuyos pueden venirse abajo para empezar.

—¿Para ser reemplazados por qué? ¿Posters de mariposas?

—Mariposas y huracanes, —dijo Adam, haciendo referencia a una canción de su banda favorita.

—Mariposas y gatitos de ojos grandes, querrás decir.

Adam echó un vistazo alrededor para asegurarse de que papá no estaba mirando, antes de agitar dos dedos en mi dirección. Si sólo papá pudiera ver lo que Adam, su pequeño ángel, levantaba a sus espaldas.

Y todo el tiempo, en la sala de estar...

Esto era insoportable —como esperar que el otro zapato caiga. Un zapato de hormigón, soltado desde una gran altura y cayendo directamente a la parte superior de mi cabeza. Miré hacia la puerta entreabierta del salón —Adam empezó a subir las escaleras, con una sonrisa lejana ante la perspectiva de conseguir mi dormitorio.

—Entonces, ¿qué ha dicho el médico, cara de sarna? —Le pregunté.

La sonrisa de mi hermano desapareció. —Ella quiere mandarme al hospital local para un examen de sangre.

—¿Qué te pasa?

—Nada —aparte del hecho de que tú eres mi hermano, —respondió Adam.

Estaba a punto de darle a Adam la respuesta que se merecía cuando un inconfundible sonido provino de la sala de estar. Nada tan robusto como antes, pero aún igual de sonoro e inoportuno. La cabeza de Adam dio vuelta hacia

la dirección del ruido. Y el hecho de que el ruido hubiera comenzado abruptamente significaba que no podía ser la televisión o el estéreo. No había manera de que saliera de esta.

—¿Qué demonios...? —Papá salió de la cocina.

Me levanté lentamente, mi corazón saltó y mi estómago dio un vuelco. Papá se dirigió a la sala de estar, seguido de cerca por Adam. Me dirigí a la planta baja, cada paso como de plomo.

—Dante, ¿que está pasando? ¿Por qué hay un bebé aquí?

Yo estaba en la puerta de la sala de estar cuando papá le frunció el ceño al bebé. Se volvió hacia mí cuando no obtuvo respuesta.

—¿Dante? —Es... Melanie lo trajo. Temprano esta mañana. ¿La recuerdas? Melanie Dyson. Su nombre... el nombre del bebé es Emma. Emma Dyson.

—¿Melanie está aquí? —Papá miró hacia el techo con el ceño fruncido. —¿Ella está arriba?

—¡Ooh! Dante está arriba con una novia. —Adam sonrió.

En ese momento yo realmente, realmente quería golpearlo.

—Ella no es mi novia. Y no está arriba. Se ha ido...

—¿Adónde? —preguntó papá.

—Dijo que iba por algunos pañales y otras cosas para la bebé —le respondí—. Pero ella... ella...

—¿Qué? —El ceño fruncido de mi padre se profundizó.

Tragué saliva. —Ella no va a volver.

—¿Qué demonios…? —Papá miró de mí a la bebé, y viceversa—. ¿Por qué dejaría a su hermana pequeña aquí? ¿Ha habido un accidente?

—No es su hermana. —Tomé una respiración profunda—. Es su hija.

—¿Su hija? ¿Por qué razón en la tierra traería...? —Papá me estudió, entornando los ojos—. Adam, sube a tu habitación y haz algo.

—¿Como qué?

—No sé. Encuentra algo —espetó papá—. Y cierra la puerta detrás de ti.

La mirada de mi padre me invadió como un faro, dejándome sin un lugar donde ocultarme.

Una novela de Malorie Blackman

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Boys Don't CryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora