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                                                             Dante

 

Era la mañana anterior a que papá regresara a casa, y gracias a Dios que él no estaba solo. Adam lo acompañaba. Estaba sorprendido de ver a mi hermano regresar a casa tan rápido, para ser honestos. Pensé que lo dejarían en el hospital al menos por otra noche. Pero supongo que ellos necesitaban las camas. Estudié a Adam pero él no se veía realmente diferente. No como papá. Papá se veía más que cansado, como si hubiera envejecido por lo menos cinco años.

Una de las citas favoritas de papá se estrelló en mi cabeza: Otros cinco años perdidos de mi vida...

Solo que esta vez, ni siquiera se acercaba a ser gracioso. Recordé cuando Emma casi se cae por las escaleras, cuando se golpeó los dedos con la tapa del inodoro, cuando se cayó del tobogán en el parque para niños.

Cinco años perdidos de mi vida...

Me preguntaba con una irónica sonrisa, ¿podría la gente ser inmortal si no tuvieran hijos?

―Hola, Adam ―dije.

―Hola, Dante ―replicó Adam débilmente.

―Adam, ¿estás bien, amor? ―preguntó tía Jackie, saliendo de la sala de estar cargando a Emma.

―Estoy bien ―Adam no estaba como para contestar ninguna pregunta más. Se dirigió directamente a subir las escaleras hasta su cuarto.

―¿Qué sucedió en el hospital? ―le pregunté a papá.

―Le lavaron su estómago y le dieron alguna clase de brebaje de carbón vegetal para evitar que siguiera absorbiendo más hacia su sistema sanguíneo ―replicó papá―. Afortunadamente se tomó las tabletas temprano esta mañana. Si se las hubiera tomado tarde en la noche y luego se ahogara...

Papá no necesitaba decir nada más. Miró hacia la parte superior de las escaleras, detrás de Adam, como no supiera qué hacer ahora.

―Iré a hablar con él, papá ―comencé a subir las escaleras.

―No, yo debería... ―comenzó papá.

―Por favor, papá. Déjame ―dije.

Papá suspiró.

―Está bien. Dios sabe que he tratado pero yo simplemente no veo como llegar a él.

Subí las escaleras. Toqué una vez, y entré al dormitorio de Adam. Estaba sentado otra vez en su silla mirando el jardín trasero.

―Hola, Adam.

―No recuerdo haberte invitado a pasar ―Adam ni siquiera se dio la vuelta para mirarme.

Me senté sobre la cama.

―¿Cómo te sientes?

―Me arde la garganta ―dijo Adam―. Y realmente no estoy de humor para otro sermón.

―No voy a darte ninguno ―negué.

―Bien, porque quiero que me dejen solo.

No. Nunca más.

―Leí la carta de Josh ―dije.

Adam se puso rígido por un momento.

―No tenías derecho.

―Tampoco tú ―ambos sabíamos que no estaba hablando sobre leer la carta―. Dime algo, ¿tuvo la carta algo que ver con... con lo que hiciste?

Boys Don't CryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora