CAPITULO 5 : Celos.
La puerta se cerró tras el morocho dejando a Kurt totalmente confundido. ¿Qué rayos había sido todo eso? Sus pies se deslizaron mecánicamente hasta el sillón, donde Mike lo miraba preocupado.
- ¿Quién era? – le preguntó. Kurt no contestó. – Kurt…¿Estás bien?
El castaño no apartaba su vista del suelo. En verdad quería creer las palabras de Blaine, pero una parte de su mente solo le decía que el morocho mentía. Que el
ojiverde le había dicho eso para que estuviera dispuesto para él siempre que Sebastian no estuviera cerca.
Sintió una cálida mano sobre su hombro que lo TRAJO a la realidad.
- Los siento Mike, yo sí…. Estoy bien. – tartamudeo.
- El asiático se removió algo incomodó en el sillón.
- Emm.. yo… creo que es mejor que me vaya Kurt.
El joven de porcelana solo asintió, y no se levantó ni siquiera para saludar a su amigo. En cuanto Mike se hubo ido subió las ESCALERAS corriendo y se acostó en su
cama.
No soy tu juguete Anderson. PUEDES tirarte a todos los que quieras, pero no juegues conmigo.
Las lágrimas caían ligeramente por su rostro, y pronto el sueño lo invadió.
- Hey, - sintió que lo zamarreaban ligeramente – Kurt.
El Castaño abrió los ojos encontrándose con su gigantesco hermanastro a su lado.
- ¿Qué sucede FINN ? – no tenía ganas de hablar con nadie.
- Quería saber si nos puedes acompañar a mí y a Rachel a comprarle un regalo a su prima, que cumple años.- Kurt suspiró y se incorporó. – ¿Te sientes bien amigo?
- Si, y ya te dije que no me llames así. – le contestó cortante. - ¿Cuándo quieren ir?
- Ahora.
- ¿No es un poco tarde?
- La fiesta es mañana, y Rachel invitó a todo el CLUB Glee, hace unas horas. Así que es una salida de emergencia.
- Ok, voy.
Blaine salió de la casa de Kurt apretando los puños. Y luego le decía a él que se revolcaba con Sebastian, cuando no había perdido el tiempo y ya tenía a un musculoso
joven, de su edad, atractivo y sudado en su sillón.
Se subió a su Impala y condujo HASTA su casa. No tenía ganas de cruzarse con Cooper y mucho menos con Santana. En cuanto llegó, se bajó del auto y abrió la
puerta. El recibidor estaba en completo desastre, había ropa, cajas de pizzas vacías, y papeles tirados por el piso. El morocho gruño, y se recordó mentalmente sacarle
las llaves de su casa a sus compañeros de banda, si quería poder dormir en un COLCHÓN sin manchas extrañas, cortesía de los tórtolos de Nick y Jeff (a veces se
estremecía al pensar qué diablos habían hecho sobre su cama), o comer en una mesa con cuatro patas y no dos y media, como había terminado con la última pelea de Wes y Thad.
Se acostó en el sillón, parándose antes para tirar un par de hojas, un par de camisas y dos pantalones, que claramente no eran de él. Cerró los ojos, y trató de
quedarse dormido, pero solo veía un par de ojos azules brillosos, seguidos por dos faros grises con las pupilas dilatadas de deseo, y por último dos orbes color verde marino rebosante de lágrimas.