CAPÍTULO VI

40.3K 5.3K 1K
                                    

CLANN - I hold you





Una vez en el auto, ella lo miró interrogante.

—¿Eres de Brasil? —Lo acusó con ojos chispeantes. Él sonrió, cínico.

—Por Dios, Glía, no te hagas la inocente, sabes muy bien quién soy y de dónde soy, no finjas más por favor.

—Jamás me lo dijiste... yo pensé que vivías aquí —Antonio colocó un par de dedos en el puente de la nariz claramente agotado.

—Eres asombrosa, incluso allá adentro lograste hacerme sentir conmovido...

— ¡¿De qué hablas?! Yo no te pedí nada, yo no te busqué, yo no te quiero a mi lado —le gritó desesperada. Un atisbo de duda cruzó la mirada de Antonio, para enseguida volverse de nuevo dura y arrogante.

—Pero no tardabas en hacerlo, después de todo tu novio se mantenía cercano para saber de ti... ¿No? —Glía palideció. Gregorio. Maldición. Recargó la cabeza en el asiento sintiendo de nuevo la punzada. Antonio estuvo a punto de preguntarle si se sentía mal, pero decidió perderse por la ventana, no caería en su juego—. ¿No vas a decir nada?, te duele saber que te alejarás de él —la provocó molesto, celoso.

—Esta bebé es tuya —admitió sin verlo, sin tener energía para erguirse. Él giró hacia ella.

—No tengo por qué creerte, pero no te preocupes, no pienso regresarte a ese lugar mientras exista una posibilidad de que sea mía. Así que harás lo que el doctor indica y en cuanto estés mejor nos vamos a Brasil.

—No quiero ir a Brasil —declaró débil aún pensado en lo que le acababa de decir sobre aquel hombre que tanto odiaba.

—Irás, no tienes opciones... si es mi hija nacerá donde le corresponde, en mi país.

—Te odio... te juro que te odio —lo dijo con tanta calma, con tanto dolor, que sintió como el sentimiento recorría su pecho congelándolo.

Feiticeira mentirosa —musitó. Glía no comprendió lo primero, pero no se humillaría más, sentía las lágrimas escocer. Sin embargo, no lloraría, aún le quedaba un tiempo ahí, en México, además qué más daba dónde naciera, era su padre, tendría que cuidarla, que protegerla y aunque sentía desprecio por él, prefería estar a su lado protegida, que a expensas de Gregorio. Sin saberlo Antonio había llegado a ese lugar justo a tiempo.

Se detuvieron en un sitio pequeño y pintoresco.

—Vamos a que desayunes —le ordenó aun dolido por sus palabras.

—Prefiero no comer que hacerlo a tu lado —escupió sin moverse. Antonio apretó los dientes.

—Escuchaste al médico, tienes que cuidarte... así que bájate o te bajo —ella lo miró, sabía que lo haría. Descendió despacio pasando dignamente a su lado con los ojos llameantes.

Se sentaron sin que nadie reparase en ellos. Un mesero muy joven se acercó a tomarles la orden. Pero ella no parecía tener la mínima intención de leer la carta. Antonio pidió por los dos.

—No te hagas la digna... no te queda el papel —se veía espectacular así de enojada, a pesar de estar vestida con esos harapos y no traer ni una pizca de maquillaje.

—Te vas a arrepentir de todo esto, Antonio —logró decir contemplando el exterior. Algo en su actitud lo hizo dudar de nuevo. Maldición. Esa mujer le tenía bien tomada la medida.

—Ah sí... Y se puede saber ¿Por qué?... Me usaste, te di lo que querías, no pretenderás que un hijo mío crezca en el círculo en el que tú te mueves. Nadie puede juzgarme de mal padre y un desalmado... podría dejarte a la deriva y lo sabes.

Detestable error © (Versión extendida a la venta por Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora