CAPÍTULO XV

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Lauren Daigle - Rescue



Glía permaneció en su cama recostada sintiéndose nerviosa, alterada, desconfiada. En toda la tarde no vio a Antonio, se encerró en su despacho y no salió de ahí para nada. No comió, ni cenó con ellas y no había pasado a ver a Camelia. Algo no andaba bien, algo estaba diferente en su comportamiento... Algo cambió y eso la aterraba.

Por un lado moría por verse libre de toda esa situación, estaba harta de que la juzgara de esa forma, de vivir así. Pero por otro, temía que hubiera decidido alejarla definitivamente, que ella y Camelia no volvieran a tenerlo cerca... Antonio no era malo; era arrogante, un hombre con poder y acostumbrado a ser víctima de gente sin escrúpulos, lo entendía, aunque eso no lograría que olvidara todo lo que ya había sucedido entre ambos. Sin embargo, tenía que ser práctica, si la liberaba porque estaba harto o cansado de ellas lo mejor era que intentara rehacer su vida, ¿pero cómo?... Regresar a México; Gregorio daría con ella algún día, no obstante, quedarse ahí... tampoco era lo ideal, ni siquiera hablaba portugués... ¿Cómo sacaría a su hija adelante?

Se retorció en la cama sin saber qué hacer. Debía terminar su carrera, tenía que ser alguien en la vida, conseguir ser un ejemplo para Camelia, no podía depender de la buena voluntad o corazón de Antonio, ni tampoco abusar del hecho de que ella fuera la madre de su hija, tenía que lograr volver a ser una mujer autosuficiente, independiente, pero de nuevo el "cómo" la devastaba. Por otro lado si él algún día se casaba y engendraba hijos legítimos, ellas quedarían relegadas a un segundo o tercer plano. Glía tenía que ver por ambas, era su obligación. Nunca se rindió, jamás agachó la cabeza, era momento de enfrentarlo todo... Tenía que hablar con él, y si era verdad que nunca le quitaría a la niña entonces debía ver en qué términos quedaría su situación, porque como se encontraba todo ya no lo soportaba, era humillante y la estaba convirtiendo en alguien que no reconocía, en alguien que no era ella.

Era de madrugada cuando escuchó a Antonio dirigirse a su habitación. Sus pasos duros y certeros eran inconfundibles y en el silencio de la noche se oían aún más fuertes. Anduvo por la recámara y luego escuchó la ducha. Sin poder evitarlo, su cuerpo sintió un líquido caliente viajar por todas aquellas zona que solo él había explorado. Cada que lo tenía cerca sentía como cada poro de su piel reaccionaba por mucho que intentaba sentirse indiferente a su presencia, no obstante, recordarlo así; desnudo, colosal, asombroso, solo logró dejarla con la boca seca y deseando que él la hiciera sentir mujer, deseada, segura.

Se cubrió hasta el rostro con las cobijas regañándose a sí misma; ese hombre no era para ella y ella no era para él, se lo acababa de decir y eso era lo mejor... Antonio la despreciaba y la creía capaz de lo peor. Por otro lado, ella jamás podría pertenecer a ese mundo lleno de superficialidad y despotismo.

Cerró los ojos e intentó pensar en su infancia, en las cosas agradables de su vida, pero Ana siempre aparecía recordándole que no era la que brillaba, que nada de lo que hacía nunca era suficiente. Con lágrimas en los ojos se levantó y fue hasta la habitación de Camelia, la observó dormir serena, tranquila. Esperaba que de verdad todo estuviera bien con ella. Se sentó en un sofá lejos de la cama que ocupaba Fábia y miró por la ventana intentando poner su cabeza en blanco. Sin saber cómo quedó profunda ahí hecha ovillo en aquel sillón para una persona.

Antonio despertó temprano y ansioso por ver a su hija... y a ella, pero por ahora se tendría que conformar con Camelia, Glía debía estar aún dormida.

Entró sigilosamente a la habitación de la niña. Lo primero que vio fue a Glía acurrucada sobre ese sofá, con una cobija encima, estaba dormida. Fábia se acercó a él sin que lo notase.

—Parece que no podía dormir, creo que llegó en la madrugada —Antonio asintió observándola deleitado. Le dio un beso a la niña mientras Fábia la traía en brazos y le daba un biberón. Caminó hasta Glía sin saber muy bien qué hacer, parecía incomoda. No tenía corazón para dejarla ahí, así, sin embargo, temía despertarla. Se puso a su lado en cuclillas y la observó más detenidamente. Respiraba tranquilamente, su cabello cubría parte de su mejilla y tenía sus labios entre abiertos. Sin pensarlo mucho la cargó pegándola a su cuerpo. La joven se agitó pero no despertó y enseguida se volvió a acomodar sobre su hombro musitando cosas entre sueños. Salió de la habitación llevándola a la suya. La depositó con cuidado sobre la cama. De pronto abrió los ojos y lo miró desconcertada, incluso asustada. Eso le partió el alma.

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