CAPÍTULO VII

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The proof of your love - King & Country





Antonio aterrizó en México casi a media tarde. Tenía una cena de gala que habría podido evitar ir, pero que le daba el pretexto ideal para ver a Glía. Sabía por Camilo que se encontraba mejor, pero no ahondaban en detalles. Necesitaba verla, no le importaba si discutían o si no hablaban, sólo quería admirar esa cabellera, esos ojos que no lograba sacar de su mente en todos esos días, además quería asegurarse por sí mismo que de verdad esa palidez hubiese desaparecido.

Llegó en la madrugada al apartamento. Había querido salir temprano de aquella fiesta superflua y llena de gente prepotente, pero esa modelo galesa parecía no querer soltarlo, al igual que un par de inversionistas incomodos. Al final, en una jugada maestra, logró endosarles a la bella mujer que no despertaba nada en él y desapareció sin despedirse. Sentía que ese par de copas de champaña lo relajaron, pero no lo suficiente como para olvidar a esa chica endemoniada.

Maldição feiticeira ruivo —susurró al observar su puerta. Se quitó la pajarita y el saco dejándolos en la silla que estaba a un costado de su habitación. Abrió despacio. Todo estaba apagado, pero las persianas no estaban corridas, la ciudad iluminada quedaba expuesta sin problemas, al igual que la luz de la luna que se proyectaba en su piel que parecía de porcelana. Quería verla mejor, no se podía conformar con la pobre imagen que lograba absorber sus ojos cansados.

Se acercó sigiloso hasta quedar a lado de la cama. Estaba acurrucada. Las cobijas estaban en el suelo y solo la cubrían a medias la sábana de lino que dejaba expuesta una pierna flexionada. Se sentó, sin poder evitarlo, con mucho cuidado. Ella ni siquiera se movió. Acercó lentamente una mano hasta uno de sus brazos y lo acarició apenas. La joven giró el rostro al sentir el leve contacto. Se detuvo, pero al ver que seguía dormida se aventuró más y lo recorrió con la yema de los dedos.

Definitivamente se veía mejor, sus ojos ya no tenían esas ojeras y su boca estaba sonrosada, perfecta. Sin poder evitarlo descendió hasta ella cansado de luchar con el deseo, con las ganas de tocarla.

Glía despertó al sentir que algo tibio y húmedo tocaba sus labios, no supo qué hacer cuando se dio cuenta de que era él, sobre ella, besándola. Se quedó paralizada.

Antonio notó su reacción, abrió los ojos y los clavó en los suyos que se hallaban claramente turbados, confusos. Ella colocó una mano sobre su hombro alejándolo desconcertada.

—Basta de este juego... Glía, por favor... —le dio otro beso mientras bajaba sus manos hasta su vientre hinchado—. Dejemos todo a un lado... —le rogó con voz ronca. Se sentía confundida, no podía ser, no tenía ni idea de que estaba ahí.

—Antonio —pudo articular ahogadamente, pero su mirada era suplicante, agónica.

—Te deseo... tú me deseas... Esta vez será diferente... —justo cuando lo dijo tomó uno de sus sensibles pechos. Glía gimió algo asustada, pero no pudo poner resistencia. Si él estaba ahí era por algo. Dijo que dejaran todo a un lado, eso era lo que quería, lo que ambos necesitaban.

Antonio notó que bajaba sus defensas y se relajó volviendo a besarla. Esta vez lo hizo de forma más decidida, más exigente. Glía parecía tensa, no saber qué hacer, sin embargo, le devolvió el gesto de la misma forma.

Se quitó la camisa de inmediato, al tiempo que despojaba a Glía del camisón de algodón. Ella se ruborizó; estaba embarazada, sus pechos ahora eran más grandes y su barriga no debía resultar precisamente sensual. Sin embargo, Antonio, sentado a su lado la observó con adoración, con veneración al tiempo que tomaba sus manos para evitar que se cubriera.

Muito belo —dijo en portugués. Pestañeó sin comprenderlo–. Eres perfecta, Glía —apresó con sus manos uno de sus hinchados pechos mientras ella gemía ante los sensible que estaban. De inmediato sintió como algo primitivo despertaba en él ante ese gesto.

Detestable error © (Versión extendida a la venta por Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora