CAPÍTULO III

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Freya Ridings - Lost whithout you



Glía observó la puerta de fierro mal pintada sintiéndose más sola que nunca. ¿Qué sucedió? ¿Por qué la trató así? ¿Cómo supo lo que Gregorio le exigió? Tomó el pequeño papel y lo abrió, era un cheque de varios miles de pesos. Sintió que se ahogaría, que no podía respirar. Las lágrimas emanaban sin poder detenerlas. Antonio hizo todo eso con premeditación, por eso no fue dulce, por eso la trató como... basura.

Experimentó un deseo enorme de salir corriendo tras él, de explicarle, pero se detuvo. De nada valdría y después de todo eso era lo mejor, al final no era un príncipe como ella creyó, era igual de despreciable que cualquiera, la usó para saciar su deseo, la hizo suya pagando por ello y ella... tampoco se opuso.

Se dejó caer sobre sus viejas sábanas y lloró sin poder detenerse toda la noche. Después de todo ¿de qué manera la vida le tenía que hacer entender que la felicidad no era para ella, que no valía más de lo que tenía en la mano?

Por la mañana salió a trabajar completamente destruida y con todo el cuerpo adolorido, sobre todo aquella zona que jamás fue explorada. Aún en el autobús continuaba llorando. Llegó a aquella papelería donde trabajaba en el turno matutino, nadie le preguntó nada. Después salió corriendo para llegar a tiempo a la cafetería. Cuando la jornada terminó se sentía molida y nuevamente entumida de dolor. Antonio era el único que despertó en su ser la esperanza, las ganas de vivir, sin embargo, no entendía qué ocurrió, qué era lo que sabía, de lo único que estaba completamente segura era que no tenía justificación para haber hecho lo que hizo, pensara lo que pensara de ella.

Los días pasaron grises, tristes y planos. Margarita fue a la única que le contó todo lo que pasó, lo que le dolió la actitud de ese hombre del que se enamoró irremediablemente, omitiendo hasta qué punto se dejó llevar por la pasión y la forma tan vil en que la ignoró; eso era demasiado humillante, demasiado doloroso.

Un par de semanas después llegó a su apartamento, exhausta. Abrió deseando tomar una larga ducha y meterse bajo las cobijas.

—Hola, pequeña. —Al escuchar esa maldita voz se detuvo en la oscuridad. Él se encontraba dentro de su casa, sentado cómodamente en su roído sofá.

Prendió la luz sintiendo como el corazón le martilleaba presa de un asombroso miedo. No entró y permaneció en el umbral consciente de lo que él podía hacerle y comprendiendo que por muy egoísta que Antonio hubiera sido, ese hombre sí la podría lastimar de verdad si lo deseaba.

—No te quedes ahí, pequeña, pasa, estás en tu casa —la instó, burlón. Ella no se movió y lo miró con repulsión.

—¿Cómo entraste? —quiso saber con voz temblorosa. Gregorio la contempló extasiado; esa chica era bellísima, inocente, vulnerable y contaba con una entereza que no dejaba de asombrarlo. Todo ese tiempo siempre la mantuvo vigilada. Afrontó todo de una forma asombrosa, sin humillarse, sin pasar por encima de sí misma. Era toda una mujer y algún día, cuando todo terminase, sería suya. La colmaría de lujos, de placer, tendría esa hermosa cabellera enredada en sus manos cada noche. Pero por ahora era negocio, su maldita hermana le robó información muy cara y lo traicionó dándosela al imbécil de Gilberto, su hermano mayor, ahora esa arpía era su amante y gracias a ella perdió a un par de hombres y bastante dinero.

Miró a Glía compadeciéndola, durante un minuto, por la hermana que tenía. ¿Cómo dos seres tan similares, educados bajo las mismas reglas, podían ser tan diferentes? No era que él y su hermano no lo fueran, pero en lo esencial, eran tan parecidos que por algo se dedicaban a lo mismo, pero ella, ella era pura, limpia, hermosa.

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