Piénsalo bien - Lu
Glía estaba lista justo a las ocho. Se había puesto el hermoso vestido, con unas sandalias de piso del mismo color del cinturón, que gracias a Dios, le compraron hacía unos meses junto con la ropa de maternidad. Se recogió el cabello en un moño suelto y se aplicó un poco de mascara y rubor que prácticamente nunca había usado y que adquirió de la misma forma que lo demás.
Jugó un rato con Camelia. Fábia le dijo, con aprobación, que se veía muy bien, por lo que se sentía más segura de sí.
La puerta se abrió de repente. Él estaba ahí, la había ido a buscar a su habitación y al no verla, dedujo donde se encontraría, no falló. Estaba de pie junto a la cuna con Camelia en brazos cantándole una canción de cuna, parecía una diosa griega, nunca la había visto así. Era tan perfecta, tan elegante y no necesitaba grandes artículos para lucir como en ese momento, sabía muy bien que si fuera a un lugar concurrido él sería el objeto de envidia de muchos.
—Buenas noches —Glía giró s la puerta clavando sus inmenso ojos verdes sobre él. En cuanto lo hizo quedó sin aliento, sudoroso, como un adolescente.
—Buenas noches —contestó al verlo vestido sin ese rígido traje. Llevaba unos pantalones oscuros de tela de gabardina que sospechaba estaban hechos a su medida, pues le quedaban como guante en ese asombroso cuerpo que poseía, una camisa gris abierta casualmente en el cuello y su cabello húmedo sin peinar. Respiró un poco nerviosa sintiendo, como siempre, como cada célula traicionera reaccionaba ante su presencia imponente.
Antonio entró unos segundos después y se acercó a ellas presa del hechizo que ambas ejercían sobre él.
— ¿Puedo? —Glía le dio a la pequeña sin chistar. Lo observó mecerla y acariciarle su rostro de esa forma en la que solía—. Te ves... hermosa —le dijo mirándola de pronto. La joven alzó la vista ruborizada.
—Tú... también te ves... bien —él sonrió complacido, sabía que se sentiría más relajada si iba con menor pomposidad, además recordaba que en un par de ocasiones le dijo que se veía más joven y accesible con el cabello sin fijadores, por lo mismo decidió dejarlo así.
— ¿Nos vamos? —Le preguntó sereno, sin embargo, la causa de su noches sin dormir y de millones de duchas heladas, miró a su hija un tanto aprensiva. Era la primera vez que la dejaba sola, él sabía muy bien lo que sentía, de nuevo lo experimentaba, pero la niña estaría bien.
—Yo me encargaré de Camelia, no saldré de aquí para nada, Glía —le recordó Fábia tomando a la bebé sonriendo.
— ¿Estás segura? —Consiguió decir dudosa.
—No estaremos lejos, Glía y Augusta también permanecerá en casa, todos aquí saben qué hacer, pero además nuestra pequeña está bien... —la joven suspiró asintiendo.
—Lo sé, es sólo que...
—Te entiendo, no te justifiques, es normal —avaló acariciando su mejilla y clavando sus ojos grises en esos preciosos pozos verde–. Camelia tiene a la mejor madre —Glía sonrió alejándose de ese tacto que le quemaba.
—Vamos antes de que me arrepienta —él asintió sintiendo el dolor de su rechazo.
Al salir de la casa, en vez de subirse a uno de los autos, como ella esperaba, un pequeño carro de golf los esperaba. Glía lo miró sin comprender.
—Ya verás, vamos a un lugar donde nadie nos interrumpa —se subió a su lado. Antonio condujo a través de los jardines hasta llegar a la playa quince minutos después. Glía no había ido hasta ahí.
ESTÁS LEYENDO
Detestable error © (Versión extendida a la venta por Amazon)
Lãng mạnSin percatarse, se enamoraron en aquellas cinco semanas inolvidables que pasaron juntos. Se dejaron llevar gozando de lo que sentían, olvidándose de la soledad, de su vacío presente. Glía; dulce, fuerte, inteligente. Antonio; poderoso, implacable, h...