CAPÍTULO IX

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Jaymes Young - Habits on my heart





Después de una larga ducha fría, bajó a desayunar recordando aún su aroma, su suavidad. Sacudió la cabeza sonriendo al recordar sus ojos asustados. De verdad creía que la tormenta sería un huracán.

—Hola, hijo —lo saludó Adelina sonriendo. Augusta apareció unos metros atrás.

—Buenos días... —respondió llevándose un pedazo de fruta a la boca. El desayunador se encontraba en el ala norte de la casa, daba al jardín, pero estaba revestido de vidrió para poder usarlo todas las épocas del año. Por ahora el calor de la mañana ya era húmedo, pero aún agradable, por lo que estaba completamente abierto.

—Espero que no te haya despertado la tormenta de anoche —Antonio negó revisando algo en su tableta fingiendo interés.

—Y, ¿a la joven? —indagó Augusta severa. Antonio elevó la vista, serio.

—Supongo que tampoco —sentenció evocándolo todo de nuevo.

— ¿Qué haremos con ella?... Nosotras tenemos ocupaciones, lo sabes... —dejó el tenedor algo irritado. Era evidente que a su tía no le agradaba que estuviese ahí, pero no era eso lo que le molestaba, si no su forma despectiva de referirse a Glía.

—Ella debe descansar, se agota con facilidad, su presencia aquí no alterará en nada sus vidas —refutó pidiendo a la mucama que le sirviera el siguiente platillo.

Augusta sorbió de su café enarcando una ceja incrédula; esa chica lo cambiaría todo, lo presentía con una absurda insistencia.

—No te preocupes, hijo, nosotras veremos que esté atendida y que se le de lo que necesite... —expresó Adelina picando su fruta y mirando a su hermana, severa.

—La genta hablará, el servicio —manifestó de nuevo su tía más inflexible.

—Sabes muy bien que lo que digan me tiene sin problema. Glía está aquí porque esa niña puede ser mía y hasta que no lo sepa con certeza se quedará en la Vila le guste a quien le guste...

—Lo sé, hijo, no lo tomes a mal, pero entiende que para nosotras es muy difícil explicar su estancia... Si estuvieras seguro de que esa criatura es tuya, sería diferente, aunque de todas formas sería inapropiado que viviesen bajo el mismo techo.

— ¿Inapropiado?... Tía, por Dios, es evidente que si dudo de mi paternidad es porque ya me la llevé a la cama —la mujer se puso de color escarlata. Mientras que Adelina sonreía relajada, aunque algo ruborizada. Antonio siempre disfrutaba escandalizándola.

— ¿Qué forma de hablar es esa? —Lo regañó con los ojos chispeantes–. Eso lo sé, pero esto no es una casa de mala reputación.

—No, esta es mi casa, y esa bebé muy probablemente mía, así que Glía se quedará aquí, se le tratará con respeto y educación, y cuando sepamos la verdad entonces volveremos a hablar, mientras tanto es mi última palabra, Augusta —ambos estaban abiertamente enfadados, tenían caracteres muy similares, aunque Adelina creía que Antonio era más compasivo y Augusta más humilde.

—Hijo, no te preocupes por nada, todo aquí estará bien, a quien pregunte les diremos que...

—La verdad, además no saldrá de aquí, no tendrán que desgastarse demasiado —declaró engulléndo molesto el desayuno. Que él la juzgara no lo hacía sentir cómodo. Sin embargo, se había burlado de él. Pero que alguien ajeno, incluso esa mujer que consideraba como una de sus madres, la despreciara; lo irritaba, lo enfurecía. Unos minutos después se puso de pie—. Regreso al anochecer, las veré en la cena —les dio un beso en la frente a ambas–. Y a ella también, hagan que lo sepa.

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