14

172 36 11
                                    

—¡Traje algo para ti!

Entré en casa de Youngjae como quien entra en su propia casa. Él me miraba perplejo, sosteniendo aún el pomo de la puerta, despeinado y vistiendo una camiseta roja y un pantalón corto y negro de pijama.

Vi la mesa del comedor en cuanto entré, así que me dirigí a ella y vacié la bolsa. Coloqué cada vaso a un lado de la mesa y miré a Youngjae entusiasmada.

—Mis contactos especiales me han comunicado que a ti te gusta tomar chocolate caliente, así que traje un poco para ambos.

—¿Hablaste con Jaebum hyung? —Preguntó curioso mientras se sentaba. Yo hice lo mismo.

—Así es, ¡pero finge que no lo sabes! Le quita misterio y romanticismo.

—¿Sacarme de mi cama a las ocho y media de la mañana un día de verano en el que no tengo nada que hacer te parece romántico?

—A mi me haría ilusión que, si no tienes ninguna obligación, investigaras sobre mis gustos y tuvieras un detalle lindo conmigo. —Sonreí.

Él tan solo suspiró. Tenía mala cara, parecía no haber dormido lo suficiente. No me había percatado de sus ojeras hasta que me finé en sus ojos.

—Youngjae... —Me miró. —Tus ojeras son tan oscuras que apenas puedo ver la pequita bajo tu ojo.

—¿Huh? Ah, bueno, yo... No he tenido una buena noche. —Bebió un sorbo de su vaso de chocolate. Yo palpé el mío con la yema de los dedos. Quema.

—Tienes que despejarte, Jae. No es justo que un chico como tú pase las noches sin poder dormir por culpa de alguien como ella.

Me lanzó una mirada profunda. Sus ojos irradiaban una luz que quemaba el fondo de mis pupilas y resultaba, al mismo tiempo, adictiva. Y sonrió; me sonrió.

—Me siento un ave débil que acaba de sufrir la rotura de un ala, ¿sabes, Alex? Esto me resulta difícil.

—Youngjae... Verás, cuando el ala de un pájaro está herida, es difícil que este consiga volar de nuevo, pero con el tiempo, lograré sanarte para que podamos cruzar el cielo juntos. Es una promesa: estaré contigo hasta el final de nuestro vuelo. —Dije con alegría en mi rostro, satisfecha y orgullosa de mis palabras. —Estaré aquí para lo que necesites, sin importar el poco tiempo que hayamos pasado juntos de momento. Me inspiras confianza y eres agradable, seremos amigos pronto.

.

Después de ese día, la relación entre Youngjae y yo se hizo más estrecha. Él y yo nos veíamos casi a diario. En tan solo unas semanas, se ganó mucha confianza, y tuvimos momentos inolvidables, como aquel día en el que él, Jackson, Tae y yo fuimos a comprar a un supermercado y Jae acabó tirando una estantería entera.

Recordaba todo esto mientras iba de camino a casa de Youngjae. Teníamos planeado ver su drama favorito y dormir juntos.

Llegué a su casa, que, durante las pasadas dos semanas, me permití conocer a fondo. Llamé al timbre por lo menos veinte veces antes de que Youngjae me recibiera con una sonrisa en la cara.

—¡YOUNGJAE DAME UN BESO!

Me abalancé sobre él, lo abracé con fuerza y comencé a dejar pequeños besos por sus mejillas.

—¡Te extrañé tanto!

—¡Literalmente no nos hemos visto por un día! —Se quejó mientras me apartaba de él.

—Y se me ha hecho eterno.

Youngjae sonrió.

Cerró la puerta principal y me quitó la pequeña mochila que llevaba sobre el hombro.

—Dejaré tus cosas en el baño. E iré a buscarte ropa cómoda. —Añadió.

—No es necesario, yo traje mi-

—Sí lo es. Amo cuando usas mi ropa y queda tu aroma en ella. Además, te ves adorable usando mis camisetas. —Sentenció antes de desaparecer tras la puerta de su cuarto.

Oí unos ladridos provenientes de la cocina.

Mierda.

El demonio peludo con cara de ángelito estaba despierto.

Vi como salía de la cocina apuradamente. El ruido de sus pequeñas patitas diabólicas se acercaba a mi poco a poco. Me escondí detrás del sofá.

Y me encontró.

Tan pronto como me vio, Lucifer, la perrita de Youngaje, se abalanzó sobre mi y comenzó a lamerme las mejillas mientras yo gritaba, pidiendo ayuda desesperadamente.

—¡CHOI YOUNGJAE! ¡Lucifer me está atacando!

—¡TE HE DICHO MIL VECES QUE NO LLAMES ASÍ A COCO! —Gritó desde la otra punta de la casa. Comenzó a acercarse a la bestia y a mi, y me liberó de ella para hacerle cariñitos.—Vas a ofender a mi bebé.

—Eso, me ofendes, Lucifer.

—Mi bebé es ella, no tú. —Dijo mirándome con odio dramatizado.

—Ah. ¡Oye! Ese perro es hijo de Satán y tu lo tratas como un bebé, y yo, que tengo cara de ángelito, ¿no me das tantos mimos como a él?

—No hables de ella en masculino como si fuera una cosa. —Dejó al bicho de pelaje blanco en el suelo y me miró severo. —Y te daré cariñitos cuando la trates con respeto y te ganes mi amor.

Youngjae me sacó la lengua en forma de burla, al igual que los infantes, y sonreí preguntándome en qué momento aquel chico y yo nos volvimos uno solo.

sempiterno : choi youngjaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora