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Joaquín.

Nos encontrábamos en tu habitación, ese día tu presentación había terminado tarde, decidimos ir a tu apartamento. Estaba recostado en tu pecho, veíamos "Lilo y Stitch"  como por décima vez. Acariciaban mi cabello...
Te quiero— me confesaste por primera vez al oído.
Tuviste miedo. Supe que estabas poco acostumbrado a decir esas dos palabras. Supe que te había hecho daño desde el primer día que te conocí y que te había costado abrir de nuevo tu corazón. Yo sonreía haciéndote sufrir. Miraste al suelo esperando mi respuesta.
—Yo también te quiero, Emilio. ¿De dónde has salido?— pregunté guiñando un ojo.
—¿Cómo?
Te quedaste desconcertado.
—Eres el hombre perfecto. No he visto en ti ni un solo defecto.
—Pues tengo muchos, créeme...
—Dime uno.
Meditaste la respuesta, quizá demasiado para mi asombro; eres de los que no titubeante y suelen decir lo primero que se les pasa por la cabeza. Todos conocemos nuestros defectos. Son los que nos hacen únicos. Las virtudes son más sencillas y, a lo mejor, menos visibles en este mundo caótico en el que vivimos demasiado deprisa. Está bien. Sigue meditando, Emilio. Me gusta mirarte cuando lo haces. Cabizbajo, con la mirada perdida en algún lugar. Es bueno detenerse de vez en cuando. Sin mirar el reloj, sin tener en cuenta el tiempo. Solo así aprendemos a ver. Mirar es fácil, ver es complicado. 
—Me gusta tener el control de la situación— reconociese al fin.
—¿Eso es malo?
—Y soy celoso. Espera, tampoco puedo ir a dormir si hay platos por fregar.
— Me encanta. Así cuando vengas a vivir conmigo, tendrás los platos ordenados.

Emilio.

Esa noche me encontré bastante pensativo. ¿Joaco me insinuó que quería vivir conmigo?  No quería arruinar nada con él, nuestra relación  estaba marchando de maravilla, vivir juntos, esas dos palabras daban vueltas por mi cabeza. Realmente yo no lo pensaría, quería estar el mayor tiempo posible contigo, pero tú. Eres un chico ordenado, somos opuestos en muchas cosas. ¿Era muy precipitado?. Entonces pensé en lo poco que me apetecía no haber hecho lo que sí quería hacer. Pronto se lo diré. Hay un tiempo para dejar que sucedan las cosas. Y un tiempo para hacer que las cosas sucedan. Claro que no era precipitado.

...

Joaquín.

Ya había pasado una semana desde aquella charla en la que me dijiste " te quiero" y conforme transcurrían los días más cerca te quería. Habíamos ido a cenar con nuestros amigos, decidimos ir a mi apartamento, en cuento entramos, me tomaste de la cintura y comenzaste a besarme. Nunca me cansaba de besar tus labios, te convertiste en una adicción. Una adicción peligrosa y atrayente. Nos dirigimos hacia mi habitación sin dejar de abrazarnos. Sin dejar de besarnos. Con calma y sin prisas, en el silencio de esas cuatro paredes que fueron testigos de esa primera vez. No hicieron falta demasiados meses, ni años para aprender a quererte. No hizo falta aprender. El amor nace y no entiende de tiempo. Creo que te quise desde la primera vez que te vi dudar frente a una gran variedad de helados.

Ahora, al verte roto de dolor, comprendo que a ti te pasó lo mismo. Pude verlo en tus ojos mientras me hacías el amor. Nadie me había mirado así. Nadie me había tocado como lo hacías tú. Queriendo retener en la palma de tu mano el tacto de mi piel. Y yo, queriendo retener en mi memoria ese instante para siempre. Me acariciaste el alma, Emilio. No sé borrará de mi memoria, no de esta alma que sigue a tu lado recordándote nuestra vida juntos hasta que me dejes volar. Hasta que me dejes ir.

....

Ambos trabajábamos en nuestros proyectos, tú enfocado en tu música, decías que cada una de tus canciones llevaban mi nombre. Pasabas por mí después del trabajo y nos veíamos en aquella heladería a las cinco de la tarde, para saborear con placer nuestro helado de vainilla con sirope de frambuesa.  A las seis de la tarde nos sentábamos a conversar en las terrazas de la plaza. Disfrutamos de la noche en alguna fiesta con nuestros amigos u otras veces probamos los mejores restaurantes de la ciudad para cenar.

Fue un sábado mientras veíamos películas con los pies entrelazados cuando te surgió la idea. —¿Y si vivimos juntos?— dijiste con emoción mirando mis ojos.  

— ¿En serio?—  pregunté sorprendido

— Escucha, no eres un fugaz amor para mi. Quiero estar contigo siempre Joaquín, todo momento, un amor para toda la vida y más allá.— apretabas fuerte mi mano mientras hablabas con esa luz especial en los ojos.

— ¡Quisiera que vivamos juntos!— añadiste.

Me acerqué a ti. Acaricie tu cabello y te aparte un divertido mechón de la frente, algo que sería habitual a partir de entonces.

—¡Quiero que vivamos juntos!— finalmente respondí con un pequeño grito de emoción  al final de la oración.
Tu sonrisa no solo iluminó tu rostro. Le dio luz a toda la habitación.

Me abrazaste, me encantaba sentir tus brazos rodeando mi cintura. Tus manos acariciando mi cara. Tus labios besando cada parte de mi cuerpo. Fue en ese momento, en el que decidí entregarte mi corazón para siempre. A lo mejor ya lo había hecho desde hacía meses, pero fue en ese preciso instante cuando me di cuenta. Y no tenía miedo. Sí lo hubiera tenido, me hubiera alejado de ti y era lo que menos quería en este mundo.

....

Al día siguiente

Ahora comenzábamos una nueva etapa juntos. A tu lado me sentí más vivo que nunca y no podía evitar preguntarme: «¿Cómo había podido sobrevivir en este difícil mundo sin ti?». Te mudaste a mí apartamento, ya que mi trabajo no me permitía mudarme al tuyo. Despertar y ver tu rostro,era fantástico, te observaba aún dormido. Ese rostro tan angelical, me encantaba ver esas cejas perfectamente delineadas, hacían una conexión perfecta con tu nariz,  tu piel suave, la forma en que tus rizos se extendían por la almohada y esos pequeños labios que me daban vida cuando rozaban los míos.

Sonríe. Quiero volver a verte sonreír. Dedicarme una sonrisa, venga, por favor mi Tahi. De esas que pellizcan, de esas que contagian. No quiero irme así, llevándome tanta pena. Viéndote tan triste.

Quédate conmigo para siempre / Emiliaco. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora