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Joaquín.

La mayor parte del tiempo la pasaba con Renata. Pero está tarde ella decidió salir con algunas amigas. Eso fue lo que me contó.

Yo, decidí volver en busca de un helado de vainilla con sirope de frambuesa. No pude evitar buscarte, pero no apareciste.

Me senté en aquella banca en la que te conté sobre mi padre. Sonreí. Y pensé: « ¿A quién me gustaría tener a mi lado?». El nombre de Eduardo apareció, por supuesto, pero deseé que fueras tú.

En ese momento, comprendí que te seguía amando. ¿Tenía alguna posibilidad? ¿Seguirías con ella? ¿Pensabas en mí?

Mire mi teléfono móvil. Cómo si me fuera a dar alguna respuesta y, sin pensarlo demasiado volví a lema de: «Haz lo que quieras, cuando quieras, porque solo se vive una vez».

Dejé a un lado mi orgullo y el daño que me causaste, y busqué tu número de teléfono entre mis contactos.

Emilio.

Y cómo si de magia se tratase. Entre lágrimas y escuchando aquella canción, apareció su nombre en mi teléfono.

No podía creerlo. Ni siquiera lograba reaccionar, mi corazón estaba acelerado y mi cuerpo estaba invadido de emoción.

-Emilio... oye... Tú no ¿no vas a responder?- la pequeña Renata movía mi brazo.

-Es él... es él- le mostraba el celular y limpiaba el resto de mis lágrimas con ayuda de mi mano libre.

-¿Y qué diablos esperas? Vamos, contéstale. Pensará que no quieres tomar la llamada-

Salí de aquel café, la vida me estaba dando otra maravillosa oportunidad.

Joaquín.

Tardaste en tomar la llamada. Te visualice mirando la pantalla. Incómodo, quizá junto a ella, la del nombre impronunciable.

Dudando y pensando en si contestar sería una buena idea. Dudando porque, a lo mejor, querías dejarme en el pasado. Porque, quizá, ya no me querías en tu vida.

-Joaquín...- contestaste en un murmullo que me hizo creer que ella sí estaba contigo.

-¿Qué tal?- te pregunté seriamente.

-Tenías razón...

Asentí. No hacía falta que me dijeras más. Ella, la del nombre impronunciable, te rompió el corazón. No hablabas bajito por ella, sino por el nudo en la garganta y el dolor que te había causado. El remordimiento que sentías y, también, por volver a escuchar mi voz.

-¿Dónde estás?- quisiste saber.

-En nuestra banca...

Emilio.

Después de terminar aquella llamada, me aproximé a la mesa donde esperaba Renata. Podía ver su enorme sonrisa desde lejos.

-¿Y?... ¿que te dijo?-

- Necesito verlo- se levantó de su lugar aproximándose a mí y, me envolvió en sus pequeños brazos.

-No lo dejes ir. Y ve a lavarte esa cara, no querrás que te vea así, limpiate esos mocos anda...

Tal y como lo sugirió mi gran amiga Renata. Debía verme lo mejor posible para él, seguro él vestía hermoso como siempre. Yo llevaba una playera negra con una rosa blanca en el centro. No había tiempo de ir a cambiarme.

Pagué la cuenta y tras un arduo trabajo de Renata por calmar mis nervios, me dirigí al lugar acordado.

Joaquín.

Media hora más tarde te tenía sentado junto a mí, como si nunca te hubieras ido de mi lado. Cómo si siempre hubieras estado ahí y no hubiera habido distancia ni olvido.

¿Qué podía hacer yo? ¿Qué te podía decir? No había rencor. No tenía nada que perdonarte porque hiciste lo que quisiste.

Somos libres, Emilio. Libres de hacer con nuestra vida lo que creamos conveniente. Lo supe entender, puedes estar tranquilo.

Nunca te reprocharía nada porque si no me hubieras dejado, yo no sería la persona en la que Eduardo me convirtió.

Emilio.

El estar sentado a tu lado me daba mucha paz. No sabía exactamente qué debía contar, pero tenerte cerca me estaba devolviendo la vida.

Trataba de formular las palabras adecuadas, pero Joaquín simplemente provocaba que le contara las cosas como eran. Cómo las sentía.

Parecía como si nunca hubiera existido la distancia, me sentía en mi hogar nuevamente.

Así que decidí soltar todo lo que debía decir desde hace tiempo.

Joaquín.

-Me dejo- explicaste mirando hacia el atardecer-. A los cuatro meses. Durante los cuatro meses que estuve con ella no deje de pensar en ti ni un solo día, pero creía que no querrías saber nada de mí. La cagué. Me equivoqué.

Tú mamá y Renata no me dijeron dónde estabas porque tú se los habías pedido. Pensé que te había perdido y que no te volvería a ver. Y aquí estamos...- suspiraste. Me miraste. Quisiste besarme, pero aparte mi cara y fui yo, el que entonces, se centró en las hermosas vistas que nos ofrecía el atardecer.

Asentiste cabizbajo y yo pensé que me desmayaría de un momento a otro. Claro que quise besarte, Emilio. Y abrazarte fuerte para volver a recomponer tu alma rota.

Quería volver a sentir tus brazos alrededor de mi cintura y que el tiempo se detuviera. Claro que quería volver a todo aquello que un día nos unió.

Pero el miedo se apoderó de mí, solo un instante. Un instante efímero que hizo que entendiera que eso no era lo que quería en mi vida.

Eduardo me enseñó a vivir sin miedo y a arriesgar. A equivocarme y a tropezar Mil veces si hacía falta. No podía defraudarme a mí mismo.

Y si perdía mi orgullo al besarte, era algo que no me importaba lo más mínimo.

Acaricié tu cabello rizado. Aparte un mechón de tu frente. Te miré con todo el el amor que sentía hacia ti y, susurrándote un maravilloso: «Quédate conmigo», volví a besar tus labios. Cómo si fuera la primera vez.





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Gracias por leer. Espero que te encuentres muy bien.

No te quedes con ganas de hacer lo que quieres. Disfruta cada día, lo suficiente como para que no tengas que arrepentirte de no hacer las cosas. ♥️

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Quédate conmigo para siempre / Emiliaco. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora