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Joaquín.

Rebase el límite, cinco cervezas eran demasiadas para mí. Me puse a bailar en medio de una pista rodeada de turistas que reían y hablaban entre ellos. Sólo entre la multitud, movía mis caderas al ritmo de "Focus"  sin importar nada más.

Y apareció Eduardo. Nunca te hablé de él. ¿Para qué?

Se acercó a mí disimuladamente y bailó conmigo. No tomo mi cintura, ni mi mano; simplemente, se plantó frente a mí y bailó al ritmo de la música imitando mis movimientos. Nos miramos unos minutos que parecieron detenerse en el tiempo.

Mi cerebro, afectado por el alcohol, es capaz de recordar aquella primera vez en la que mis ojos vieron en otra mirada que no era la tuya Emilio, y fue un bonito sentimiento.

Una primera vez. Un primer deseo. Con miedo y queriéndolo evitar, huí de la pista de baile y me fui. La calle estaba desierta. De fondo todavía podía escuchar la música y la alegría de la gente.

Seguía algo borracho, así que, como por inercia, mis labios sonreían. No podía dejar de sonreír. Me senté. Miré el cielo estrellado y, de nuevo, pensé en ti. Te imaginé a mi lado rodeándome con tus brazos. Un efecto que el alcohol provocaba en mí: las lágrimas. 

Escuché unos pasos, pero no mire atrás. Esos pasos se acercaban, su propietario se puso de cuclillas y se sentó a mi lado.

Me miró, yo seguía llorando, me dedicó una preciosa sonrisa con esos grandes labios. Era él, el hombre que había bailado frente a mí sin rozarme.

Le devolví la sonrisa sin apartar la mirada de sus ojos que me recordaron tanto a los tuyos. Su rostro no era esbelto como el tuyo, si no más bien rudo, masculino y fuerte, con unas enormes pestañas y preciosos ojos. Me gustó.

—Se rumora que tienes una voz preciosa— comentó sereno y feliz

—No es para tanto… disculpame, estoy un poco borracho… creo que me voy a dormir. 

—Me llamo Eduardo— asentí, me levanté y le sonreí.

—Joaquín. Buenas noches.

—Que descanses, Joaquín… bonito nombre.

Me alejé. Unos metros más adelante, no pude evitar darme la vuelta y mirarlo. Aún me miraba. Y, en ese caso, no fue tu silueta la que se esfumó; fue la mía. En mitad de aquella noche repleta de estrellas, con una luna que decía muy bajito: «Quedate conmigo».

 En mitad de aquella noche repleta de estrellas, con una luna que decía muy bajito: «Quedate conmigo»

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Emilio.

Tal como lo prometí, deje de estar tan  pendiente de la vida de Joaquín. Al menos ya no buscaba saber de su vida.

Pero era imposible desconectarme por completo de Joaquín,  aún habían cuentas qué etiquetaban en la redes sociales fotos de él. Gracias a ellos podía saber algunas cosas.

Quédate conmigo para siempre / Emiliaco. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora