•1•

645 31 10
                                    

Joaquín.

No era de mi agrado tener que quedarme en la ciudad durante el caluroso mes de agosto. Me agobiaba. Había cancelado ya mis planes debido al trabajo, pero mi amigo Niko, se dispuso a visitarme. Él tenía un trabajo fuera de la ciudad, había planeado ir con él, pero debido a que el estudio de diseño donde trabajaba me necesitaba, él  decidió venir.
Al llegar lo recibí con un caluroso abrazo, verdaderamente lo echaba de menos. Sin más preámbulos, nos dirigimos a mi apartamento, le prepare algo de cenar mientras él se daba un baño. Vimos películas por el resto de la noche.

Emilio.

Ya era jueves, como era de costumbre hice planes con mis amigos. Diego y Emmanuel vendrían a casa para después dirigirnos a una pequeña reunión con más amigos. Desafortunadamente esta vez no íbamos los cuatro amigos inseparables, faltaba Ale. La mujer que solo nosotros podíamos molestar, si alguien se metía con ella, tendría grandes  problemas. Nos pidió que pasáramos por ella al día siguiente, para contarle los detalles de la fiesta que se perdería. La noche fue amena, descubrí amistades nuevas y eso me agradaba. Solía se una persona bastante sociable. Mientras todos jugaban, decidí apartarme un poco, me senté en el jardín mientras fumaba un cigarrillo. Tal vez debido al alcohol en mi sistema me comenzaron a invadir los recuerdos:

1 mes atrás.

—Emilio, te buscan— llamo mi madre a la puerta de mi habitación.
No esperaba a nadie, me levanté de la cama y al abrir la puerta estaba mi pequeña.
—¡María!— la cargué dando vueltas de la emoción.
—Emilio, basta. Tenemos que hablar— no me esperaba eso, la baje inmediatamente, sentí que la pasaría mal después de esto.
—¿Qué pasa?, Perdón si no fui por ti, no sabía que vendrías. Me encanta verte aquí, que gran sorpresa.—
—Conocí a otra persona, quería decírtelo de frente. Es mejor terminar—

Presente:

—¿Estas bien?—  esa pregunta me hizo regresar de mis recuerdos.
—Si, solo que...— la extrañas— terminó la oración mi mejor amigo inclinándose a tocar mi hombro—ven, entremos— me ayudo a levantar  para entrar con los demás. Diego me conocía mejor que nadie.

...

Día siguiente.

Ya eran las 4:30 de la tarde, solamente esperaba a que Diego y Emmanuel llegarán. Como lo prometimos, pasaríamos por Ale a su trabajo. Al llegar ella nos esperaba frente al estudio, con un helado en mano. Nos sentamos y comenzamos a charlar. Me levanté de la mesa dispuesto a comprar uno de esos helados. Mi amiga lo disfrutaba y esto hizo que tuviera un gran antojo por uno. Al llegar a elegir el sabor, me sentía como un niño pequeño. No sabía de cual escoger.

Joaquín.

Era viernes y se aproximaban las fiestas del barrio. Como siempre, salí del estudio a las cinco de la tarde, había quedado con Niko de comer fuera de casa; debía hacer tiempo para esperarlo. Bendita esa tarde en la que decidí detenerme a comprar un helado que se me antojó. Ahí estabas tú, tan alto y tan guapo, concentrado frente a una gran variedad de sabores sin saber cuál elegir. En la mesa te esperaban un par de chicos y una compañera de mi trabajo, con la cual no tenía comunicación alguna.

—Uno de vainilla con sirope de frambuesa, por favor — le dije al joven que atendía, mirándote de reojo. ​Fue entonces cuando me miraste.
​—Ojalá yo supiera también lo que quiero —comentaste divertido. ​
—El de vainilla con sirope de frambuesa está muy bueno —te respondí.
​—Genial. Lo mismo que él —le dijiste al joven sin dejar de mirarme.

Joaquín.

Entretenido con mi helado, esperé a que me dijeras algo más, deseando que ese fortuito encuentro no terminará ahí. Observé tu rebelde y chino cabello castaño. Cómo un mechón caía sobre tu frente. Tus ojos  y tu perfecta sonrisa. Entretenido con tu helado, diste media vuelta y te alejaste sin decirme adiós. Yo bajé la mirada y camine, con el único consuelo de saber que nuestras bocas tenían, en esos momentos, el mismo sabor a vainilla con sirope de frambuesa. Di un par de pasos, sostenía mi helado y con la otra mano tomé el celular para enviarle rápidamente mensaje a Niko. Unos pasos apresurados se acercaban hacia mí. Al darme la vuelta, eras tú. Rápidamente metí el celular en mi bolsillo y de inmediato me sonreíste llevándote una cucharada de tu helado a la boca.

—No te he dado las gracias por el helado. Está buenísimo. A partir de ahora, será mi preferido —me dijiste, guiñando un ojo—. Me llamo Emilio.

—Joaquín —te respondí nervioso.

—¿Qué tal si nos tomamos un café? —improvisaste amigablemente.

—Claro, buena idea. Te acercaste a la mesa donde te esperaban, mientras hablas con tus amigos solo te observaba.

Niko toco mi hombro, ya lo había puesto al tanto de la situación. Le dije que lo buscaría más tarde y el accedió como el buen amigo que era.

En nuestra primera conversación
—¿Estudias o trabajas? —preguntaste riendo.

—¿Aún se lleva esa pregunta para ligar? —Te encogiste de hombros—. Soy diseñador gráfico. ¿Y tú, Emilio?

—Hice algunas novelas. —Te reíste poniendo los ojos en blanco—. Y ahora soy creativo, trabajo en varios proyectos cómo no... videos en YouTube, canto, bailo soy cubano de la cintura para abajo y más— guiñaste el ojo y me diste una sonrisa presumida.

—¿En serio? Empecé a reír pensando en que lo primero que haría cuando llegase a mí apartamento sería buscarte en YouTube.

Me gustaba escucharte. La serenidad con la que me mirabas y la tranquilidad con la que pronunciadas cada palabra mientras pasabas tus dedos por tu cabello rizado.

—Ha sido un placer tomar un café contigo— reconociste, al despedirte de mí.

—Lo mismo digo, Emilio— te respondí sonriendo y esperando a que me pidieras mi número de teléfono. Pero, curiosamente, no lo hiciste.

—Gracias por estas dos horas. Me diste un beso en la mejilla y te fuiste.

Emilio.

Al llegar a casa, como era evidente, los mensajes de mis amigos me atacaban. Preferí no decir mucho. Diego no quería quedarse con la duda, una hora más tarde ya estaba en mi habitación cuestionando.
Mi bisexualidad no era un secreto para él, ni para nadie realmente, solo era un tema evidente. Siempre dije que yo estaba abierto al amor, sin importar algo más, si me sentía bien en un lugar, simplemente permanecía. A mi vida habían llegado solo mujeres, pero eso no me hacía descartar que algún hombre me robara el corazón algún día.

—Ya dime, ¿quién es?— me daba pequeños golpes en la cabeza con la almohada.
—Te digo que solo me ayudó a elegir un helado, ¿sabes lo delicioso que es el de vainilla con sirope de frambuesa?—
—Ni siquiera sabía que eso existía— ambos reinos confirmando que ninguno lo sabía.
—Fue un buen café, el mejor. Lo necesitaba— hablé cortando la risa de mi amigo.
—Se que fue un mes difícil para ti, pero tienes que estar bien hermano— dejo un abrazo con un par de golpes en mi espalda. —¿Ya le mandaste mensaje?— pregunto levantando las cejas y con una sonrisa de oreja a oreja.
—No le pedí su número— tomo la almohada y esta vez golpeo mi cabeza con más fuerza.
—Tu si que estás bien wey amigo— dio un suspiro y puso los ojos en blanco.

Esa noche, no deje de pensar en lo estúpido que había sido al no pedir su número. Pero, él tampoco lo hizo. La idea de no volver a verlo me agobio un poco.

Quédate conmigo para siempre / Emiliaco. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora