Era de noche, la una de la madrugada y, yo, estaba en mi habitación encima del escritorio, decorando con fotografías -con el marco negro, grueso, sacadas de internet- la estantería de encima de este. Escuché unos golpes en el cristal de la ventana, como piedrecitas chocando contra ella. Después, una voz, alguien que me llamaba la atención. Entonces, paré el Ipod, y la escuché mejor "Abre la ventana". Miré hacia la ventana, la negrura espesa, mi alma helada, pero con ansias de volver a enamorarse. No vi nada. Entonces, bajé de la mesa y fui al baño sin la música puesta. Allí volví a escuchar un débil "Ven y abre la ventana". Yo no daba crédito, estaba atónita. Y hasta que no escuché "Ven y abre la puta ventana", no me levanté y fui. Cuando regresé a la habitación, volví a escuchar esa voz: "Abre la puta ventana", unas cuantas veces. "Acércate y abre la puta ventana".
La abrí. Fui y la abrí. El aire, fresco, me rozó la nariz e hizo volar, débilmente, mi cabello castaño y largo. "Estoy aquí, búscame, ¿no me ves?". Me pensaba que era el amor de mi vida, quien me había ido a buscar y estaba debajo de mi casa, esperando a que bajara. No había nadie. Cogí una botella de alcohol que tenía escondida en un armario y bebí. Bebí un trago, dos. Seguía sin haber nadie. Entonces me dijo "Baja". Y, yo, como una loca entusiasmada, con ilusión de volver a enamorarse, vacilé. Vacilé unos escasos segundos hasta que la voz me volvió a decir "Ponte una chaqueta, anda bonita. Y baja." Lo hice. Me puse la chaqueta, cogí las llaves y bajé a la calle, dejando la habitación hecha un asco.
Seguí la voz, busqué entre los árboles e intenté ver detrás de un muro donde había unas escaleras. Anduve, anduve hacia otras escaleras, que estaban a mi izquierda. Me senté y esperé, hasta que alguien me llamó. Era mi padre preguntándome donde estaba. Le dije que estaba en el parque, sentada en unas escaleras, esperando a alguien que me había dicho que bajara. Ese alguien me pensaba que era un chico que iba conmigo a Literatura Castellana. Pero no era ese chico, ni el amor de mi vida. No era nadie. No había nadie esperándome.
Cuando subí me echaron la bronca, sin entenderme, sin siquiera ponerse en mi piel. Yo tenía una decepción muy grande, pero con una chispa de esperanza. Esa esperanza que se derritió por el camino que crucé, queriendo y sin querer, hacia la duda existencial, bailando por la cuerda floja, que se tensó hasta romperse.
Fui ingresada al hospital un miércoles de Octubre del 2016, sí. Un miércoles de Octubre del 2016, entre las ocho y las nueve. Llegué del instituto y, después de comer, me estiré en la cama, escuchando música de mi Ipod. Alguien me llamaba desde el otro lado de la ventana, estaba en la calle. –En realidad era mi cerebro-. Luego, aparecieron mi padre y mi madre diciéndome que fuera un momento al salón. Allí mi madre recibió una llamada de mi tutora. Me dijeron que regresara a la habitación y, al cabo de un rato, volvieron para decirme que debía ir al hospital para hacerme unas pruebas. Yo acepté, de hecho, dije "Sí". Porque sabía, sentía, sin saber ni sentir, que algo no iba bien. Y, tal vez, era yo que, por aquellos tiempos, estaba mal amueblada. Y, sí, lo estaba. ¡Qué dolor! ¡Qué angustia! ¡Qué desolación!