Era hora de irse a dormir pero mi cama tenía unas cuerdas y quise quitarlas. Así que busqué la manera, pero no pude. Salí a la otra sala, la común, y le pregunté al chico que había allí si podía quitarme las cuerdas, pero me dijo que no. ¿Por qué? ¿Cómo dormiría yo con aquello allí en la cama?
Me pasé la mayor parte de la noche despierta. Al principio de la noche, hice una declaración de amor, pensándome que él estaría detrás de la puerta de la habitación, esperándome, declarando también su amor. Rescatándome. Después de aquella declaración de amor, que se parecía al amor de Romeo y Julieta, de hecho, el amor por aquel chico, un chico falso, irreal, se parecía a aquel cuento. También me vino a la cabeza otro chico, quién me pensaba que estaría debajo de mi ventana, con sus amigos, esperándome o intentando rescatarme. Pero no había nadie abajo, nadie, ni hormigas. Bueno, hormigas tal vez sí, bueno no, porque con el frío que hacía. Te recuerdo que estábamos en otoño.
Justo por aquellos tiempos, lo empecé a odiar, al otoño, que era mi estación favorita. Pero a odiar a muerte. Sólo por el hecho de estar ingresada. El hecho deprimente era a causa del porqué estaba ingresada. No voy a nombrar la enfermedad, me duele aún.
No sé bien si, al día siguiente, estaba cansada por no haber dormido o por la medicación o por las dos cosas. Me desperté al mediodía. Me despertó la "sirvienta", diciéndome que tocaba comer. No podía, me caía de la pesadez que sentía mi cuerpo. Me costó cantidad levantarme de la cama, me tuvo que ayudar ella. Después, me sentó en una silla y me llevó una mesa portátil hacia donde estaba yo. Me preparó la comida, pero no me gustaba, además de que tenía poco hambre. Así que, después de comerme un cuarto del primer plato y un cuarto del segundo plato, regresé a la cama. Me quedé dormida hasta la hora de las visitas; las cinco, justo cuando vinieron mis padres. Nos quedamos sentados en la misma mesa de la cena pasada, jugando a cartas, o intentándolo pues yo no me aguantaba derecha y recta.
Después de las visitas me puse a dormir. De hecho, los primeros días, me los pasaba durmiendo, más concretamente, los dos o tres primeros días porque, el sábado, recuerdo que ya salí a la calle durante las visitas, a las cinco. Pero no podía andar ni cuatro pasos, a escasos centímetros ya me cansaba y pedía sentarme en un banco. Era por culpa de la medicación. Recuerdo aquel sábado porque fue cuando mis padres me dieron un regalo: unas botas marrón oscuro, que no llevaban cordones y que me iban perfectas, a mi justa medida. –Ahora les tengo manía, pues me recuerdan a mi enfermedad, a cuando estaba hospitalizada. Por eso me cuesta ponérmelas, de hecho, ya no me las pongo...-
Y, me quedaba, en el aire libre, sentada, con los ojos que se me cerraban, apoyada en el hombro de mi padre o mi madre. Recuerdo, también, que la primera vez vino mi hermana y me dijo de jugar a algún juego, los típicos, no recuerdo cuáles eran. Sólo era para que no me durmiera, para que estuviera despierta, pero la medicación podía más que yo.
