Cada día que me levantaba me miraba en el espejo con demasiados prejuicios. Me sentía mal por fuera, y por dentro me estaba marchitando poco a poco. Desde miradas hasta palabras que eran balas. No me atravesaban, agujeraban mi cuerpo y se estampaban contra cualquier órgano haciendo que este se desangrara hasta morirse y pudrirse. De ser tan frágil me convertí en una mujer fuerte hasta que llegué al punto de crear un caparazón alrededor de mi cuerpo. Morí internamente. Y es que la obsesión por mi silueta era cada vez más intensa. El querer ser perfecta inundaba mi cabeza, oscureciéndola completamente.
Rostro demacrado de no dormir, con ojeras profundas y ojos caídos. Cabellos despeinados e inseguridades incrustadas en mi corazón. Humilde y precavida. Con secuelas y aun viva. Aquella era yo. Sentía ahogarme y de tanto sentirlo, me hundí en un océano colérico de lágrimas. Porque no se me ocurrió nada más que observarme y compararme hasta estrellarme. "¿Soy yo? ¿Realmente soy yo?" Me cuestionaba cada vez que veía mi reflejo. Y no, no lo era porque me estaba desvaneciendo paulatinamente.
Aquella primavera las flores florecieron mientras yo me estaba marchitando, apagando. Me tiré por la borda arrastrándome por los suelos. Rodillas doloridas, enrojecidas, de tanto toparme de frente contra los azulejos. Garganta ahogada y algún que otro llanto silenciado. Al terminar, culpabilidad y querer cambiar. Y no poder. ¿Qué podía hacer? Me movía por impulsos, y nada más. Nada más.
Volar, volar quería. Nunca lo conseguía. Seguía en las mismas. Con nauseas y los ojos llorosos. Eran espantosos. Así que lo único que se me ocurrió fue dejar de comer para acabar de matarme internamente, sin querer y queriendo. Las cosas cambiaron, las personas también, y yo; que era frágil como el cristal y dura como una armadura. Estaba perdida, y muy marchita.
Pasó un año, comenzó otro curso.
En aquel Septiembre las personas me miraban distinto, de hecho, me miraban. Sus ojos se posicionaban en mí y hasta me sonreían. Me sentía integrada, aceptada y querida, pero no por mí, sino por ellos. Y sólo ellos. Y es que era más esbelta, los senos me habían crecido un poco. Ya no era cualquiera.
Y, entonces, me enamoré de un capullo integral. Nunca lo llegué a conocer porque jamás cruzamos palabra. Por eso mismo, me ilusioné creando un personaje de él imposible, inigualable e inimaginable. Sí, era o, mejor dicho, no era realmente él. Una ilusión óptica. Me enamoré de su mirada, de sus gestos y de sus pasos hacia un futuro incierto. De lo que podría ser y no de lo que era.
Al cabo de un tiempo, me hizo cyberbullying. Parece surrealista pero no lo es, no lo era. Era mi vida y estaba pasando; destruyéndose a cada paso dado. Y no por mí, sino por culpa de personas que no tienen corazón y, si lo tienen, lo tienen desintegrado. El caso es que, a causa de carcomerme la cabeza de si estaba gorda o no y del acoso por Internet, mi corazón se rompió en pedazos muy grandes, y mi cerebro comenzó a alucinar.
Fue el último año de instituto cuando le envié una carta al mejor amigo del capullo integral, porque estaba enamorada. Y sí, otra vez falsamente enamorada. Otra ilusión óptica. Que esta, es ya la historia anterior contada. Todo dio un giro, todo se rompió. Hasta mi cuerpo, mi corazón y mi cerebro. Se desencajaron, no estaban en sintonía.
Ingresé en el hospital antes de comenzar el segundo año de Bachillerato. Fue duro, y doloroso. Pero también bonito, y escandaloso. Y al principio incomprensible. Antes sonreí, luego me rompí.
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