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El tercer día, cuando regresé de salir al exterior, me encontré con un chico nuevo, de cabello negro y cresta rubia, bastante guapo y alto. Tenía un año menos que yo. Dieciséis. No recuerdo cómo nos presentamos, sólo recuerdo que se llamaba Joel y que estaba allí por haber sido un chico malo, es decir, por haber robado o algo similar. Me dijo que fue a juicio, o sea, que, seguramente, hizo algo más grave. Estaba allí para aprender la lección. Y, yo, ¿por qué estaba allí?

Me contó que había estado castigado tres días dentro de la otra habitación, la de mi lado, por haber pegado a su compañero. Yo, por aquellos tiempos, no comprendía mucho. Me pensaba que Joel también era un primo o hermano de mi futuro príncipe. Pero con el tiempo, me di cuenta, después de que la medicación hiciera efecto en mí, apoderándose de mi ser, de mi cerebro –arreglándomelo – de que simplemente éramos personas que estábamos mal amuebladas que nos estaban curando, o intentándolo. De hecho, a mí me curaron. Fue un proceso duro y largo, pero lo hicieron. Sí.

Aquella noche había puré verde con algo de segundo. Aquella vez estábamos todos sentados en la mesa, hasta mi nueva compañera, que estaba más loca que yo. ¿Aquello era posible? Pues sí, la locura podía agrandarse, aumentar y superar a las otras locuras. De hecho, la mía, fue una locura amorosa. Dichoso amor... Bueno, pues, en aquella cena surgió el tema de la Niña de la Exorcista. Y todo por el puré, el núcleo principal de aquella conversación. Resulta que el puré era el vómito de la Niña de la Exorcista. Entonces, Joel, el "iluminado" me dijo que estaba debajo de mi cama. Y yo, como todo lo que pensaba o escuchaba, me lo creía hasta sumergirlo en mi cerebro, me imaginé a la Niña de la Exorcista debajo de mi cama. No pude dormir durante la mayor parte de la noche.

Cuando me vinieron a dar la medicación, que era un líquido asquerosamente naranja o marrón claro, en un vaso de café, estábamos mirando la televisión. Y, a medida que la veíamos, los dibujos, subtitulados, me tiraban indirectas diciéndome que iba a ser princesa. Y me lo creí tanto que lo interioricé sin poder quitármelo de mi cerebro. Aquella vez no se me cerraron los ojos, pues estaba pendiente de la Exorcista, de si estaba debajo de mi cama.

Joel me preguntó: "¿Aun estás pensando en eso?" Y yo le respondí: "Sí." Entonces me dijo: "Pero si no existe. Además, no se come a niñas guapas como tú." Algo así me dijo. Pero yo no pude quitármelo de la cabeza. Temía y tenía miedo. Estaba asustada, mucho. Así que cuando fui a la cama a dormir, no pude dormir. Tuve que llamar a alguien, quien quiera que fuera, picando a un botón que desde un principio no supe cómo pulsarlo. Primero, porque tenía miedo que me matara la Niña de la Exorcista, segundo porque tenía miedo que estuviera debajo de mi cama y, tercero, tenía miedo de sacar las extremidades de la cama, por miedo a que se los comiera.

Después de un buen rato despierta y temiendo, rápidamente, cliqué el botón rojo. Entonces tuve que decir que no podía dormir y una mujer, la misma que me dio la medicación, me dio una pastilla para conciliar el sueño. Siguió costándome, porque no dejaba de pensar. Así que, después de un buen rato, me dormí. Aquella noche soñé con ogros. Soñé que querían matarme con unas cadenas y que me ponían a prueba, posicionándome encima de una piedra al aire libre, al lado de su cabaña, mientras aquellas criaturas asquerosas y espantosas, caminaban por mi lado, asustándome. Eran todos una familia y su objetivo era comerme.

FLOR MARCHITADonde viven las historias. Descúbrelo ahora