Fue extraña la sensación al regresar a mi hábitat, a mi habitación. Salir de aquel lugar tan sombrío y depresivo y pisar la calle. Tuve dos condiciones: ir durante equis tiempo al Hospital de Día y no tocar mi móvil hasta que no pasaran quince días.
Fue duro, aún así, sentí muchas cosas cuando estaba en mi cobijo: intriga, curiosidad y, sobretodo, paz. Me sentía segura allí en mi lugar.Estuve des del viernes hasta el domingo en casa y el lunes tuve que ir al Hospital de Día. Era mi primera vez allí. Me sentí perdida e insignificante, oculta entre las sombras de aquella nueva vida que se estaba formando en mi interior. Tuve miedo y el dolor se apoderó de mí. Las ansias, aquellas tan amargas, se adentraron en mi cuerpo. Ya no pude salir nunca más de aquel lugar.
Cada mañana iba al Hospital de Día, donde me pasaba entre cuatro o cinco horas haciendo juegos de mesa, sintiéndome pequeña e inútil. El primer día que llegué y entré estaba muy positiva y animada. Luego aquella actitud se desvaneció mientras pasaban los segundos, que eran eternidad infinita. Recuerdo que me enseñaron el establecimiento y me explicaron en qué consistía aquel lugar. Y, básicamente, se basaba en crear una rutina. La monotonía. Al cabo de unos meses, años, se rompería.
Mi poder más fuerte era la voluntad. Era una chica con fuerza, que no se rendía, que seguía. Y aun así resistía hasta morir por dentro. Reviví, desde aquel inicio de mi paréntesis hasta hoy en día. Sigo reviviendo en cada instante, en cada momento. Y eso es sano y bueno.
Cuando llegó el viernes por la tarde de la primera semana yendo a aquel lugar, me liberé. Fue una liberación instantánea y muy deseada porque era un aburrimiento mortal. Y es que lo cogí con tantas ganas que acabé decayendo.
Había tenido una enfermedad mental y aunque no estaba en condiciones como para seguir con mi vida, simplemente podía crear, con ayuda de profesionales, mi nueva rutina. Lo de siempre: levantarse temprano, ducharse, hacer actividades mentales por encima de todo y no detenerse nunca.
Después de semana y media me empecé a quejar a mis padres además de a mi psiquiatra. La rutina era muy aburrida, lo que hacíamos allá adentro era monótono. Así que les comenté si podía salir de aquel lugar. Me dijeron que aguantara un poco más, que en breves saldría.
Entonces llegó el jueves con una nueva noticia: haríamos una simulación de radio. Sí, seríamos reporteros. Aquello me motivó mucho, aunque estaba bastante perdida: ¿Cómo sería aquello? ¿De verdad sería una radio real?
Me dijeron que tenía que preparar un texto, me encargaba de la sección de "Escritura". Así que lo hice y, cuando llegó el día de grabación, grabamos. Cada persona integrada allí se encargaba de una sección. Había el técnico de sonido, el presentador y luego las distintas secciones: ocio, deportes, belleza, escritura, concurso... Estaba muy bien organizado y preparado. Yo tuve que hablar por un micrófono y aquello me daba pánico, pero superé el miedo. Me sentí orgullosa.