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Durante la primera semana me hicieron un análisis cerebral, es decir, me bajaron con una silla de ruedas hacia la planta más baja, yendo por un ascensor, recorriendo un laberinto de pasillos. Yo, no tenía ni idea de adónde íbamos, para mí, aquello, era nuevo. Recuerdo que, por aquellos tiempos, estaba empezando a ver una parte de la realidad. Entonces, era consciente de lo que me estaba pasando justo en aquel momento, es decir, lo de bajar con la silla de ruedas por el ascensor y, después, recorrer unos pasillos. ¿Por qué me llevaron en silla de ruedas? Recuerdo que el chico que me llevaba era guapísimo. Era joven e iba despeinado. Le quedaba bien. Total, que cuando llegamos al destino, me dejó en una habitación y me dijo que me desvistiera y me pusiera una bata donde se me veía la ropa interior trasera. Y lo hice. También me dijo que, cuando acabara, fuera al "cacharro" –el "cacharro" lo digo yo así porque no sé cómo se llama-. Total, que fui al cacharro que, desde un principio no lo encontraba, es decir, no encontraba la habitación y mira que estaba a mi izquierda. Pero me costaba, me costaba pensar. En fin, cuando entré a la habitación me indicaron que me pusiera encima de una camilla, que tenía como un casco grande, un túnel, donde se ponía la cabeza. Me tuve que poner unas gafas también. Me dijo, la chica que estaba a mi disposición, que cuando no pudiera aguantar más, apretara un botón rojo. Lo apreté a los tres últimos segundos. Recuerdo que hacía mucho ruido, porque estaban analizando mi cerebro, claro. Pero era bastante insoportable aunque, yo, aguanté. Típico de mí –aguantar toda la mierda que se me pone por el camino, eso quiero decir-. Después de eso, me vestí otra vez y me devolvieron a la planta siete. Esta vez, un poco nerviosa, ¿cuáles serían mis resultados? ¿Tenía un tumor o qué? La suerte, ¡y suerte! Fue que no tenía nada grave, una compleja enfermedad que tenía cura.

Comenzó a amanecer el "feeling" entre Joel y yo, pero fue tan efímero... que duró una eternidad finita y corta. No llegamos a querernos, sólo hubo atracción y ya. Pero, aun así, podría haber florecido el amor sino hubiese sido porque él, a la semana y media, ya se iba. Recuerdo su despedida, cuando yo estaba recogiendo las cosas, mi ropa básicamente, porque me cambiaban de planta. Estaría en la segunda. Bueno, pues, estaba metiendo las cosas en bolsas de basura para poder llevarla –así de triste era todo – justo cuando apareció por la puerta y me dijo que se iba. Me dijo: "Ya nos veremos" Y yo le contesté con un "¿Cuándo?" que se quedó alejado mucho de mi realidad, y de la suya. Nunca jamás nos volvimos a ver, y lo agradecí.

Recuerdo que estábamos comiendo y él no estaba, pues estaba recogiendo sus cosas y comía en casa, con sus padres. Fui la última a quien le dijo adiós; nuestras manos se unieron, la suya deslizándose para alejarse. Noté su tacto, rugoso y a la vez cálido. Fue una bonita despedida. Me giré, pero él, ya no me estaba mirando. –Ahora han pasado dos años de aquello. Ya no me estremezco al recordarlo. Ya no se me encoge el corazón-.

FLOR MARCHITADonde viven las historias. Descúbrelo ahora