Capítulo 11

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Renato se despierta solo en su cama, y casi se convence a sí mismo de que Gabriel no había estado allí la noche anterior si no fuera por el chico que trataba de salir de la celda discretamente sin despertarlo.

—En medio de una apocalipsis—dice Renato, haciendo que Gabriel se congele—y todavía me despierto cuando un chico se escapa de mi cama.

Gabriel suspira pero no se da la vuelta. Riza sus dedos alrededor de los barrotes en la puerta de Renato mientras el castaño se sienta y se estira, recordando que se había quitado la remera en un ataque la noche anterior. Y también recuerda las palabras de Gabriel y su pelea con Thomy, y también el argumento que habían tenido antes de eso.

—No estaba planeando simplemente escabullirme de tu cama—admite Gabriel.

Renato bosteza. —¿Qué significa eso?

Está demasiado cansado para guardar rencor. Tal vez más tarde, cuando esté despierto y haya comido algo, se molestará con Gabriel.

Gabriel se encoge de hombros y se da la vuelta, envolviendo sus brazos alrededor de su estómago de una manera que Renato solía hacer cuando era más joven. Un gesto defensivo. Uno que usaba cuando se sentía inseguro o culpable. —Estaba planeando ir a la ciudad antes de que Julián y Grego se despertaran—admite Gabriel—. De esa manera ninguno de los dos puede convencerme de que los lleve conmigo. Y puedo hacer lo que tengo que hacer. Obtener ropa, mirar qué comida puedo encontrar, mirar si esa granja tiene algún equipo de jardinería.

—Ibas a ir solo—adivina Renato.

Gabriel asiente y sale de la celda de Renato. —Lo mejor es hacerlo de esa manera—dice Gabriel rápidamente—. No tiene sentido arriesgar a más de una persona por algo que técnicamente no necesitamos. Thomy tenía razón anoche.

Renato está dividido entre estar de acuerdo y estar en desacuerdo. Él piensa que Thomy tiene un punto, desde algo lógico. Y luego piensa que es un imbécil por poner esa mirada en la cara de Gabriel, desde un punto de vista personal. Sin embargo, nada de eso importa.

Se levanta de la cama y encuentra su remera, la que Gabriel le prestó, que se había quitado y se la pone, diciendo solo un poco aturdido. —Iré con vos.

Gabriel se detiene y sacude la cabeza rápidamente. —No.

Renato levanta las cejas. —¿Por qué no?

—Varias razones—responde Gabriel—. No quiero arriesgar más de una cosa.

Renato cruza sus brazos sobre el pecho. —Me gustaría ver que me impidas ir.

—No te daré un arma.

—Entonces estaré indefenso, lo que me pondrá en un riesgo aún mayor.

Gabriel suspira y se pasa una mano por el pelo. —No me vas a dejar ir solo, ¿verdad?

Renato sacude la cabeza. —A menos que me lo impidas dejándome encerrado en esta celda, no podés evitar que vaya con vos. 

Algo en la mirada de Gabriel se oscurece y Renato rápidamente agrega: —Ni siquiera lo intentés.

Gabriel se inquieta y tira del cuello de su remera, y luego dice: —Bien. Tenés dos minutos y luego nos vamos, así que apurate.

Renato se calza y sonríe. —Ya estoy listo.

Gabriel está complementa sorprendido mirándolo, pero no vuelve a protestar cuando entra en su propia celda, se cambia, y luego salen de la sala de armas. Están tranquilos mientras caminan por los pasillos, y Renato no está seguro de la hora exacta, pero supondría que son alrededor de la cinco de la mañana.

Mal MomentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora