Prólogo

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-“Dame de tu vida y de tu tiempo”- cantaba mientras caminaba por el pasillo.
-“suficientes para ver, dentro de tus ojos el momento”- me siguió aquel chico extraño, recién lo conocía y ya habíamos tenido una excelente química.

Solo sonreí, seguí caminando con la sonrisa boba en mi cara.

Ese mismo día salimos a comer, me interesó conocerlo, por lo general soy muy sociable, y como dije antes habíamos tenido buena química, en el ámbito laboral, claro.

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Él es un chico increíble, jamás creí decir algo así de una persona a la que llevo poco de conocer, pero en serio es muy divertido, me agrada.
Es retierno.

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Llevábamos tres meses de amistad, tiempo en el que me dí cuenta de cuánto necesitaba un amigo así, que me entendiera y que me apoyara, no solo para hacer desmadre. Me siento cómodo con el.

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Hay algo en el que no puedo evitar notar. Un atractivo que me resulta interesante. Nunca había admirado de tal forma el cuerpo masculino, hasta que llegó el. Es decir, es una ironía. Su cuerpo es delgado, pero firme. Es delicado pero tiene sus toques de rudeza.
La primera vez que noté que lo miraba diferente -más exacto miraba su cintura, su torso desnudo- traté de convencerme que era una simple comparación. Me costó aceptar que no era así.
Me empezaba a gustar mirarlo sin que se diera cuenta.

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La primera vez que estuvimos solos no hubo problema, porque éramos completos desconocidos. Pero ahora que sé cada detalle de el, sus sueños, aspiraciones miedos, técnicamente conocía su alma desnuda, pero no su cuerpo. Y eso era algo que me intrigaba.

La tensión aumentaba conforme más tiempo pasábamos juntos, y estar solos pasó de ser un detalle que nos importara poco a ser algo que nos inquietaba.

Un día me descubrió mirándolo. Y jugó con la idea de que fuera algo romántico.
Solíamos hacer eso, fingir que éramos algo más allá que amigos, y aunque por fuera parecía seguir su juego, por dentro dolía.

Se acercó a mí con el pecho descubierto. Mi respiración se agitó, podría jurar que sentí el calor por todo mi rostro.

-“Dame vida y dame aliento, que yo ya perdí el conocimiento”- susurró cerca de mis labios, permanecía sentado, y él se posicionó sobre mis piernas.
-‎“solo quédate un momento, hasta evaporarnos en el viento”- cerré los ojos y mis impulsos no pudieron más, apreté su cintura apegandola a mi cuerpo con ropa, ropa que empezaba a quemar.

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Los últimos días han sido incómodos, verlo me ha costado demasiadas lágrimas.
Él no poder tomar su mano otra vez.
Él no acariciar sus mejillas.
Besar sus labios.
O simplemente bailar a su lado, se habían vuelto recuerdos que, como dice la canción, se evaporaron en el viento.

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Me duele.
Me duele mucho, verlo tan apagado.
Mi sol, se había apagado. Y eso me hacía sentirme la peor mierda del mundo, por dejarlo solo.
Por abandonarlo. Las peleas con el se habían vuelto mi rutina, en definitiva me molestaba verlo tomado de otra mano que no fuera la mía.
Malinterpreté mis celos, mi dolor.

-“sigo vivo, créemelo mi amor no soy tan tonto”
Toqué los últimos acordes para empezar a llorar.

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Hoy puedo recordar su amor de diferentes formas.
Puedo recordar su forma tierna.
Cuando miraba a mis ojos y un brillo se encendía en los suyos. Cuando sus labios daban pequeños picos por toda mi cara
También su faceta erótica, aquella que me había costado descubrir, pero que valió cada maldito segundo de espera.
Cuando lo perdí, fue el sufrimiento más grande que alguien pudo haber experimentado, me dolía respirar lejos de el, y no me había dado cuenta de lo mucho que lo necesitaba. Me había vuelto dependiente de el. De sus sonrisas.

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-“si tu quieras está noche ir a bailar, un Chachachá, yo te puedo enamorar”

Canté por última vez al tenerlo en mis brazos.
Me dolía que esta vez fuese la última, pero era eso a nada.

Lo amaba, lo amaba mucho. Más de lo que alguien puede imaginarse. Más de lo que le demostré. Más de lo que dije alguna vez.
Incluso más de lo que era capaz.

Y entonces lo perdí.

Chachachá | EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora