19[ la escuela]

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Joaquín.

No sé cómo podría sobrevivir apenas, estaba tan pálido como un fantasma y, yo no podía con todo.
Se acercaba el final de la novela y no podía estar más ansioso.
El beso.
Ese maldito beso que sería grabado y presenciado por todos.
Lo único que temía era dejarme llevar por aquel beso.
No tengo idea de cómo lo haría.

Hablando de otros asuntos, Mauricio y yo seguimos en comunicación, desde aquella llamada, rara vez tiene tiempo libre, pues, debido a la situación en la que se encuentra el chico, es casi imposible que lo deje. No pueden cubrir su turno y, está casi todo el tiempo en el hospital.
Seguimos siendo amigos, sin embargo.
Emilio no lo sabe. Y prefiero que no lo sepa.

...

Estaba arreglando mi saco, ¿Que si estaba nervioso?
Bueno, parecía que iba a morir.

—Calmate Joaquín, todo estará bien— me dijo una de las chicas de vestuario.

Lo más que pude hacer fue sonreírle.
Y de nuevo, repasaba mis líneas, una y otra y otra vez.

Y llegó el momento.

Entré al set y todo estaba hermoso, perfectamente decorado y tan brillante para nosotros dos. Si supieran.

Al ver a Emilio me fue inevitable no recordar.

Lo conocí a los 7 años, recuerdo la vez que lo miré entrar por esa puerta. Tan lindo, siempre con aquella sonrisa hermosa y sus raros pasos de baile.
Me parecía gracioso, siempre quise acercarme pero no podía.
Hasta que conocí a Niko, mi primer amigo.
Cuando a Nikolas lo cambiaron de escuela, no sufrí tanto como ese día.

Flashback.

Me encontraba encerrado en un cubículo, en el suelo llorando por aquella reciente paliza, tenía en mis pequeñas manos la hoja con aproximadamente 5 rayas, escuché la puerta del baño abrirse y detuve mis sollozos por miedo a que fueran esos chicos de nuevo.

Tocaron la puerta donde estaba, rayos.

—¿Hola?—

Silencio

—¿Estás bien? Te ví entrar desde hace un rato y me preocupé porque no salías—

¿Quien era y porque se había preocupado por mi?

Abrí ligeramente la puerta, aún en el suelo con mis rodillas apretadas contra mi pecho, era un bebé.
Cuando abrí, volví a llorar, con más sentimiento, con vergüenza porque aquel chico me viera, vulnerable.
Sentí unos cálidos brazos envolverme. Un abrazo. Me estaba abrazando.
Alcé mi cabeza y me sonrió de lado, era él.
Se acercó a mí y dejo un beso en mi mejilla, llevando entre sus labios una lágrima que escurría.
Solo pude mirarlo, callado y dejando que me consolara.
Y ahí, ambos sentados en el piso de un baño, nos dimos cuenta de la sinfonía que desprendían nuestros corazones al estar juntos.

Días después comenzó a sentarse conmigo bajo aquel árbol, siempre había sido mi favorito pues, estaba lejos de los niños que me molestaban.
No dije ninguna palabra cuando se sentó frente a mi ese día.
Al siguiente el tomó la primera palabra.

—Lo siento...—
Alcé la mirada y él se encontraba jugando con el pasto, continúo luego de unos segundos.
—lo siento por no defenderte antes...—

Hizo una mueca y puse una mano sobre la suya en señal de que estaba bien, nos miramos sonriendo y seguimos ahí, en la compañía del otro.

Se había vuelto parte de mi rutina, llegar, dejar mis cosas en mi salón, ir al suyo para verificar que había llegado, ir a sentarnos al árbol y abrazarnos.

Chachachá | EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora