[8] ¿puedo unir tus piezas?

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Emilio sollozaba por lo bajo, los nudillos le ardían y la sangre corría caliente por el dorso de su mano. Se sentía patético, raro, anhelaba ser el orgullo de su padre. Pero ¿Porque tendría que ser otra persona para ello? Era una verdad que le dolía pero había tenido que asimilar.
El espejo roto frente a él le hizo entender cómo estaba el, estaba hecho pedazos. Y todas aquellas piezas que odiaba de si yacían en el suelo. Pisaba los cristales y recordó la mirada triste de aquel ser al que le gustaba abrazar.
Tendría que alejarse y ya no estaría para reconfortarlo. ¿Quien lo reconfortaría a él ahora que no tenía palabras de aliento para sí mismo?
Diego, había sido el único niño que no lo había rechazado, se había vuelto su mejor amigo, casi hermano, pero no iba a llorar en su hombro. Quería que ese pequeño estrechará su cuerpo contra el suyo para sentirse bien. Como el solía hacerlo sentir. Quería que el lo ayudará a dejar de llorar como el muchas veces hizo, incluso quiso entonces que también lo besara para saber cómo eran sus dulces labios que temblaban con el frío.
Pero no podía, menos ahora con la advertencia de su padre. Ya no podía sonreírle en los recreos cuando jugaba fútbol y aquel chico se arriesgaba a ir a las canchas solo para verlo y darle ánimos.
Ya no podría permitirse que su joven corazón latiera rápidamente al verlo sonreír.
¿Porque? Porque su padre se negaba a aceptar una realidad que estaba ocurriendo.
Se obligó entonces a faltar a la escuela hasta que sus enredadas emociones se aclararan y los sentimientos al tierno chico desaparecieran, parecía una tortura, porque cada segundo sin mirar sus ojos le dolía, porque el ardor de su mejilla era inmenso cuando las lágrimas caían debido al pequeño corte que la bofetada le había dejado.

Joaquín se sentía triste, y nuevamente una raya apareció en la hoja arrugada.
Emilio no había ido a la escuela y él tenía planeada una sorpresa.
No era mucho, una flor que recién había abierto afuera de su casa. Le pareció bonita al ver el rocío del aire matinal caer por sus pétalos. La había cortado con sumo cuidado y ahora la llevaba hasta la escuela, dónde su héroe lo abrazaría como todas las mañanas y le depositaría un beso en la frente, sintiendose tranquilo. Pero esa tranquilidad no llegó, ni tampoco el destinatario de la rosa. Y ahora el pequeño se sentía solo de nuevo. Veía al mayor como un buen amigo. Uno que siempre deseó tener. Y cuando por fin había llegado, en un brinco de la noche a la mañana se había esfumado.

Los últimos días el constante dolor de cabeza se había incrementado, pues las noches siguientes lloró hasta quedarse dormido, por extrañar a su papá y a su consuelo.

A pesar de estar para el, rara vez hablaban, solo había escuchado su voz una vez, y eso no le incomodaba porque significaba que no eran necesarias las palabras. Solo conocía su voz pero para el más alto representaba un misterio la suya. Joaquín no era de muchas palabras, se notaba, y eso lo entendía.

Aún así extrañaba las platicas de aliento que su superhéroe le daba para sentirse mejor.
Trataba de olvidar el abandono de su padre-aunque no fuera así del todo, el lo consideraba uno, o al menos su amigo así lo llamba- y el bullying que recibía no lo ayudaba.

Reprimirse no le gustaba, pero ¿Que más podía hacer? Se sentía roto, y no había forma de que alguien uniera sus piezas.
Hasta qué evitar la escuela con falsos malestares se le hizo imposible. Su madre había verificado que su salud estuviera al cien y ya no pudo huir de eso.
La mañana se sentía fría, más que de costumbre, o era porque el no irradiaba la misma energía que le provocaba correr por todos lados, sudando y elevando su propia temperatura.
Sentía aquel miedo por ver a su chico. No quería lastimarlo porque sabía cuánto lo hacían los demás. El solo quería protegerlo. Pero no había quien lo protegiera a él.
Llegó como de costumbre, siempre llegaba más temprano que el, pero le sorprendió verlo sentado afuera con una pálida rosa en sus manos, no había nadie con el, ni siquiera habían abierto las puertas de la escuela.
Su madre se había ido como siempre y solo estaban ellos dos, con el aire frío enrojeciendo sus narices y en el caso contrario, sus mejillas y orejas que siempre se tornaban calientes.
Se acercó temeroso con una media sonrisa, el pequeño tenía la mirada en la rosa que sostenía con ambas manos, tenía las piernas abrazadas -como estaba la mayoría de las veces- y soltó un ligero suspiro de decepción.

-ho-hola- soltó provocando que una sonrisa reemplazará su mueca de decepción.

-‎hola- el rojo de su cara apareció de nuevo

-‎¿Q-que haces?

-‎¡Ah sí!-el chico ignoró completamente su pregunta ya que era muy obvio que hacía- t-ten, esto es para ti.

Le extendió la rosa que unos días antes había cortado para el.

-mi Papi dice que no debemos de regalar flores porque de alguna forma al arrancarlas les quitamos la oportunidad de vivir pero se me hizo muy bonita y te la quise dar a ti.

Habló muy rápido, su dulce vocecita hizo eco en los oídos del rizado, y sus palabras le abrazaron el corazón, agarró temeroso la flor y lo miro a los ojos. El pequeño tenía la mirada baja y estaba nervioso, realmente esperaba que le gustara.

-es hermosa.

-¡Sabia que te gustaría! La cuide por días para dártela en perfecto estado- se lanzó a sus brazos y Emilio no pudo evitar llorar

-‎¿Porque llo-lloras? ¿Hi-hice algo malo niño? ¿Te lastime?-habló preocupado con lágrimas próximas en sus ojos.

-no es tu culpa-limpió sus lágrimas algo que fue inútil porque se asomaban cientos más.

-¿Que te pasa? ¿Puedo ayudarte?

-no creo que nadie pueda hacerlo

-te voy a escuchar como tú a mi-el pequeño hizo aire de protector y habló seguro aún con su chillona voz.

-¿Sabes que se siente estar mal, no?-el chiquillo asintió mientras se incorporaba y sostenía ambas manos sobre su regazo- yo estoy tan mal que me rompí, n-no estoy nada bien y no sé que hacer para remediarme. No hay pieza de mi que encaje bien para mi papá- habló llorando sintiendo como su corazón se colaba por su boca de apoco.

-y-yo se que hacer- su voz era temerosa, como si su idea fuera a ser rechazada sin siquiera escucharla.

-¿Que?- Emilio lo miraba mientras el niño se puso frente a él, aún con sus manos sostenidas fuertemente por los nervios, su mirada reflejaba la seguridad que jamás en su vida había tenido.

-cuando mi mamá se siente triste- tomó su mano haciéndolo levatar- mi papá le canta una canción, y cu-cuando termina el...el le da un beso, eso siempre hace que sus ojos dejen de llorar y sus dientes salgan a la luz la pone m-muy feliz.

De verdad quería hacerlo, quería sentirse feliz, y si no volvía a ver a su chico al menos haría que valiera la pena hasta el último segundo.

-¿Puedo unir tus piezas? Nadie merece estar roto.

Joaquín sentía su corazón latir fuertemente. Solo quería hacerlo sentir bien y no sabía de qué otra forma hacerlo.

-s-si, si.

El chico habló seguro pero las palabras se le entrecortaron por los grandes nervios que sentía.
Se acercó entonces a su pequeño, al que quería con todas la fuerzas de su corazón. Sus narices se encontraron en un breve saludo-que se consideraría como un beso esquimal- y chocaron sus labios, cerrando los ojos, sintiendo una tranquilidad enorme, las mejillas de Joaquín ardían más de lo normal y sus manos estaban entrelazadas con el más alto, ninguno sabía bien que era lo que estaba haciendo pero daban el ciento por ciento de su potencial para hacer sentir mejor al otro con aquella dulce fusión de almas. Joaquín olía un poco a chocolate y para Emilio sus labios eran tan suaves como nada en el mundo, hicieron presión unos cuantos segundos más, fue un pico, nada que lo involucrase en un acto sexual o erótico, era íntimo por el simple hecho de que sus corazones se habían unido para latir a un mismo ritmo. Se sentía feliz. Y eso era algo que no estaba dispuesto a olvidar.
Se separaron y pronto abrieron los ojos notaron su sonrojo mutuo, por primera vez Joaquín apreciaba lo lindo que era su superhéroe y Emilio confirmó nuevamente que le encantaba verlo así. Se abrazaron fuertemente y escucharon los gritos de los niños que se acercaban. Se separaron y fueron hasta el portón de la escuela para entrar. Sosteniendo sus mochilas con una mano y con la otra la mano del otro.
Ahora sentía que tenía la oportunidad de sentirse completo otra vez.

Chachachá | EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora