CAPITULO 4

978 128 151
                                    

Suena el despertador. Lo apago con mal humor. No he dormido bien anoche. Nick sigue a mi lado durmiendo con tranquilidad. Intento hace poco barullo para no despertarlo.

Luego de una ducha rápida me observo en el espejo. ¡Estoy horrible! Unas ojeras profundas, grisáceas, están tatuadas debajo de mis ojos. ¡Suerte que una mente prodigiosa inventó el maquillaje! Las cubro con corrector de ojeras dándole pequeños toques, lo que termina haciendo milagros.

Con la piel, tengo un problema completamente diferente. Está reseca, áspera, y el rostro me arde. Si le aplico base sólo conseguiré empeorar la situación. Opto por una crema humectante para piel sensible, más no puedo hacer.

Hoy es un mal día y mi cuerpo lo sabe, refleja mi estado de ánimo en la poca belleza que irradio. Me visto con una blusa color blanca y unos jeans oscuros ajustados. Unas sandalias de punta cerrada acompañan mi atuendo. Bebo un café con leche apresurada, guardo una manzana en mi bolso y salgo a tomar el autobús.

Durante el viaje observo como el cielo comienza a nublarse. El viento arrastra nubarrones negros que dentro de poco cubrirán el tenue sol que brilla detrás de una nube blanca.

¡Por favor que no llueva!

Al salir no miré el pronóstico del tiempo, por lo que no traje paraguas. Ya amanecí con el pie izquierdo, lo único que me falta es que la naturaleza se complote para arruinarme mucho más el día.

¡Por favor, que no llueva hasta que llegue a la oficina!

Imagínense lo que sucedería con mi cabello... A pesar de que lo llevo atado en una coleta tirante, si llega a mojarse no se mantendrá prolijo.

Se escuchan relámpagos. Unas tímidas gotas caen. Ya me tengo que bajar. Rápidamente salgo del autobús, caminando con paso acelerado. Son sólo cinco cuadras que tengo que andar, luego estaré a salvo. Las tímidas gotas se trasforman en gotas gruesas. Un trueno me aturde haciendo vibrar los cristales de los vehículos estacionados en la calle.

De repente, mi suerte se acaba. Una lluvia torrencial cae sin piedad. Intento encontrar un refugio sin éxito. Estoy atravesando un parque, sería mala idea cobijarme debajo de un árbol. Una rama puede golpearme, o un rayo puede hacerme papilla. No me queda otra que seguir caminando. Aprieto mi bolso contra mi cuerpo en un intento por protegerlo. Me faltan menos de dos cuadras.

Al entrar al edificio noto algunas miradas sobre mí. ¡Sí señores, estoy mojada! ¿Y qué? Escucho una risa burlona que proviene de la recepcionista antipática. Cierro los puños con fuerza, descargando un poco de la ira que bulle en mi interior. No dejaré que me intimiden, me enderezo para caminar con la frente bien alta, con seguridad y determinación. 

Esta gentuza no me pisoteará. 

Parezco un trapo de piso extra mojado, no podría ser peor. Al alejarme del hall de entrada, casi corriendo ingreso al baño del pasillo.

En este pasillo conocí a Jeremías... Mis muñequitas internas hacen una voltereta. Las ignoro. Ahora tengo un problemón por resolver.

Hago un repaso mental de cómo me encuentro. Estoy goteando. Mi cabello gotea, mi blusa gotea, mis jeans gotean. Hasta mi ropa interior está empapada en agua. ¿Y ahora qué hago? Tomo algunas toallas de papel para secarme.

De pronto, un potente haz de luz ilumina la respuesta a mi martirio. ¡El secador eléctrico de manos! Miro debajo de las puertas cerradas de los cubículos para chequear que no haya nadie. Afortunadamente estoy sola. De mi bolso extraigo un cepillo de pelo. Suelto mi cabello mojado, coloco mi cabeza debajo del secador y presiono el botón dejando salir el aire caliente. Con el cepillo intento dejarlo lo más lacio posible. Es una tarea bastante complicada.

Muñeca del Destino [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora