CAPITULO 31

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Cuando vuelvo a abrir los ojos, oigo varios sonidos. Hay movimiento en el lugar en el que me encuentro, escucho pasos que van y vienen, voces parloteando. Una tenue luz se cuela por la rendija de la puerta, supongo que ya es de día. No hay ventanas a mí alrededor, siento el aire escasear en este maldito ambiente. Necesito ir al baño... No recuerdo la última vez que hice mis necesidades, bueno mejor ni recordarlo. Me siento tan sucia. Daría lo que sea por tomar una buena ducha, sacarme la saliva seca de David de encima, quitar el rastro de las lágrimas de mi rostro, anular el olor a orín que impregna mis vestimentas. Necesito moverme un poco, cada extremidad de mi cuerpo se siente atrofiada, es inhumano estar tanto tiempo atada, en la misma posición que dista mucho de ser natural.

-Ameliaaaa – grito para que alguien venga a verme. La garganta me arde, la voz me sale rasposa, afónica – Ameliaaaa – intento una vez más y cierro los ojos al sentir el sabor metálico de la sangre en mi garganta. ¿Hace cuánto que no ingiero líquido?

La puerta se abre y compruebo que es de día. Una ráfaga de aire renueva el oxígeno concentrado de la habitación y agradezco la visión cálida de la luz solar. Al menos no todo es oscuridad.

-¿Qué queré porquería? – Pregunta un joven que jamás vi en la vida. Es bajito, moreno, con voz aflautada y cantarina. Su mirada me intimida, es vacía, y eso me atemoriza, es alguien que no tiene nada que perder.

-Necesito ir al baño, por favor – procuro sonar lo más frágil posible en un intento por conmoverlo. Debe rondar los treinta años, es demasiado delgado, y se mueve con desgarbo, consciente del miedo que ocasiona en todo mi ser.

-No puedes salir – escupe al suelo y pasa la lengua por sus dientes con diversión.

-Por favor... ¿Puedes avisarle a Amelia que la necesito? Tengo que ir al baño.

Me estudia por unos minutos levantando el mentón y observándome de arriba hacia abajo. Sin decir nada, desaparece por donde ingresó y agradezco que haya dejado la puerta abierta. Unos vagos rayos de sol me hacen compañía, si bien mis ojos están sensibles prefiero mil veces la luz a estar a ciegas. Un rugido es producido en mi estómago, tengo hambre, un hambre voraz. Sed y hambre los peores compañeros.

-Esto no es un hotel – Amelia aparece bastante alterada y me lanza un balde.

Miro el objeto a mi lado sin moverme, incrédula. Un balde... ¡Genial! Luego de lo de David, no quiero soportar una degradación más. Además, ¿cómo pretende que haga algo estando atada? Ni siquiera puedo ponerme de pie.

-Por favor Amelia, no me humilles de esta forma. Déjame usar un baño. No puedo escapar a ningún lugar, casi no tengo fuerzas... – Suplico con la voz pastosa. Tengo sed, mucha sed. No he ingerido alimento ni líquido desde que me fui de la oficina. Ahora ya es de día, deben haber pasado al menos diez horas y las siento como una eternidad.

Mis músculos están agarrotados, mi cuerpo debilitado por la poca energía que le queda. Los brazos, en su posición antinatural detrás de mi espalda, parecen haber dejado de pertenecer a mi anatomía.

-Está bien - suena poco convencida – Te desataré y permitiré que uses el baño cinco minutos, ni un segundo más. Si llegas hacer alguna tontería, no dudaré en pegarte un tiro – levanta mi barbilla para que la mire a los ojos - ¿Lo entendiste?

-Gracias.

Sus manos ágiles deshacen el amarre de las cuerdas con facilidad. Suspiro al sentir la libertad en mis extremidades, mis huesos suenan y roto las articulaciones de las muñecas para calmar el dolor y aligerar el paso de la sangre por las venas. Quemaduras aparecen donde antes reposaba la cuerda, producto de la fricción contra mi piel al intentar soltarme con desespero. Por lo menos no sangran, ya no...

Muñeca del Destino [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora