Capítulo VIII

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Las alas de Baek apenas lograban apreciarse en el cristal que atrapó su atención, eran tan diferentes a como las personas solían pintarlas, idénticas en forma pero no en composición: no habían blancas plumas como los mortales creían, parecían estar hechas de agua cristalina que daba la impresión que caía en cascada debido a las fibras plateadas que nadaban en ellas. El reflejo de una llama captó su atención, halló la mecha de una vela encendida cuando dio media vuelta, había sido colocada en un pequeño plato blanco sobre una cajonera de color chocolate.

Solar, su instructora, le había comentado acerca de la posibilidad de padecer una inmensa curiosidad en las primeras visitas al mundo terrestre, pero jamás imaginó que sería al punto de querer tocar todo a su alcance. Su mano se aproximó al fuego y éste la atravesó sin deformarse... Claro que él realmente no podía tocar nada. Esa era la maldición que cargaba e incrementaba su deseo de ser humano.

La criatura que gozaba de la comodidad de las mantas calientes, y algunas otras hechas de tela tipo encaje, hizo un sutil quejido. Corrió emocionado hacia la cuna de madera, encontrando a su primer protegido consciente, era increíble experimentar esa clase de contacto con un mortal y olvidarse por un instante del grupo de ángeles al que frecuentaba. Sabía de antemano que sólo en dos situaciones podía ser visto: al sostener el primer encuentro con el ser a su cuidado, que ocurría durante los primeros días de nacido, y cuando el individuo en cuestión se volvía alguien desahuciado.

Fuera de las dos opciones, no era más que un cúmulo de materia invisible. Nadie podía oír sus palabras o escuchar sus pasos, ni acariciarlo... Él no disfrutaría de la vida que el niño tendría, jamás formaría parte de una familia ni envejecería junto a una persona amada. Tal vez sus anhelos resultaran incomprendidos por otros pero a sus diez años eran sus deseos más secretos, mismos que conseguían ponerlo melancólico al ser consciente de que nunca se cumplirían.

—Hola— susurró Baek, mientras acercaba su faz al infante.

El bebé no lloró al despertar como le advirtió Solar, al contrario, estaba tranquilo y sonriente, su reflejo brillaba en las porciones de las iris que alcanzaban a asomarse por los rasgados ojos. Las diminutas manos y las piernas enterradas bajo la tela, se movían frenéticas como si quisiera tocarlo.

—Eres el primero de mis protegidos en nacer, no me ocasiones muchos problemas— dijo Baekhyun, sonriendo, sus ojos azules se divertían con los pucheros del pequeño—. Pórtate bien, Sehunnie... Siempre estaré a tu lado.

El índice del ángel rozó el botón que el susodicho tenía como nariz, antes de desaparecer...

Las lágrimas de Baek salieron con mayor intensidad, la humedad del edredón que cubría su cama le daba una idea de los minutos que pasó sumergido en su pesar. ¿Qué significaba esa visión? ¿Por qué había encendido una llama en su corazón y había propagado ondas de electricidad por su cuerpo? ¿De dónde surgió la necesidad de reunirse con su novio y besarlo hasta que sus labios se desgastaran? El sueño  incrementó su temperatura y originó una extraña sed que advertía no saciarse ni aunque se tomara los dos litros de agua de golpe, intuía que su alma le pedía reunirse pronto con el hombre al que tanto añoraba. 

...

La noche anterior, Baekkie había experimentado el más extraño sueño de su vida: se imaginó siendo dueño de unas preciosas alas y hablando con un recién nacido que compartía el nombre con su pareja. Sí, fue demasiado raro para él, pero más lo era la terrible necesidad de ver a Sehun y sentirlo cerca. Siguió con sus actividades durante todo el día creyendo que, al distraer su mente con otros asuntos, la sequedad de sus labios desaparecería por arte de magia; sin embargo, no fue así.

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