DOS

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DIEGO



Estábamos en la mejor parte, y a pesar de todo para mi fue inevitable acordarme de esos capítulos de Infieles, huea buena ¿Por que donde más podías ver a un profe tirandose una alumna?

Deberían volver a transmitir esa huea, si igual de pendejos era entretenido mirarla a escondias'.

Cuando más estaba disfrutando de la nada, me freno y se alejo.

¿Qué huea?

—¿Y profe? ¿Qué piensa de mi propuesta? -me pregunto mientras sin vergüenza alguna me apretaba mi miembro por encima del pantalón-.

Me iba a reventar el bóxer culiao.

¿Que le iba a responder?

Ella no me dio tiempo a responder, con paciencia desabrocho mi cinturón y el pantalón, seguía acariciando mi ereccion por encima de la ropa, me dio un beso y se aprovechó de morderme el labio inferior, no me dolió, me calentó más.

Jamás me lo hubiese esperado, pero ella se agachó, con calma se arrodilló ante mi, estaba tan concentrada, bajo mi bóxer y al fin libero mi miembro, el que la pedía a gritos.

Me tocó suavemente lo agarro y comenzó a mover su mano masturbandome, se acercó aún más y abrió su boca.

Cresta.

Pasó su lengüita por mi glande, después por toda mi longitud, finalmente lo metió en su boca, yo suspiré, me estaba haciendo ver estrellas.

Me preguntaba ¿habrá practicado pa' esto? Porque si quería una nota, yo le ponía el 7.0 altiro.

¿Qué cresta estaba haciendo? ¿Iba a arriesgar mi carrera, mi trabajo por una estudiante que me ponía caliente? Yo tenía 27 años, ¿Y ella cuantos? ¿17? ¿18?
Habían cabritas que salían niñitas de la enseñanza media, hacían dos por uno en la media, y entraban a la U con 16 años.

¿Valía la pena esto?

Ella seguía jugando con su lengua por toda mi ereccion, esa boquita tan bonita que muchas veces me desconcentraba en clases, apretaba mi miembro y lo saboreaba completamente.

Estaba tan concentrada, con sus ojitos cerrados, y espero que disfrutándolo igual que yo.

Hasta que me miro, esos ojos preciosos se enfocaron en mi, diciéndomelo burlescamente "te tengo justo donde te quería", porque pa' que irnos con rodeos estaba más que claro que yo ya había aceptado.



—¿Y, profe? ¿le gusta? -no era una pregunta, más bien era una burla, ella cachaba la respuesta, la pregunta era por otra cosa-.

—Si, me gusta -le hable ronco, perdido en el placer que ella me daba.

Acababa de firmar mi sentencia de muerte, porque esta cabra chica, en el buen o mal sentido, iba a ser mi perdición.

CALIENTA SOPADonde viven las historias. Descúbrelo ahora